"Felicidades, Su Alteza. Tiene casi dos meses de embarazo. El bebé está sano y fuerte."
Mi mano voló instintivamente a mi vientre, todavía plano.
Una ola de emociones me golpeó: el shock, el dolor profundo por la vida que perdí, la desesperación que me había consumido, y de repente, una llama de esperanza feroz y ardiente.
Mi hijo.
Esta vez, lo protegería. Protegería a mi hijo con cada fibra de mi ser, sin importar el costo.
Recordé todo con una claridad aterradora. Recordé cómo Valentina, mi hermosa y egoísta hermana mayor, había rechazado este mismo matrimonio con el Príncipe Alejandro, alegando un amor por un plebeyo. Yo, con el corazón roto porque amaba en secreto al príncipe, acepté casarme en su lugar para salvar el honor de nuestra familia en decadencia.
Y recordé cómo, meses después de mi embarazo, Valentina regresó, llena de arrepentimiento y celos. Sedució a Alejandro con una facilidad insultante, sus risas resonando en los pasillos mientras yo me marchitaba en mi habitación. Su traición fue la daga que me mató, causando la pérdida de mi bebé y, finalmente, mi propia muerte por una "fiebre repentina".
Ahora, había renacido. Justo el día en que me enteré de mi embarazo.
Tenía una segunda oportunidad. No para amar, sino para vengarme.
La puerta se abrió y el Príncipe Alejandro entró. Era tan guapo como lo recordaba, con su cabello oscuro y sus ojos ambiciosos. Su rostro se iluminó con una sonrisa perfectamente ensayada cuando el médico le dio la noticia.
"¡Sofía, mi amor! ¡Esto es maravilloso! ¡Seremos padres!"
Se acercó y me abrazó. Su abrazo era frío, su alegría completamente falsa. Pude oler el ligero perfume de otra mujer en su ropa.
Fingí una sonrisa tímida, interpretando el papel de la esposa ingenua y feliz que él esperaba.
"Estoy tan feliz, Alejandro."
Pero por dentro, mi corazón era un témpano de hielo. Este hombre, mi esposo, era solo un peón. Mi hermana, mi propia sangre, era el objetivo principal.
Más tarde ese día, me senté en mi escritorio, la luz del sol de la tarde bañando la habitación. Mi doncella, Ana, me observaba con preocupación.
"Su Alteza, ¿desea que envíe un mensajero a sus padres para darles la buena noticia?"
Negué con la cabeza.
"No, Ana. No todavía."
En mi vida pasada, mi madre, la Duquesa, apenas pudo ocultar su decepción cuando fui yo, y no Valentina, quien se casó con el príncipe. Cuando Valentina regresó, mi madre la apoyó, susurrándole consejos sobre cómo ganarse el favor de Alejandro.
No, no les daría la noticia a ellos. No todavía.
Tomé una pluma y un trozo de pergamino. La venganza requería paciencia y una planificación cuidadosa. Y mi primer movimiento sería traer a la víbora directamente a mi nido.
Escribí una carta a Valentina.
Querida hermana,
Tengo noticias maravillosas. Estoy esperando un hijo del Príncipe Alejandro. Sé cuánto te preocupas por mí, y me sentiría mucho más tranquila si estuvieras aquí conmigo durante este tiempo. Por favor, ven al palacio. Te extraño muchísimo.
Con todo mi amor,
Sofía.
Le entregué la carta a Ana.
"Asegúrate de que esto llegue directamente a mi hermana. Solo a ella."
Ana asintió y se fue.
Observé por la ventana cómo el sol comenzaba a ponerse. El cielo se tiñó de naranja y rojo, los colores de la sangre y el fuego.
Una sonrisa fría se dibujó en mis labios.
El juego había comenzado. Y esta vez, yo dictaría las reglas.