"¡Sofía! ¿Cómo pudiste permitir esto?"
Mi madre, la Duquesa, irrumpió en mi sala de estar como un vendaval. Su rostro, generalmente compuesto y altivo, estaba rojo de ira. Detrás de ella, luciendo preocupada y virtuosa, estaba mi hermana, Valentina.
Se veía tan hermosa como siempre, vestida con un elegante vestido azul que resaltaba sus ojos. Pero debajo de esa fachada de hermana preocupada, vi el destello de ambición que tan bien conocía.
"Madre, ¿a qué te refieres?", pregunté con calma, dejando mi libro a un lado.
"¡Todo el palacio está hablando de ello! ¡El harén del príncipe! ¡Bailarinas, prostitutas! ¡Es una desgracia! Y tú, su esposa, ¡no haces nada!"
Valentina se acercó y me tomó la mano. Su toque era frío.
"Hermanita, no te enfades con mamá. Está preocupada por ti. Debe ser muy difícil para ti, estar embarazada y tener que lidiar con... todo esto."
Su simpatía era tan falsa que casi me hizo reír.
"Estoy bien, Valentina. El príncipe es bueno conmigo," dije, retirando mi mano suavemente. "¿Dónde has estado, por cierto? Te envié una carta hace semanas."
Mi madre resopló.
"Tu hermana estaba ayudando en el orfanato de la capital. Siempre tan bondadosa. Cuando se enteró de tu 'situación', vino de inmediato para apoyarte."
Ah, el orfanato. La coartada perfecta para la hija noble y desinteresada. En mi vida anterior, también había usado esa excusa.
Recordé la verdad. Valentina no estaba en ningún orfanato. Su "amor plebeyo" la había abandonado después de gastar todo el dinero que ella le había robado a nuestro padre. Humillada y sin un centavo, había recordado el matrimonio que había despreciado. Regresó no para apoyarme, sino para tomar lo que creía que era suyo por derecho.
Y lo había logrado.
Esta vez, la historia sería diferente.
"Es muy amable de tu parte, Valentina," dije, mi voz llena de una calidez fingida. "Pero de verdad, no tenías que molestarte. Estoy manejando las cosas."
Justo en ese momento, se escuchó un alboroto afuera. Un grito, seguido por el sonido de una lucha.
"¡Suéltenme! ¿No saben quién soy?"
La voz era aguda y familiar.
Mi doncella, Ana, entró corriendo, con el rostro pálido.
"Su Alteza, perdón por la interrupción. Los guardias... atraparon a alguien merodeando cerca del estudio del príncipe."
"¿Y bien?", pregunté, arqueando una ceja.
"Es... es ella, Su Alteza."
Ana señaló con un dedo tembloroso hacia la puerta.
Dos guardias corpulentos entraron, arrastrando a una mujer que luchaba. Su cabello estaba desordenado, su ropa de seda cara estaba rota en un hombro, y tenía un rasguño rojo en la mejilla.
Era Laura, la cortesana del Pabellón de Jade.
Mi madre jadeó, horrorizada. Valentina la miró con absoluto desdén.
Laura levantó la vista y sus ojos se encontraron con los míos. Había pánico en ellos, pero también un destello de desafío.
Sonreí para mis adentros.
El caos que había sembrado finalmente estaba dando sus frutos. Y había elegido el momento perfecto para florecer.