El aire en la mansión de la familia Torres vibraba con una electricidad festiva, cada rincón estaba decorado con arreglos de rosas blancas y orquídeas que desprendían un aroma dulce y caro, mezclándose con el murmullo de las conversaciones de la élite de la ciudad. Hoy era la pedida de mano de Sofía, la diseñadora de moda más prometedora del país, y Alejandro Torres, el heredero del imperio textil más grande de México. Era la unión perfecta, una alianza de talento y poder que todos celebraban.
Sofía se sentía como en un sueño, su propio diseño, un vestido de seda color marfil, caía perfectamente sobre su figura, elegante y sobrio. Saludaba a los invitados con una sonrisa serena, su prometido, Alejandro, a su lado, apretando su mano con una seguridad que parecía inquebrantable. Él era el novio ideal, guapo, rico y de buena familia. Todo era perfecto. Los padres de Sofía, un respetado abogado y una mujer de sociedad con una perspicacia legendaria, observaban a su hija con orgullo. Los señores Torres, por su parte, no ocultaban su satisfacción; esta unión consolidaría su legado.
El momento cumbre de la noche llegó. El señor Torres, Arturo, se puso de pie, carraspeó para llamar la atención y levantó una pequeña caja de terciopelo azul. Dentro, un anillo con un diamante que parecía capturar toda la luz de la habitación descansaba sobre el satén.
"Con este anillo, que ha pertenecido a la familia Torres por generaciones, sellamos el compromiso entre mi hijo, Alejandro, y esta joven maravillosa, Sofía", declaró con voz solemne.
Alejandro tomó la caja, sus ojos fijos en los de Sofía, una sonrisa ensayada en sus labios. Estaba a punto de tomar el anillo, de deslizarlo en el dedo de ella, de formalizar la promesa que cambiaría sus vidas para siempre. La sala entera contuvo la respiración, esperando el aplauso.
Pero en lugar de aplausos, un grito desgarrador rompió el silencio desde el piso de arriba.
"¡ALEJANDRO!"
La voz era de una mujer, llena de desesperación y locura. Todos los rostros se giraron hacia la gran escalera de mármol. El ambiente festivo se congeló, convirtiéndose en una tensión densa y palpable. La sonrisa de Alejandro se desvaneció, reemplazada por una máscara de pánico puro. Sus manos temblaron.
La pequeña caja de terciopelo azul se le resbaló de los dedos, cayendo con un ruido sordo sobre la alfombra persa. El anillo rodó fuera, perdiéndose bajo una de las mesas. La ceremonia se había roto. La promesa se había hecho añicos en el suelo.