Un grito animal, lleno de rabia y dolor, escapó de la garganta de Sofía.
Sin pensarlo, se lanzó hacia adelante, con las manos extendidas como garras, apuntando a la cara sonriente de Camila.
"¡Monstruo!" gritó.
Pero antes de que pudiera alcanzarla, dos guardias de seguridad, hombres enormes vestidos de negro, la interceptaron. La sujetaron por los brazos, levantándola del suelo mientras ella pataleaba y luchaba inútilmente.
"¡Suéltenme! ¡La voy a matar!"
Mateo se acercó a ella con calma, su rostro una máscara de irritación.
"Basta, Sofía. Estás haciendo una escena," dijo con una voz peligrosamente baja. "No me obligues a que te saquen de aquí a la fuerza."
La amenaza pendía en el aire. Sabía que él era capaz de hacerlo. Derrotada, dejó de luchar. Los guardias la arrastraron de vuelta a su silla y la dejaron caer sin ceremonias.
"Ahora," continuó Mateo, como si nada hubiera pasado, "pasemos a la segunda ronda."
Señaló a otro asistente, que trajo un objeto rectangular, envuelto en un paño de seda. Mateo lo desenvolvió, revelando un marco de madera oscura.
Dentro del marco, protegido por un cristal, había un papel amarillento con caligrafía elegante.
Era el primer contrato que firmó el padre de Sofía cuando fundó su pequeña empresa de construcción. Era el documento que representaba décadas de trabajo honesto, el sudor y los sacrificios de su familia, el cimiento sobre el que se había construido todo lo que tenían.
"Esto," dijo Mateo, "es el símbolo del humilde comienzo de la familia Rojas. Un recordatorio de que, sin importar cuán alto vuelen, empezaron desde abajo. Será la apuesta para la siguiente pregunta."
El miedo helado se apoderó de Sofía. Esto era peor que el relicario. Esto no era solo su dolor, era el orgullo de su familia.
Camila se inclinó hacia adelante, fingiendo una preocupación que era grotesca.
"Ay, Sofi, te ves tan pálida," susurró, lo suficientemente alto para que todos la oyeran. "No te preocupes. Es solo un juego. Tal vez si te esfuerzas más esta vez, puedas ganar."
Su falsa compasión era una tortura.
"¡Cállate!" espetó Sofía.
"¡Sofía!" la reprendió Mateo al instante. "Discúlpate con Camila. Ella solo está tratando de ser amable."
El mundo de Sofía se inclinó sobre su eje. ¿Él la defendía? ¿Después de lo que acababa de hacer? La estaba aislando por completo, pintándola como la agresora, la loca.
"No me voy a disculpar," dijo Sofía, su voz temblando de una furia impotente.
Mateo suspiró, como si estuviera tratando con una niña caprichosa.
"Como quieras. Pregunta número dos." Se volvió hacia Camila de nuevo. "Ilumínanos."
Camila sonrió, saboreando su poder.
"Esta es fácil. Mateo, amor, ¿dónde fue nuestra primera cita? El lugar exacto."
Mateo le sonrió a Camila, una sonrisa cómplice que partió en dos lo que quedaba del corazón de Sofía.
Miró a Sofía. "Tienes diez segundos."
La mente de Sofía era un torbellino de pánico. ¿Un restaurante? ¿Un bar? ¿Un viaje? Podría ser cualquier lugar del mundo. Era otra pregunta imposible.
Miró a Mateo, buscando una pizca de la persona que creía conocer. No encontró nada. Solo un extraño con ojos vacíos.
"No... no lo sé," susurró.
"¡Qué pena!" exclamó Camila, aplaudiendo suavemente. "Fue en la terraza del Hotel Bellagio en Las Vegas. Fue tan romántico."
Mateo asintió. "Respuesta incorrecta, Sofía. Pierdes de nuevo."
Tomó el contrato enmarcado de su padre y caminó hacia Camila, presentándoselo como una ofrenda.
"Es tuyo."