Tal como lo había previsto, mi madre, la Duquesa, no tardó en llegar. Y no vino sola, a su lado, con una expresión de piadosa tristeza en su hermoso rostro, estaba mi hermana, Valentina.
Las recibí en mi salón privado, sentada cómodamente en un sillón, con una manta sobre mis piernas.
«¡Sofía!», exclamó mi madre en cuanto entró, su voz cargada de reproche. «¿Cómo pudiste ocultarnos una noticia tan maravillosa? ¡Y tu hermana, tan preocupada por ti!».
Valentina se adelantó, sus ojos llenos de lágrimas falsas.
«Hermanita, he estado tan angustiada desde que me enteré», dijo, su voz un susurro melodramático. «Rechacé al príncipe por amor, pero nunca quise que te sintieras obligada a tomar mi lugar, me he sentido tan culpable».
La miré, manteniendo mi expresión serena. La culpa era una emoción que Valentina era incapaz de sentir. Lo que sentía era arrepentimiento por haber renunciado a la riqueza y al título de princesa por un plebeyo que, según mis espías, ya la había abandonado.
«No tienes por qué sentirte culpable, Valentina», respondí con calma. «Estoy felizmente casada y ahora espero un hijo, el heredero del príncipe».
Hice una pausa, observando cómo la mención del heredero provocaba un destello de pura envidia en sus ojos antes de que pudiera ocultarlo.
«Pero, ¿dónde están tus modales, Valentina?», pregunté, mi tono cambiando a uno de curiosidad inocente. «Viniste a visitar a tu hermana embarazada y ni siquiera trajiste un regalo, ¿dónde está el amor del que tanto hablas?».
Mi madre jadeó, escandalizada por mi franqueza. Valentina se quedó sin palabras por un momento, su máscara de santurrona se resquebrajó.
«Yo... yo estaba tan apurada por verte que no tuve tiempo», tartamudeó.
«Ya veo», dije, mi voz fría. «Entonces tu preocupación no era tan grande después de todo».
La Duquesa intervino rápidamente para defender a su hija favorita.
«¡Sofía, eso es suficiente!», espetó. «Valentina ha venido a cuidarte, ha estado estudiando herbolaria y sabe mucho sobre cómo asegurar un embarazo saludable, deberías estar agradecida».
Herbolaria. Claro. En mi vida pasada, su "conocimiento" de herbolaria fue la excusa perfecta para acercarse a mí, para ganarse mi confianza y finalmente, para envenenarme. Sabía exactamente qué tipo de "hierbas" quería usar.
«¿De verdad, Valentina?», pregunté, una sonrisa irónica jugando en mis labios. «Qué considerada de tu parte».
Justo en ese momento, se escuchó un alboroto afuera de la puerta, voces airadas y pasos apresurados.
«¡Qué es ese escándalo!», gritó mi madre, molesta por la interrupción.
La puerta se abrió bruscamente y entró mi jefe de guardia, seguido por dos de sus hombres. No arrastraban a nadie, pero sus rostros eran severos.
«Alteza, perdone la intrusión», dijo el jefe de guardia, haciendo una reverencia. «Pero acabamos de confrontar a la señorita Valentina».
Miré a Valentina, que se puso rígida a mi lado.
«¿Confrontarla? Pero si ha estado aquí conmigo todo el tiempo», dije con falsa inocencia.
«No, Alteza», continuó el guardia, su mirada fija en mi hermana. «La vimos hace unos momentos en los jardines traseros, cerca de la sección de hierbas venenosas. Estaba arrancando algo y cuando mis hombres se acercaron, corrió hacia aquí».
Todos los ojos en la habitación se posaron en Valentina. Su rostro, antes lleno de falsa piedad, ahora estaba pálido por el pánico.
«¡Es una mentira!», chilló. «¡Estaba buscando flores para mi hermana! ¡Para alegrar su habitación!».
«Las flores no crecen en esa sección, señorita», dijo el guardia con frialdad. «Y mis hombres la vieron esconder algo en su manga justo antes de entrar».
El silencio en la habitación era pesado. Mi madre miraba a Valentina, confundida y horrorizada. Y yo, yo sonreía por dentro. El juego ni siquiera había empezado en serio y mi querida hermana ya había caído en su propia trampa.