Maldición de un Amor Traicionado
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Capítulo 4

Los días siguientes fueron un borrón de trámites y dolor silencioso. Regresaron a la casa, un lugar que de repente se sentía ajeno y frío. El silencio era pesado, lleno de cosas no dichas. Sofía intentaba actuar con normalidad, una normalidad rota e incómoda.

Una noche, mientras Ricardo miraba fijamente la pared vacía de la sala, ella se sentó a su lado.

"He estado tan estresada últimamente, Ricardo" , comenzó, su voz suave y calculada. "Con las deudas, la falta de dinero... A veces siento que no puedo más. Por eso he estado tan distante."

Era una justificación, un intento de tejer una nueva mentira sobre los restos de la anterior. Culpaba a la pobreza que ella misma había fabricado. Ricardo la escuchó sin mirarla. Cada palabra era un insulto a la memoria de Miguel.

Él no tenía fuerzas para discutir, para confrontarla. ¿De qué serviría? La verdad no le devolvería a su hijo. Solo quería silencio.

"Déjame en paz, Sofía" , dijo finalmente, su voz plana, desprovista de toda emoción.

"No puedes seguir así, Ricardo. Me estás alejando. ¡Yo también estoy sufriendo!"

"No, no estás sufriendo" , respondió él, girando su cabeza para mirarla por primera vez. Sus ojos estaban muertos. "Tú no tienes ni idea de lo que es sufrir. Solo déjame solo."

La ira brilló en los ojos de Sofía. No estaba acostumbrada a que la desafiaran, a que su manipulación no funcionara. Se levantó de un salto, su falsa tristeza reemplazada por una frustración genuina.

"¡Bien! ¡Húndete en tu miseria tú solo!" , gritó antes de salir de la casa, dando un portazo que hizo temblar las paredes.

En el silencio que siguió, Ricardo sintió un extraño alivio. Era la primera vez en años que la casa se sentía verdaderamente en calma. Era una paz triste y vacía, pero era paz al fin. El aire ya no estaba contaminado por sus mentiras.

Se levantó y caminó hacia la habitación de Miguel, un santuario que no se había atrevido a tocar. Todo estaba como él lo había dejado. Sus libros de texto apilados en el escritorio, su ropa doblada en una silla. Sobre la cómoda, vio un pequeño trofeo de plástico de un torneo de ajedrez de la secundaria. Miguel había estado tan orgulloso de él.

Más tarde, Sofía regresó. Entró en la habitación de Miguel mientras Ricardo sostenía el pequeño trofeo en sus manos.

Ella miró alrededor con una expresión de fastidio.

"Tenemos que empezar a sacar estas cosas, Ricardo. Guardar todo esto solo te hará más daño" , dijo, su mirada pasando por encima del trofeo sin reconocerlo.

Luego, su dedo señaló el objeto que él sostenía.

"Sobre todo esas porquerías viejas. Hay que hacer espacio."

Ricardo se quedó helado. Ni siquiera sabía lo que era. No recordaba el día en que Miguel llegó a casa con una sonrisa de oreja a oreja, sosteniendo ese pedazo de plástico como si fuera de oro puro. Ella no había estado allí, por supuesto. Estaría "ocupada".

La brecha entre ellos ya no era una grieta, era un abismo. Ella no solo había traicionado su presente, sino que había estado ausente de todo su pasado. No conocía a su propio hijo. No conocía el valor de sus pequeños triunfos, los únicos lujos que su familia se había podido permitir.

Ricardo no dijo nada. Simplemente apretó el trofeo en su mano, el plástico barato cortándole la palma, y supo que no había absolutamente nada que salvar.

                         

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