Engañada, Muerta, y Ahora Renacida
img img Engañada, Muerta, y Ahora Renacida img Capítulo 3
4
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
Capítulo 11 img
img
  /  1
img

Capítulo 3

El sonido de un sollozo ahogado rompió el tenso silencio.

Laura entró corriendo al estudio, con lágrimas de cocodrilo surcando sus mejillas.

"¡Papá! ¿Por qué Sofía es tan mala conmigo? ¡Yo solo quería ir a la playa con mis amigas! ¡Todas van a ir! ¡Voy a ser la única que se quede aquí!".

Se arrojó a los brazos de Alejandro, llorando de forma ruidosa y exagerada.

Era una actuación que yo había visto muchas veces.

Y siempre funcionaba.

Alejandro la abrazó, lanzándome una mirada cargada de reproche.

"Ya ves lo que provocas, Sofía. Mira cómo has puesto a la niña. ¿Te sientes orgullosa? ¿Romperle el corazón a una jovencita te hace sentir poderosa?".

Sus palabras eran dardos calculados, diseñados para hacerme sentir culpable, cruel, inhumana.

En mi vida pasada, me habría desmoronado.

Le habría pedido perdón a Laura, le habría dado el dinero y hasta un extra por haberla hecho "sufrir".

Porque Alejandro era un experto en usar mi "incapacidad" para tener hijos en mi contra.

"Tú no entiendes lo que es el amor de una madre", me dijo una vez, "por eso a veces eres tan fría con ellos".

Esa frase se me quedó grabada durante años.

Me hizo creer que había algo fundamentalmente roto en mí.

Me esforcé el doble, el triple, por ser la madrastra perfecta, la proveedora incansable, todo para demostrarle que estaba equivocado.

Pero ahora, esa frase ya no dolía.

Ahora entendía que no era más que una herramienta de manipulación.

Levanté la cabeza de mis bocetos y los miré directamente.

"Laura no está desconsolada", dije con una calma que los sorprendió. "Está haciendo un berrinche porque no ha conseguido lo que quería. Y tú, Alejandro, en lugar de enseñarle el valor del trabajo, la estás animando a ser una niña mimada y manipuladora".

La boca de Alejandro se abrió y se cerró, sin que saliera ningún sonido.

Laura dejó de llorar de golpe, mirándome con puro odio.

"¿Cómo te atreves?", siseó Alejandro, encontrando por fin su voz. "¿Quién te crees que eres para hablar así de mi hija? ¡Tú no eres su madre!".

"¡Exacto!", grité, poniéndome de pie de un salto, la rabia contenida durante décadas finalmente explotando. "¡No soy su madre! ¡Nunca lo he sido y nunca lo seré! ¡Y tú no eres mi esposo! ¡Y esta no es tu familia! ¡Esta es mi casa, pagada con mi dinero, y ustedes son solo unos parásitos que viven de mí!".

Las lágrimas, esta vez reales, empezaron a brotar de mis ojos.

No eran lágrimas de tristeza, sino de furia y de liberación.

"¿Sabes cuántas veces me he tragado mis palabras para no 'herir los sentimientos' de tus hijos? ¿Sabes cuántas noches he pasado en vela trabajando para pagar tus fracasos y sus caprichos? ¿Sabes lo que se siente que te llamen 'la momia' a tus espaldas en tu propia casa?".

Mi voz se rompió, no por debilidad, sino por el peso de tantos años de silencio.

"¡Estoy harta! ¡Harta de ser la tonta útil, la proveedora sin voz ni voto! ¡Se acabó!".

Laura me miraba con la boca abierta, genuinamente sorprendida. El shock había reemplazado su ira.

Alejandro, por otro lado, tenía el rostro contraído por una furia helada.

Había perdido el control del guion.

Y eso era algo que no podía perdonar.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022