Mil Veces Tú
img img Mil Veces Tú img Capítulo 4 4
4
Capítulo 6 6 img
Capítulo 7 7 img
Capítulo 8 8 img
Capítulo 9 9 img
Capítulo 10 10 img
Capítulo 11 11 img
Capítulo 12 12 img
Capítulo 13 13 img
Capítulo 14 14 img
Capítulo 15 15 img
Capítulo 16 16 img
Capítulo 17 17 img
Capítulo 18 18 img
Capítulo 19 19 img
Capítulo 20 20 img
Capítulo 21 21 img
Capítulo 22 22 img
Capítulo 23 23 img
Capítulo 24 24 img
Capítulo 25 25 img
Capítulo 26 26 img
Capítulo 27 27 img
Capítulo 28 28 img
Capítulo 29 29 img
Capítulo 30 30 img
Capítulo 31 31 img
Capítulo 32 32 img
Capítulo 33 33 img
Capítulo 34 34 img
Capítulo 35 35 img
Capítulo 36 36 img
Capítulo 37 37 img
Capítulo 38 38 img
Capítulo 39 39 img
Capítulo 40 40 img
Capítulo 41 41 img
Capítulo 42 42 img
Capítulo 43 43 img
Capítulo 44 44 img
Capítulo 45 45 img
Capítulo 46 46 img
Capítulo 47 47 img
Capítulo 48 48 img
Capítulo 49 49 img
Capítulo 50 50 img
Capítulo 51 51 img
Capítulo 52 52 img
Capítulo 53 53 img
Capítulo 54 54 img
Capítulo 55 55 img
Capítulo 56 56 img
Capítulo 57 57 img
Capítulo 58 58 img
Capítulo 59 59 img
Capítulo 60 60 img
Capítulo 61 61 img
Capítulo 62 62 img
Capítulo 63 63 img
Capítulo 64 64 img
Capítulo 65 65 img
Capítulo 66 66 img
Capítulo 67 67 img
Capítulo 68 68 img
Capítulo 69 69 img
Capítulo 70 70 img
Capítulo 71 71 img
Capítulo 72 72 img
Capítulo 73 73 img
Capítulo 74 74 img
Capítulo 75 75 img
Capítulo 76 76 img
Capítulo 77 77 img
Capítulo 78 78 img
Capítulo 79 79 img
Capítulo 80 80 img
Capítulo 81 Epílogo img
img
  /  1
img

Capítulo 4 4

El vestido era ajustado. Más de lo que me hubiera gustado. Enzo dijo que "realzaba mi silueta" y que a los fotógrafos de la noche les encantaría. Dijo también que el rojo quedaba bien con el tono de mi piel, que daba engagement, que llamaba la atención. Yo odiaba el rojo.

- Es un evento importante, Allegra. Nada puede salir mal - dijo, ajustando el nudo de la corbata frente al espejo, como si ensayara su propia imagen.

En el coche, no me habló. Solo revisaba el celular, intercambiando mensajes con el asesor. Cada notificación parecía retumbar en el silencio entre nosotros. Mientras tanto, yo intentaba controlar la respiración, tragar en seco esa sensación de que algo estaba a punto de romperse. Tal vez yo misma.

Cada paso dentro del coche, dentro del salón, dentro de mí... era como si la Allegra verdadera se hubiera quedado afuera. Sentada en un banco de piedra, en alguna callejuela olvidada de Nápoles. Esperando a que yo regresara.

El salón de Gioia era un universo paralelo. Arañas de cristal reflejando mil luces, champán burbujeando en copas infinitas, camareros que flotaban como sombras educadas. Influencers con sonrisas ensayadas y ropa que gritaba "mírame". Era todo demasiado - demasiado brillo, demasiado ruido, demasiada apariencia. Muy poca verdad.

Enzo se movía allí como pez en el agua. Encantador, articulado, con esa risa que usaba cuando quería cerrar negocios o conquistar seguidoras. Y, como siempre, yo era el accesorio de lujo colgado de su brazo.

- Quédate cerca de mí, por favor. Eres parte de la imagen - susurró, entre dientes, con una sonrisa pegada a la cara.

Obedecí.

Me quedé a su lado mientras él estrechaba manos, intercambiaba promesas, hablaba de proyectos. Me quedé allí, callada, sonriendo de manera mecánica, como un cuadro bonito en una pared blanca. Sentía que cada vez estaba más desdibujada, como una versión mía en baja resolución.

