El Precio de Mi Corazón
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Capítulo 4

Una semana después, Alejandro me citó en el "Mirador de los Amantes", un lugar en las afueras de la ciudad con una vista espectacular. Era el lugar donde me había pedido que fuera su novia hacía diez años.

El recuerdo me provocó náuseas.

Llegué y lo encontré de pie, de espaldas a mí, mirando el paisaje. Cuando me acerqué, el lugar se iluminó de repente. Cientos de lucecitas de hadas colgadas en los árboles, un camino de pétalos de rosa en el suelo. Había un cuarteto de cuerdas tocando una melodía suave.

Era una escena sacada de una película romántica. Una película de terror, para mí.

Alejandro se giró, con una sonrisa ensayada.

"Sofía. Quería que este momento fuera perfecto. Un nuevo comienzo para nosotros".

Se arrodilló, sacando la misma caja de anillo de la otra vez.

"Sofía Romero, a pesar de todo, quiero pasar el resto de tu vida contigo. Cásate conmigo".

Antes de que pudiera responder, una voz aguda y llena de furia interrumpió la escena.

"¡Alejandro! ¿Qué crees que estás haciendo?".

Camila apareció de entre las sombras, con el rostro descompuesto por la ira. Sus ojos, normalmente lánguidos y tristes, ahora lanzaban chispas.

"¡Me prometiste que solo era un trámite! ¡Un acuerdo para conseguir lo que necesitamos! ¿Qué es todo este circo?".

Alejandro se levantó de un salto, visiblemente nervioso.

"Camila, por favor, ahora no. Vete a casa, luego hablamos".

"¡No me voy a ninguna parte!", gritó ella, acercándose a mí. "Tú", me señaló con un dedo tembloroso, "eres solo un medio para un fin. Un banco de órganos con patas. ¿De verdad creíste que él te amaba? ¡Qué patética!".

El cuarteto de cuerdas dejó de tocar. El silencio era total, solo roto por la respiración agitada de Camila.

Miré a Alejandro, esperando que la negara, que me defendiera.

Pero él solo bajó la cabeza, incapaz de mirarme a los ojos.

El silencio fue su confesión.

Todo era verdad. El amor, la boda, la preocupación. Una mentira monstruosa para arrancarme el corazón del pecho, literalmente.

"Alejandro...", susurré, sintiendo que el mundo se desmoronaba. "¿Es cierto?".

Él finalmente levantó la vista, y en sus ojos no vi amor, ni culpa. Vi desesperación. La desesperación de un hombre acorralado.

"Sofía, tienes que entenderlo", dijo, su voz casi una súplica. "Camila se está muriendo. Su corazón ya no puede más. Los médicos dijeron... que el tuyo es perfecto para ella. Es una compatibilidad de una en un millón".

Continuó, sus palabras cada vez más surrealistas.

"Íbamos a darte los mejores últimos meses de tu vida. Lujos, viajes, todo lo que quisieras. Y al final... harías el acto de amor más grande. Salvarías la vida de la mujer que amo. Tu muerte no sería en vano. Serías una heroína".

La heroína. La donante. El sacrificio.

Me eché a reír. Una risa hueca, rota, que salió desde lo más profundo de mi ser destrozado. Me reí hasta que las lágrimas corrieron por mi cara, hasta que me dolió el estómago.

Ellos me miraban como si me hubiera vuelto loca. Y quizás lo estaba.

En medio de mi ataque de risa histérica, mi teléfono sonó en mi bolsillo.

Lo saqué, mis manos temblando. Era un número desconocido. Contesté, poniendo el altavoz sin pensar.

"¿Señorita Sofía Romero?".

"Sí", dije, mi voz todavía temblorosa por la risa.

"Hablamos del Hospital Central. Soy el Dr. Morales. La llamo por los resultados de sus estudios. Hubo una confusión terrible con su expediente. Al parecer, se mezcló con el de otra paciente. Quiero confirmarle que usted está perfectamente sana. No hay rastro de ninguna enfermedad terminal. Repito, usted está completamente sana".

El silencio que siguió fue atronador.

Sana.

La palabra resonó en el mirador, rebotando en los árboles, en las caras estupefactas de Alejandro y Camila.

Giré lentamente mi cabeza para mirarlos. La expresión de Alejandro pasó del pánico a la incredulidad total. La de Camila fue de pura conmoción al horror absoluto.

Su plan perfecto, su noble sacrificio, se había derrumbado. La oveja que llevaban al matadero acababa de demostrar que no era una oveja en absoluto.

"¿Oyeron eso?", pregunté, con una calma que me asustó hasta a mí misma. "Estoy sana. No me voy a morir. Y por lo tanto... no hay corazón para nadie".

Caminé hacia Alejandro, que todavía estaba paralizado, con el anillo en la mano. Se lo quité suavemente.

"Pero no te preocupes, amor mío", le susurré, mi voz goteando un veneno dulce. "La boda sigue en pie".

Me puse el anillo en el dedo. Le quedaba perfecto.

"Nos vemos en el altar el sábado. No puedo esperar a convertirme en tu esposa".

Me di la vuelta y me alejé, dejando atrás el camino de pétalos, las lucecitas, y a las dos personas que habían planeado mi muerte, ahora mirándome como si hubieran visto a un fantasma.

Mientras caminaba, marqué el número de Ricky.

"Ricky, necesito un favor. Cómprame un boleto de avión a Viena. Solo de ida. Para el sábado por la mañana".

Sí, habría una boda el sábado.

Pero la novia no iba a estar allí.

                         

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