El rostro de Alejandro estaba pálido, sus ojos fijos en la escalera como si hubiera visto a un fantasma.
"Es Isabella", susurró, la voz apenas audible, pero cargada de un terror que Sofía no comprendía.
Sin pensarlo dos veces, Alejandro se movió, listo para subir corriendo las escaleras, olvidándose por completo de Sofía, del anillo y de los cientos de invitados que los observaban. Pero el padre de Sofía, Fernando, un hombre cuya calma era tan imponente como su reputación, lo detuvo con un brazo firme.
"¿A dónde crees que vas, Alejandro?"
Una de las sirvientas bajó corriendo las escaleras, el pánico desfiguraba su rostro.
"¡Señor Torres, señor Torres! ¡Es la señorita Isabella! Está en el balcón de la casa de la señorita Sofía, al otro lado de la calle. ¡Lleva un vestido de novia y dice que se va a lanzar!"
Un murmullo de conmoción recorrió la sala. La prima de Alejandro, Isabella, amenazando con suicidarse en la casa de la novia. La humillación era pública, brutal e ineludible. Sofía sintió como si le hubieran dado una bofetada frente a todos, sus mejillas ardían, pero mantuvo la compostura, su cuerpo rígido.
Alejandro, ahora visiblemente angustiado, se volvió hacia el padre de Sofía.
"Señor, por favor, tenemos que posponer esto. Tengo que ir con ella. Me necesita."
La petición era tan absurda, tan insultante, que un silencio helado cayó sobre el grupo más cercano. ¿Cancelar la pedida de mano por un berrinche de su prima?
La madre de Sofía, una mujer elegante y de voluntad de acero, dio un paso al frente, su voz fría y cortante.
"¿Posponer? Alejandro, esto no es un juego de niños. Has humillado a mi hija y a nuestra familia frente a toda la sociedad. No hay nada que posponer."
Pero el padre de Sofía, siempre un estratega, levantó una mano para silenciar a su esposa. Miró a los padres de Alejandro, cuyos rostros eran una mezcla de vergüenza y furia.
"Arturo", dijo Fernando con una calma letal, "la pedida de mano no se cancela. El compromiso sigue en pie. Sin embargo, parece que tenemos un asunto familiar urgente que atender. Iremos todos a mi casa. Resolveremos esta... situación... ahora mismo."
No era una sugerencia, era una orden. La palabra "todos" resonó en la sala. No permitiría que este escándalo se resolviera a puerta cerrada, protegiendo a los Torres. Quería testigos. Quería que la humillación fuera compartida.
Sin decir una palabra más, el padre de Sofía la tomó del brazo, su agarre firme y protector. La familia de Sofía, seguida de cerca por una lívida familia Torres y el propio Alejandro, salió de la mansión, dejando atrás a los invitados desconcertados. Cruzaron la calle, una procesión silenciosa y tensa, dirigiéndose directamente hacia el origen del caos: la casa de Sofía. El escenario de la humillación estaba a punto de cambiar.