El Adiós Que Nunca Dijeron
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Capítulo 2

Los días siguientes, me dediqué a enterrar mi pasado. Vacié mi armario de todos los vestidos que me habían regalado, las joyas, las cartas. Todo lo que me recordaba a ellos fue metido en cajas y donado. Quería un lienzo en blanco.

Me concentré en los preparativos de mi boda con Roy Castillo. Hablaba con los organizadores, revisaba los contratos, elegía los menús. Me sumergí en el trabajo, ignorando el drama que, sabía, se estaba gestando en Guadalajara.

Cuando regresé a la hacienda unos días después, la escena que me recibió fue un doloroso déjà vu.

Sasha, ya dada de alta, estaba recostada en un diván en el patio, con una manta sobre las piernas. Patrick le abanicaba suavemente, Leon le contaba un chiste que la hizo reír débilmente, y Máximo le leía en voz alta un libro.

Parecía una reina atendida por su devota corte.

Al verme, la expresión de Sasha cambió. Se encogió, adoptando una máscara de sumisión y miedo.

"Señorita Lina... ha vuelto", susurró, intentando levantarse. "Déjeme... déjeme prepararle un té."

"No te muevas, Sasha", la detuvo Patrick, lanzándome una mirada de reproche. "¿No ves que está herida?"

"Lina, no seas tan dura con ella", añadió Leon. "Ha pasado por mucho."

La injusticia de la situación era sofocante. "Si tanto les preocupa su bienestar", dije, mi voz cortante, "¿por qué no se la llevan a una de sus casas? Seguramente estará más cómoda allí que aquí, donde tiene que 'servirme'."

La palabra "servir" fue como un gatillo.

Sasha se arrodilló en el suelo, las lágrimas brotando de sus ojos como si fueran una fuente.

"¡Señorita Lina, por favor, no me eche! ¡No tengo a dónde ir! ¡Fue mi culpa! ¡Todo fue mi culpa! ¡No debí acercarme al caballo! ¡La molesté, lo siento!"

Era una actuación digna de un premio.

"¡Lina, ya basta!", gritó Patrick, corriendo a levantar a Sasha del suelo. "¿Cómo puedes ser tan cruel?"

"¡Tiene el tobillo lastimado y la obligas a arrodillarse!", me acusó Leon, su rostro enrojecido por la ira.

"Siempre has sido así", dijo Máximo, su voz gélida. "Incapaz de sentir compasión."

Me sentí abrumada. La lógica no funcionaba con ellos. Su ceguera era impenetrable. Sin decir una palabra más, me di la vuelta y me retiré a mi habitación, el corazón pesado por el agotamiento.

Más tarde, alguien llamó a mi puerta. Era Sasha, cojeando visiblemente, con una taza de té en una bandeja.

"Señorita Lina, sé que está enfadada. Le traje un té para que se relaje."

La miré, sabiendo que era una trampa. En mi vida pasada, habría aceptado, tratando de hacer las paces. Ahora, no.

"No lo quiero. Vete", dije simplemente.

Fingió tropezar. La taza de té voló por el aire, pero no hacia el suelo. La lanzó directamente hacia mí. El líquido caliente me salpicó el brazo y el pecho, quemándome la piel.

Al mismo tiempo, ella soltó un grito agudo y se desplomó en el suelo, como si yo la hubiera empujado. Se golpeó la cabeza deliberadamente contra la esquina de una mesa y cerró los ojos, fingiendo un desmayo.

La puerta se abrió de golpe. Patrick, Leon y Máximo entraron corriendo, alertados por su grito.

Ignoraron mi brazo enrojecido y la tela de mi blusa pegada a mi piel quemada.

"¡Sasha!", gritaron al unísono, corriendo hacia ella.

Patrick la levantó en brazos. Leon le apartaba el pelo de la cara. Máximo ya estaba llamando a una ambulancia.

Me quedé allí, de pie, con el brazo ardiendo, completamente invisible para ellos. En ese momento, sentí que el último hilo que me unía a ellos se rompía. No era un corte limpio, sino un desgarro doloroso y definitivo.

Ya no había vuelta atrás.

            
            

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