Mi Esposa Está Embarazada De Mi Hermano
img img Mi Esposa Está Embarazada De Mi Hermano img Capítulo 1
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Capítulo 1

La atmósfera en la sala de estar de la familia era pesada y sofocante, el olor a crisantemos llenaba el aire, un recordatorio constante de la tragedia que nos había golpeado. Mi cuñada, Elena, la esposa de mi hermano mayor Fernando, había fallecido en un accidente de coche hacía apenas una semana. El dolor de la familia era palpable, especialmente el de mi suegra, quien parecía haber envejecido diez años en siete días.

Estábamos todos reunidos, mi esposa Sofía y yo, mis padres, mis suegros y mi hermano Fernando. Él se sentaba en el sofá, con la mirada perdida, un fantasma de sí mismo. Mi suegra, con los ojos hinchados de tanto llorar, rompió el silencio.

"Ricardo, Sofía," su voz era un susurro ronco, "sé que es un momento difícil para todos, pero tenemos que pensar en el futuro, en el linaje de la familia".

Nadie dijo nada, todos esperábamos a que continuara.

"Fernando ha perdido a su esposa, y con ella, la oportunidad de tener un heredero," continuó, su mirada clavada en Sofía. "Sofía, tú y Elena eran hermanas gemelas, casi la misma persona. Por eso, hemos pensado... que tú deberías tener un hijo con Fernando".

El silencio que siguió fue atronador, sentí como si el aire me faltara. Miré a Sofía, su rostro estaba pálido por la conmoción. Luego miré a mis propios padres, quienes bajaron la mirada, evitando la mía. Era una traición silenciosa, un consentimiento tácito a esta propuesta monstruosa.

"¿Qué?" Logré articular, mi voz temblaba de incredulidad y rabia. "Están locos, eso es una locura".

Desde que éramos niños, Fernando siempre había sido el favorito, el sol alrededor del cual giraba toda la familia. Yo era la sombra, el segundón, el que siempre tenía que ceder. Si Fernando quería un juguete, era suyo. Si quería las mejores notas, yo tenía que ayudarlo a estudiar, incluso si eso significaba sacrificar mi propio tiempo. Me acostumbré a vivir en un segundo plano, a ser ignorado.

Mi único consuelo, mi única luz en esa vida de opresión, era Sofía. Nos casamos al mismo tiempo que Fernando y Elena. Recuerdo perfectamente el día que le propuse matrimonio. No tenía mucho dinero, acababa de empezar mi pequeño negocio de importación. La llevé a un modesto restaurante y le di un anillo sencillo.

"Ricardo," me dijo con lágrimas en los ojos, pero con una sonrisa radiante, "no necesito diamantes ni lujos. Solo te necesito a ti".

Ella creyó en mí cuando nadie más lo hizo, invirtió sus propios ahorros en mi negocio y trabajó a mi lado día y noche. Era mi socia, mi amante, mi mejor amiga. Era mi todo.

Y ahora, esta familia, mi propia familia, quería que la compartiera con mi hermano como si fuera un objeto, una incubadora para perpetuar su preciado linaje.

"¡De ninguna manera!" La voz de Sofía resonó, firme y clara. Se puso de pie, enfrentando a su madre. "Amo a Ricardo, él es mi esposo. ¡Jamás lo traicionaría de esa forma! ¿Cómo pueden siquiera sugerir algo tan horrible?".

Sentí una oleada de alivio y gratitud. A pesar de la presión, ella estaba a mi lado. Era mi Sofía, la mujer fuerte y leal de la que me había enamorado. La tomé de la mano y sentí su calor, un ancla en medio de esta tormenta.

Pero la presión no cesó. Durante días, la familia nos acosó, apelando a la tragedia, a la tradición, al "deber familiar". Me sentía atrapado, asfixiado.

Una noche, no podía dormir. La propuesta de mi suegra se repetía en mi cabeza como un disco rayado. Bajé a la cocina a por un vaso de agua, la casa estaba en silencio. Al pasar por el pasillo, escuché un ruido proveniente del dormitorio de Fernando, un sonido que no debería estar allí, una risa suave y femenina.

Mi corazón empezó a latir con fuerza. Me acerqué a la puerta, que estaba ligeramente entreabierta. Un miedo helado me recorrió la espalda. Pegué el ojo a la rendija y lo que vi destrozó mi mundo en un instante.

Era Sofía. Estaba en la cama con Fernando. No estaban simplemente hablando, él la abrazaba por la espalda mientras ella reía, una risa íntima, cómplice. La misma risa que compartía conmigo. Estaba usando la excusa de "consolar" a su cuñado para mantener una relación secreta con él.

Retrocedí, tropezando con mis propios pies. El vaso de agua se me cayó de las manos y se hizo añicos en el suelo, pero el ruido no fue nada comparado con el sonido de mi corazón rompiéndose.

La imagen de Sofía defendiéndome en la sala, su declaración de amor y lealtad, se superpuso con la imagen de ella en la cama de mi hermano. Todo era una mentira. Una cruel y elaborada mentira. Y yo, el tonto de siempre, me la había creído.

            
            

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