Mi Tercera Boda: La Elección Final
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Capítulo 2

La aparición de El Buitre cambió el aire de la capilla. La tensión agresiva de los hombres de Mateo y Emilio se transformó en un nerviosismo palpable. Nadie se movía. Nadie hablaba. El Buitre no era solo un hombre, era un mensaje.

Vi mi oportunidad y no la desperdicié.

"Buitre," dije, mi voz temblorosa por el dolor en mi brazo pero firme en su intención. "Sácame de aquí. Estos hombres han insultado a tu patrón."

El Buitre no me miró. Sus ojos seguían fijos en Emilio, quien todavía me sujetaba con fuerza.

"Suelta a la señora," ordenó El Buitre, su voz monótona y sin emoción, lo que la hacía aún más amenazante.

Emilio dudó. Pude ver la lucha en su rostro, la arrogancia chocando con el instinto de supervivencia. El León no era un enemigo que uno quisiera provocar. Lentamente, con una mueca de disgusto, aflojó su agarre.

Me aparté de él de inmediato, frotándome el brazo dolorido y refugiándome instintivamente detrás de la figura protectora de El Buitre.

El sicario dio un paso adelante, ignorando a todos los demás. Se detuvo frente a mí y sacó una pequeña caja de terciopelo negro de su bolsillo. La abrió. Dentro, sobre un lecho de satén, descansaba un collar de esmeraldas tan verdes y profundas como la selva.

"Un regalo de mi patrón," dijo El Buitre. "Para su futura esposa."

La belleza del collar era deslumbrante, un símbolo del poder y la riqueza de El León. Era una confirmación, una declaración ante todos los presentes.

Pero Emilio no podía soportarlo. La humillación era demasiado grande.

Con un gruñido gutural, se lanzó hacia adelante, arrebató la caja de las manos de El Buitre y la arrojó al suelo. El collar saltó y Emilio lo pisó con la bota, aplastando las esmeraldas y el oro bajo su talón. El sonido del metal retorciéndose y las gemas rompiéndose fue obsceno en el silencio de la capilla.

"¡Es una farsa!" gritó Emilio, su rostro enrojecido por la rabia. "¡Esta mujer es una impostora y tú eres su cómplice! ¡El León sabrá de tu traición!"

Se giró hacia sus hombres, su voz llena de una autoridad desesperada.

"¡Atrápenlos! ¡Atrápenlos a los dos!"

Los hombres de Emilio, envalentonados por la audacia de su líder, dudaron solo un instante antes de avanzar. Los hombres de Mateo, confundidos pero disfrutando del caos, también se prepararon para la pelea.

El Buitre ni siquiera se inmutó. No intentó sacar su arma de nuevo. Simplemente se quedó quieto, observando a Emilio con una expresión de leve curiosidad, como si estuviera viendo a un insecto extraño.

Emilio, enfurecido por su calma, sacó una navaja. El movimiento fue rápido, brutal. Se abalanzó sobre El Buitre y le clavó el cuchillo en el muslo.

El Buitre ahogó un siseo de dolor y se tambaleó, la sangre oscura comenzó a manchar su pantalón negro.

El acto fue tan salvaje, tan innecesario, que incluso los sicarios más duros de la sala parecieron sorprendidos.

"Ahora," dijo Emilio, limpiando la hoja en su pantalón, una sonrisa torcida en su rostro. "Vamos a ver quién es el que da las órdenes aquí."

Sus hombres nos rodearon, con las armas en alto. Estábamos atrapados. Mi breve momento de esperanza se había convertido en una pesadilla aún peor.

            
            

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