Engañada, Muerta, y Ahora Renacida
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Capítulo 2

En mi estudio, el olor a telas y a hilos me recibió como un viejo amigo.

Este era mi mundo, el único lugar donde me sentía yo misma.

Sobre la mesa de trabajo descansaban los bocetos de la colección que, en mi vida pasada, me había consolidado como una diseñadora de renombre.

Una colección que generó una fortuna, fortuna que yo, ingenuamente, puse en una cuenta conjunta con Alejandro.

Recordé con una claridad dolorosa cómo usé una gran parte de ese dinero para comprarle a Laura el equipo más caro de fotografía y video para su "carrera de influencer".

Cámaras, luces, un ordenador de última generación.

Todo terminó acumulando polvo en un rincón de su habitación después de dos semanas de entusiasmo fingido.

Recordé también el "campamento de entrenamiento para gamers profesionales" en Corea del Sur al que mandé a Ricardo.

Costó una fortuna.

Volvió diciendo que era una estafa, pero los extractos de la tarjeta de crédito contaban una historia de fiestas, alcohol y compras de lujo.

Y Alejandro... a él le financié una exposición entera en una galería prestigiosa.

Pagué el alquiler del local, la publicidad, el catering para la inauguración.

No vendió ni un solo cuadro.

Se pasó la noche bebiendo vino caro y culpando al "público ignorante" por no apreciar su "genio".

Todo lo que gané, todo mi esfuerzo, se fue por el desagüe de sus caprichos y su pereza.

Y yo, mientras tanto, trabajaba hasta el agotamiento, aceptando cada vez más encargos, sacrificando mis horas de sueño, todo para mantener su insaciable estilo de vida.

La puerta del estudio se abrió sin que tocaran.

Era Alejandro. Se apoyó en el marco de la puerta con esa falsa pose de artista torturado que tanto le gustaba.

"Sofía, cariño, ¿qué te pasa? Estás muy rara desde la cena".

No me giré a mirarlo. Seguí organizando mis telas.

"Estoy cansada, Alejandro. Eso es todo".

"Es por los niños, ¿verdad?", dijo, acercándose. "No les hagas caso. Son adolescentes, ya sabes cómo son. Pero en el fondo te quieren".

Una risa amarga quiso escapar de mis labios, pero la contuve.

¿Quererme? Me despreciaban.

Y él lo sabía. Lo fomentaba.

"No es por ellos", respondí, mi voz plana.

Puso sus manos sobre mis hombros, su tacto ahora me producía una repulsión física.

"Entonces, ¿qué es? Sabes que puedes contarme lo que sea".

Me aparté de su contacto, dándome la vuelta para enfrentarlo.

"Necesito hablar contigo de algo importante".

Su expresión cambió sutilmente. La máscara de preocupación se resquebrajó, dejando ver la cautela.

"Claro, dime".

"Es sobre el dinero para el viaje de Laura a la playa con sus amigas".

En mi vida anterior, este fue el tema de conversación de esa noche. Me pidió una cantidad exorbitante para un viaje de lujo que yo, por supuesto, pagué sin rechistar.

Una pequeña sonrisa de alivio apareció en su rostro. Pensó que todo volvía a la normalidad.

"Ah, eso. Sí, qué bueno que lo mencionas. Laura está muy ilusionada. Pensé que con unos treinta mil pesos estaría bien para una semana, ya sabes, hotel, comidas, compras..."

"No", lo interrumpí.

Se quedó callado, parpadeando.

"¿Cómo que no?"

"He dicho que no. No le voy a dar ese dinero".

Su sonrisa desapareció por completo. Su rostro se endureció.

"Sofía, ¿qué estás diciendo? Es solo un viaje. Tenemos el dinero".

"Tú lo has dicho", respondí, mirándolo fijamente. "Tenemos. Pero la que trabaja soy yo. La que gana ese dinero soy yo. Y he decidido que no se va a gastar en un capricho".

Alejandro me miró como si me hubiera salido una segunda cabeza. Nunca le había hablado así.

"¿Un capricho? Es mi hija, Sofía. Tu hijastra. Se merece un descanso".

"Tu hija tiene dieciséis años. Si quiere un viaje de lujo, puede buscar un trabajo de verano, como hacen todos los chicos de su edad".

"¡No voy a permitir que mi hija se ponga a trabajar como una sirvienta!", exclamó, su voz subiendo de tono.

"Entonces no irá a la playa", concluí, encogiéndome de hombros.

Nos quedamos en silencio por un momento, la tensión llenando el pequeño estudio.

Pude ver en sus ojos el cálculo, la confusión. Estaba intentando entender qué había fallado en su manipulación.

Detrás de él, en el pasillo, vi las figuras de Laura y Ricardo, escuchando a escondidas.

Sus rostros reflejaban una mezcla de sorpresa e indignación.

De repente, me sentí increíblemente lúcida.

Eran ellos tres contra mí.

Una familia real, unida por la sangre y el parasitismo.

Y yo... yo siempre había sido la extraña, la pieza externa, la proveedora.

La tonta útil.

Alejandro respiró hondo, intentando recuperar el control. Volvió a poner su máscara de hombre razonable.

"Está bien, Sofía. Entiendo. Estás estresada por el trabajo. Lo hablaremos más tarde, cuando estés más calmada".

Sonreí, una sonrisa fría que no llegó a mis ojos.

"Estoy perfectamente calmada, Alejandro. Y mi respuesta seguirá siendo no".

Me di la vuelta y volví a mi mesa de trabajo, dándole la espalda.

Era una declaración.

La conversación había terminado.

Y su control sobre mí, también.

            
            

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