El Precio de Su Ciego
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Capítulo 3

Cuando Ricardo y una Sofía ya recuperada regresaron a casa, Isabella los recibió con una actuación digna de un premio, su rostro mostraba una preocupación exagerada, sus manos revoloteaban alrededor de la niña.

"¡Mi vida, mi pequeña! ¡Qué susto me diste! Estuve tan preocupada", exclamó, intentando abrazar a Sofía.

Ricardo apartó a la niña con suavidad, su propia cara era una piedra sin emociones, "¿Preocupada? ¿Es por eso que apagaste tu teléfono mientras tu hija casi se moría en un hospital?", preguntó con una calma que era más aterradora que cualquier grito.

Isabella se quedó sin palabras por un momento, "Ricardo, no es justo, yo no sabía que era tan grave, Camila me necesitaba, Mateo estaba muy asustado por su rodilla".

Ricardo soltó una risa amarga y sin alegría, se inclinó hasta quedar a la altura de Isabella, mirándola directamente a los ojos.

"Déjame preguntarte algo, Isabella, y quiero que seas honesta", dijo en voz baja pero intensa, "¿Cuál es la comida favorita de Sofía? ¿Cuál es su color preferido? ¿A qué le tiene miedo por las noches?".

Isabella abrió la boca para responder, pero ningún sonido salió, su rostro se quedó en blanco, no sabía las respuestas, la cruda verdad de su ignorancia quedó expuesta en el silencio de la sala.

"No lo sabes", afirmó Ricardo, "pero apuesto a que sabes cada detalle de la vida de Mateo, eso es todo lo que necesito saber".

Justo en ese momento, la puerta se abrió de golpe y entraron Camila y Mateo, sin siquiera tocar.

"¡Isa! Vamos a ir al zoológico, Mateo quiere ver a los leones, ¿vienen con nosotros?", anunció Camila, dando por sentado que se unirían a sus planes.

Ricardo estaba a punto de negarse, pero vio la mirada suplicante en los ojos de Sofía, la niña, a pesar de todo, todavía anhelaba un día en familia, con un suspiro de resignación, Ricardo aceptó.

El viaje al zoológico fue una tortura, en el restaurante del lugar, Isabella se dedicó a atender a Mateo, cortando su comida en pedacitos y limpiándole la boca, mientras ignoraba a Sofía, un amigo de la familia se acercó a la mesa.

"¡Isabella, qué sorpresa! Qué grande está tu hijo", dijo el hombre, señalando a Mateo.

Isabella, en lugar de corregirlo, sonrió y dijo: "Sí, ¿verdad? Es mi adoración", mientras acariciaba la cabeza de su sobrino, la humillación pública hizo que a Ricardo se le revolviera el estómago, Sofía bajó la mirada, jugando con su comida.

El punto de quiebre llegó en la tienda de regalos, Ricardo le había comprado a Sofía un libro de edición especial sobre animales, un libro caro que la niña había deseado por meses, mientras Sofía lo ojeaba con cuidado, Mateo se lo arrebató de las manos y, en un berrinche, arrancó varias páginas.

"¡Mateo, no!", gritó Sofía, con los ojos llenos de lágrimas.

Camila corrió hacia ellos, pero en lugar de regañar a su hijo, le arrebató el libro roto a Sofía.

"¡Sofía, cómo te atreves a pegarle a tu primo! ¡Mira cómo lo asustaste!", mintió Camila con una cara de indignación.

Antes de que Ricardo pudiera intervenir, Isabella se acercó como una furia.

"¡Isabella García, estás castigada! ¡Pídele perdón a tu primo ahora mismo!", gritó, sin siquiera preguntar qué había pasado.

"Pero mamá, yo no hice nada, él rompió mi libro", sollozó Sofía.

"¡No me contestes! ¡Te quedarás sin postre y te irás a tu cuarto en cuanto lleguemos a casa!", sentenció Isabella, su voz resonando en la tienda, atrayendo las miradas de todos, agarró a Sofía bruscamente del brazo, ignorando sus lágrimas y sus súplicas.

La injusticia era tan grande, tan flagrante, que Ricardo sintió que algo dentro de él se rompía para siempre, la imagen de su esposa castigando a su propia hija para proteger al hijo de su hermana fue la gota que derramó el vaso, ya no había amor, ni esperanza, solo un abismo de resentimiento y la certeza absoluta de que debía sacar a su hija de ese infierno.

            
            

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