"Ahora, Fina," dijo Emilio, su voz resonando en el pequeño espacio. "Vas a contarme todo. ¿Cómo contactaste a El León? ¿Cuál es tu plan?"
Me quedé en silencio, mi mente era un torbellino de recuerdos. No iba a darles nada. Ya no. Había aprendido mi lección.
Mi mente voló hacia atrás, a esa tumba improvisada. Elegí a Mateo, y Emilio, a quien creía muerto en una emboscada, regresó. Me miró con ojos vacíos mientras sus hombres me arrojaban a un hoyo. "Si no eres mía, no serás de nadie," susurró. La tierra me cubría, llenaba mis pulmones. El pánico, la oscuridad, el fin.
El recuerdo era tan real que sentí la tierra en mi garganta de nuevo. Tragué saliva, anclándome en el presente.
Luego, mi mente saltó a la segunda vida. Elegí a Emilio. Me prometió el mundo. Me llenó de regalos y palabras dulces. "Eres mi reina, Sofía," me decía, aunque sabía que yo no era ella. "Eres mejor que la original." Creí en su calidez, en la protección que ofrecía. Pero era una jaula dorada. Cuando Mateo se volvió demasiado poderoso, Emilio me usó como moneda de cambio. Me entregó a él en un campo abierto, sabiendo lo que Mateo, en su dolor y celos, haría. Vi a los buitres enviados por Mateo, vi la sonrisa de disculpa de Emilio antes de irse. "Lo siento, mi amor. Es solo negocio."
Recordé una noche en particular, en esa segunda vida. Había tenido una pesadilla sobre mi verdadera identidad, sobre no ser Sofía. Emilio me había abrazado. "No importa quién eras," me susurró al oído. "Solo importa que ahora eres mía." En ese momento, sonó a consuelo. Ahora, entendía la verdad: era una declaración de propiedad.
Levanté la vista y miré a Emilio, luego a Mateo. La rabia me dio fuerzas.
"¿Quieren saber cuál es mi plan?" Me reí, un sonido seco y sin alegría. "Mi plan era alejarme de dos parásitos que creen que una mujer es un trofeo que se puede ganar."
Mi desafío los tomó por sorpresa. Mateo frunció el ceño, confundido. Pero Emilio... a Emilio se le oscureció el rostro.
"Sigues siendo tan testaruda," dijo, acercándose.
"Y tú sigues siendo tan patético," le respondí.
La bofetada fue tan fuerte que mi cabeza se estrelló contra la pared de piedra. El sabor metálico de la sangre llenó mi boca. El mundo giró por un segundo.
Vi a Mateo dar un paso adelante, un gesto involuntario de protesta. "Emilio, ya basta."
"Tú no te metas, Halcón," le espetó Emilio, sin apartar la vista de mí. "Esto es entre ella y yo. Siempre lo ha sido."
Se agachó hasta que su rostro estuvo a centímetros del mío. Su ira era un horno caliente.
"Van a quedarse aquí," dijo en voz baja, pero con una intensidad aterradora. "Sin comida. Sin agua. El Buitre se desangrará, y tú lo verás. Entonces, cuando estés suplicando, tal vez te escuche."
Se levantó y se dirigió a la puerta, con Mateo siguiéndole a regañadientes.
"Ah, y Fina," dijo, deteniéndose en el umbral. "Piensa en los buitres. Apuesto a que tienes hambre."
La puerta se cerró de golpe, y la oscuridad y el silencio nos envolvieron de nuevo, solo rotos por la respiración dificultosa de El Buitre a mi lado.