Después de eso, apareció un abrigo nuevo en mi cama, sin ninguna explicación.
Era torpe en todo lo que significaba cuidado y delicadeza, pero lo intentaba.
A su manera brusca y silenciosa, intentaba cuidarme.
Y eso, para un niño que nunca había sido cuidado por nadie, significaba todo.
Pero pronto descubrí que el centro del universo de Ximena no era yo, ni su deber, ni nada en este palacio.
El centro de su universo era el Capitán Alonso.
La veía observarlo en el patio de entrenamiento.
Su mirada, normalmente fría y distante, se transformaba.
Se llenaba de una intensidad que daba miedo, una mezcla de anhelo y dolor tan profunda que me hacía sentir incómodo.
Ella nunca le hablaba, solo lo miraba desde lejos, como yo lo hacía antes.
Pero su mirada era diferente a la mía.
La mía era de admiración infantil.
La suya era de una mujer que amaba a un hombre que no la veía.
Ximena seguía al Capitán Alonso a todas partes.
Si él iba a una patrulla en la frontera, ella pedía ser asignada a la misma misión.
Si él tenía un duelo de práctica, ella estaba entre la multitud, observando cada movimiento.
Y casi siempre, volvía herida.
No eran heridas graves, pero eran constantes.
Un corte en el brazo, un tobillo torcido, un moretón en la mejilla.
Heridas que sufría por ponerse en situaciones peligrosas, solo para estar cerca de él.
Una noche, regresó con una herida profunda en el costado.
La vi entrar a sus habitaciones, cojeando, dejando un rastro de sangre en el suelo de piedra.
La seguí en silencio.
Estaba sentada en el borde de su cama, tratando de coser la herida ella misma, con las manos temblando.
"Te vas a desangrar," le dije desde la puerta.
Ella levantó la vista, sorprendida.
"Lárgate de aquí."
"No. Déjame ayudarte."
Me acerqué, tomé el botiquín de primeros auxilios y, con manos torpes, comencé a limpiar la herida.
Ella se quedó quieta, observándome, su respiración agitada por el dolor.
Mientras le ponía el vendaje, no pude contenerme más.
"¿Por qué haces esto, Ximena?"
Ella no respondió.
"¿Por qué lo sigues a todas esas misiones peligrosas? ¿Por qué te pones en riesgo por él?"
"No es asunto tuyo," dijo, su voz apenas un susurro.
"Sí lo es," insistí, apretando el vendaje con más fuerza de la necesaria. "Eres mi guardiana. Si te matas, ¿quién me cuidará?"
Ella me miró, y por primera vez, vi algo más que frialdad en sus ojos.
Vi una profunda tristeza.
"Nadie te cuidará, niño. Así es la vida. Tienes que aprender a cuidarte solo."
"Yo no quiero," dije, mi voz temblando. "Yo te quiero a ti."
Esa noche, por primera vez, no se fue.
Después de que terminé de vendarla, se quedó en su habitación.
Y yo me quedé con ella.
No hablamos más.
Simplemente nos sentamos en silencio mientras la noche avanzaba.
En un momento, me llevó a la pequeña ventana de su habitación, que daba a un patio interior.
El cielo estaba despejado, lleno de estrellas.
"Mira," dijo en voz baja. "Esa es la Osa Mayor. Los viajeros la usan para no perderse."
Nos quedamos allí, mirando las estrellas juntos.
Ella no fue a buscar a Alonso.
Se quedó conmigo.
Y por esa noche, sentí que, tal vez, yo también podría ser una estrella en su cielo, una pequeña y débil, pero suficiente para que no se perdiera en la oscuridad.