Sofía entró como una furia, con el rostro desencajado por la indignación. Su mirada pasó por encima de mí y se clavó en Pedro, que inmediatamente adoptó la postura de un mártir.
"¡Pedro! ¡Mi amor! ¿Qué te están haciendo?"
Corrió hacia él y lo abrazó, ignorando a los guardias de seguridad y a mí. Pedro se derritió en sus brazos, apoyando la cabeza en su hombro como un niño asustado.
"Sofía, gracias a Dios que llegaste," gimió. "Diego me despidió. Me está echando a la calle solo porque te amo."
Era una escena tan ridícula y calculada que me provocó náuseas. Estaban montando un espectáculo para todos los presentes.
Sofía se separó de él y me enfrentó. Sus ojos lanzaban chispas.
"¡Diego Ramírez! ¿Cómo te atreves? ¿No te bastó con la humillación de anoche? ¿Ahora vienes a acosar a un hombre inocente solo para satisfacer tu ego frágil?"
"Sofía," dije con un cansancio infinito. "Esto es mi empresa. Y él era mi empleado. Fin de la discusión."
"¡No! ¡Esto no ha terminado!" proclamó ella, poniéndose delante de Pedro como una leona de bolsillo. "¡Si te metes con él, te metes conmigo! ¡No voy a permitir que abuses de tu poder para lastimarlo!"
Fue entonces cuando mi asistente, Laura, que había permanecido en silencio, dio un paso al frente. Su paciencia se había agotado.
"Perdóneme, señorita Valderrama," dijo Laura, con una voz cortante como el hielo. "Pero el único que abusa aquí es usted y su... novio. Vienen a la fiesta del abuelo del señor Ramírez, lo humillan públicamente, y al día siguiente el señor Sánchez se presenta a trabajar como si nada, esperando seguir cobrando un sueldo. ¿Ustedes no conocen la palabra 'vergüenza' o simplemente les gusta coleccionar descaros?"
La intervención de Laura dejó a Sofía sin palabras por un segundo. La verdad, dicha de una forma tan directa y por un tercero, era innegable.
Pero Sofía se recuperó rápidamente.
"Tú no te metas, empleada," espetó con desprecio.
Aproveché su distracción para hablar.
"Laura tiene razón, Sofía. Lo que hicieron no fue un acto de amor, fue una declaración de guerra. Y lo hicieron en el territorio de mi abuelo. Mala elección."
Mi voz se endureció.
"Pero hablemos de ti. Vienes aquí, a mi empresa, a defender al hombre que supuestamente amas. ¿Sabes lo que eso te convierte? No en una heroína romántica. Te convierte en la amante de un entrenador de gimnasio desempleado. Felicidades por tu ascenso social."
El insulto dio en el blanco. El color desapareció de su rostro. La idea de que su "amor puro" la había rebajado de estatus era algo que su mente superficial no podía procesar.
Intentó recuperar el control, cambiando de táctica. Puso una expresión de falsa compasión, una que yo conocía muy bien.
"Diego, escúchame," dijo en un tono suave y condescendiente. "Sé que estás herido. Estás actuando por impulso, por dolor. No te guardo rencor. Podemos superar esto. A pesar de todo, siempre te veré como un hermano pequeño al que debo proteger."
La audacia de su propuesta me dejó atónito. ¿Un hermano pequeño? Después de todo, ¿quería relegarme a un papel secundario en su nueva y patética vida?
Me reí. Una risa seca, sin alegría.
"¿Un hermano? Sofía, prefiero ser tu enemigo a ser tu familia. Al menos como tu enemigo, puedo disfrutar de tu caída."
Me acerqué a ella, bajando la voz para que solo ella y Pedro pudieran oírme.
"Y créeme, vas a caer. Mi abuelo no es un hombre de negocios que resuelve las cosas con contratos. Es un luchador. Y te acaba de poner en una llave de la que no vas a salir. Anoche juró vengarse. ¿Sabes lo que pasa cuando El Santo de Plata jura algo? El cielo y la tierra se mueven para cumplirlo. Así que disfruta de tu 'amor verdadero'. Porque es lo único que te va a quedar."
Su rostro mostró un atisbo de miedo por primera vez. La mención de mi abuelo, una figura casi mítica en la ciudad, la había desestabilizado.
---