"Sofía, por favor, no seas tan dramática," dijo Camila, recuperando la compostura y adoptando un tono de víctima. Se mordió el labio inferior, una táctica que siempre usaba para parecer inocente. "Solo me lo estaba probando. Quería asegurarme de que todo estuviera perfecto para tu gran día."
"Dije que te lo quites," repetí, mi voz más dura esta vez. Avancé hacia ella, mis ojos fijos en los suyos. "Ese vestido lo diseñó mi madre para mí. No tienes derecho a tocarlo."
"¡Sofía!" Mi tía se interpuso entre nosotras, protegiendo a su hija como si yo fuera la amenaza. "¿Qué te pasa? Camila solo está tratando de ayudar. Deberías estar agradecida de tener una prima que se preocupa tanto por ti."
"¿Agradecida?" Una risa amarga se escapó de mis labios. "¿Agradecida por qué? ¿Porque mi prima se prueba mi vestido de novia a mis espaldas un día antes de la boda?"
Justo en ese momento, mi padre, el Dr. Carlos Romero, entró en la sala. Su rostro, famoso por su habilidad para crear belleza artificial, se contrajo en una mueca de desaprobación al ver la escena.
"¿Qué es todo este escándalo?" preguntó, su voz era la de un director de hospital dirigiéndose a enfermeras revolt हिas.
Camila corrió hacia él, las lágrimas ya brotando de sus ojos, una actuación digna de un premio.
"Tío Carlos, yo no hice nada. Solo quería ver si el vestido necesitaba algún ajuste de último minuto para Sofía, y ella... ella se enojó mucho conmigo."
Mi padre ni siquiera me miró. Puso su brazo alrededor de los hombros de Camila, en un gesto protector que a mí nunca me había dedicado.
"Sofía, ya es suficiente," dijo, su tono era una orden. "Camila es tu familia. Está aquí para apoyarte. No sé qué mosca te picó, pero controla tu carácter. No querrás avergonzar a la familia Vargas mañana."
Sentí un vacío en el pecho. La misma frialdad, la misma preferencia descarada que me había condenado en mi vida anterior. Siempre había buscado su aprobación, anhelando una pizca del amor que le profesaba a su sobrina. Ahora entendía. No era mi carácter, no era mi comportamiento. Simplemente, no era yo a quien él quería. Él no me veía como a una hija. Era solo una pieza en su tablero de ajedrez, una que estaba a punto de ser sacrificada.
Miré a mi padre, al hombre que mi madre amó, el hombre que me adoptó y prometió cuidarme. Y por primera vez, lo vi con claridad: un hombre hueco, consumido por la ambición y el estatus. El amor no significaba nada para él si no venía con un beneficio.
Con una nueva determinación, me di la vuelta, ignorándolos a los tres.
"María," llamé a una de las sirvientas que observaba la escena desde el pasillo. "Prepara un baño para mí. Y dile al chofer que tenga el auto listo en una hora."
Las sirvientas se miraron entre sí, una sonrisa burlona en sus labios. María, la más antigua y leal a mi padre, se cruzó de brazos.
"Lo siento, señorita Sofía, pero el doctor Romero nos dio instrucciones claras. Hoy debemos atender únicamente a la señorita Camila, para que no se estrese antes de la boda de mañana."
Otra sirvienta soltó una risita.
"Sí, la señorita Camila es la prioridad. Hay que asegurarse de que la familia de la novia luzca impecable."
El descaro era absoluto. Ya ni siquiera se molestaban en ocultar su desprecio. En esta casa, yo ya no era la futura novia, la heredera del legado de mi madre. Era una extraña, una molestia que pronto sería eliminada. La soledad era tan densa que casi podía tocarla. Estaba completamente sola en mi propia casa, rodeada de enemigos.