"Ricardo, mi amor, me asustaste. ¿No podías dormir?" Su voz era suave, llena de una falsa preocupación que me revolvió el estómago.
Me levanté sin decir una palabra, abrí el armario y saqué una maleta. Empecé a meter mi ropa de forma mecánica, sin mirarla.
"¿Qué estás haciendo? ¿A dónde vas?" preguntó, su voz ahora teñida de pánico. Se acercó y trató de tomar mi brazo.
Aparté su mano como si quemara. "No me toques," dije, mi voz era fría, sin emoción. "Te vi, Sofía. Te vi con Fernando".
Su rostro se transformó. La falsa preocupación desapareció y fue reemplazada por un torrente de lágrimas. Se arrodilló en el suelo, aferrándose a mis piernas.
"¡No es lo que piensas, Ricardo! ¡Te lo juro! Solo estaba consolándolo, está destrozado, es mi cuñado, el esposo de mi hermana..." Sus sollozos eran convincentes, su actuación era impecable. Pero yo ya había visto la verdad.
La empujé suavemente y cerré la maleta. "Quiero el divorcio".
La semana siguiente fue un infierno. Sofía se negó a aceptar el divorcio, llorando y suplicando, actuando como la esposa devota y traicionada. En público, continuaba con su farsa, hablando de la importancia de "ayudar" a Fernando, de su "deber" como cuñada. Pero por las noches, sabía que seguía escabulléndose a su habitación.
Yo dejé de comer, de dormir. Me consumía por dentro. Me miraba al espejo y veía a un hombre demacrado, con ojeras profundas y una mirada vacía. En cambio, Fernando parecía florecer. Su dolor por la pérdida de Elena había sido reemplazado por un brillo satisfecho en sus ojos. El muy desgraciado se paseaba por la casa con una sonrisa arrogante, disfrutando de su victoria.
La familia, por supuesto, se puso del lado de ellos.
"Ricardo, estás siendo egoísta," me dijo mi madre un día, con el ceño fruncido. "Tu hermano te necesita, la familia te necesita. ¿No tienes compasión?".
"¿Compasión?" reí amargamente. "¿Y quién tiene compasión por mí? ¿Quién se preocupa por cómo me siento yo?".
Me miraron como si fuera un monstruo. Para ellos, mi dolor era una inconveniencia, un obstáculo para sus planes. No podía soportarlo más. Decidí irme, alquilar un apartamento, alejarme de esa casa tóxica. Ya había contactado a un abogado y estaba listo para presentar la demanda de divorcio, con o sin el consentimiento de Sofía.
Estaba terminando de empacar mis últimas cosas cuando Sofía entró en la habitación. Tenía una sonrisa extraña en su rostro, una mezcla de triunfo y nerviosismo.
"Ricardo, tenemos que hablar," dijo, sosteniendo un pequeño papel blanco en su mano.
"No hay nada de qué hablar, Sofía. Me voy".
"No, no te vas a ir," dijo, su sonrisa se ensanchó. "Porque no puedes dejarme ahora".
Me tendió el papel. Era una prueba de embarazo. Positiva.
"Estoy embarazada," anunció, mirándome directamente a los ojos. "Y es tuyo, Ricardo. Es nuestro bebé".