En la tercera copa de champán que rechacé, él se inclinó y dijo muy cerca de mi oído:

- Estás rara. ¿Puedes fingir un poco mejor?

Quise responder. Quise decir que fingir era todo lo que había hecho en los últimos meses. Pero me tragué la respuesta. La tragué como si fuera vidrio. Lastimando la garganta por dentro.

Las horas se arrastraron como un desfile de máscaras. En cada clic de cámara, en cada risa forzada, me alejaba más de mí misma. Hasta que llegó el detonante. Pequeño. Casi banal.

Un reportero se acercó con la cámara en la mano y dijo, entusiasmado:

- ¿Podemos hacer una foto espontánea de amor verdadero?

Enzo me rodeó la cintura, pegó su rostro al mío y susurró:

- Bésame de una vez.

Dudé. Un segundo. Solo un segundo. Pero fue suficiente.

El clic no llegó.

El fotógrafo se apartó, murmurando un "ah, está bien..." incómodo. Enzo, sin embargo, mantuvo la sonrisa para los demás - y me fulminó con la mirada.

- ¿Qué demonios fue eso, Allegra? - dijo entre dientes, sin dejar de sonreír a quien pasaba.

- No soy tu muñeca - susurré.

A él no le gustó.

- ¿No? ¿Entonces qué haces aquí? Vestida así, colgada de mi brazo como si fueras algo?

La frase me golpeó como una bofetada en público. Sentí las miradas alrededor. Sentí a la gente escuchando - y fingiendo que no escuchaba. Porque así era más fácil.

Di dos pasos hacia atrás. Mi corazón latía en el cuello, en las muñecas, en la boca. Por primera vez, no bajé la cabeza.

- Ya no sé qué hago aquí.

Enzo me miró como si yo hubiera escupido sobre su reputación.

- ¿Vas a hacer un drama ahora? ¿Delante de todo el mundo? Eres patética. Siempre lo fuiste.

Me temblaban las manos. Pero no era miedo. Era otra cosa. Algo que no sentía desde hacía mucho.

Furia. Libertad.

Me di la vuelta. Así de simple. Salí del salón. Sin pedir disculpas, sin mirar atrás. Ni siquiera para ver si él venía detrás. Sabía que no vendría.

La noche de Nápoles estaba fría. El viento cortaba mis piernas descubiertas, los tacones dolían, pero no me detuve. Caminé cuadras enteras sin rumbo. Las lágrimas llegaron. Silenciosas. Sin escándalo. Solo cayeron.

Y en medio de ese llanto contenido, en medio de la ciudad que me envolvía y al mismo tiempo me liberaba, pensé en ella.

Sophia Romano.

Viviendo en París.

Mi amiga de verdad. Mi recuerdo bueno. La única que nunca borró lo que yo era.

Tomé el celular con los dedos temblorosos. Respiré hondo. Abrí la conversación y escribí:

"¿Todavía tendrías un lugar para mí ahí en París?"

Esperé con el corazón encogido. El tiempo parecía doblarse dentro del pecho.

La respuesta llegó en menos de un minuto:

"Siempre. Ven."

Me quedé mirando la pantalla. Un mensaje tan corto, tan simple, pero que parecía abrir una puerta dentro de mí.

Una puerta que llevaba mucho tiempo cerrada.

Volví a casa sola. Enzo aún no había regresado. O tal vez evitaba regresar. No me importó. Entré al apartamento, me quité los zapatos y me senté en el suelo de la sala. Allí mismo. Con el vestido puesto, el maquillaje corrido, el mundo derrumbándose por dentro.

Me quedé allí largos minutos.

Y entonces, sin pensar demasiado, fui al dormitorio. Saqué la maleta pequeña del armario, eché dentro ropa básica, documentos, el cuaderno de bocetos antiguo que creía perdido. Puse a cargar el celular. Me cambié de ropa.

Y me senté a la mesa con la computadora abierta.

Busqué pasajes. Nápoles – París. Lo antes posible.

Encontré. Compré.

El silencio de la casa era casi reconfortante.

Enzo aún no había vuelto.

Quizá pensara que yo volvería a mi papel. Que todo era solo una crisis.

Pero, por primera vez en mucho tiempo, el papel se rompió. La historia volvió a empezar.

Respiré hondo.

Y dormí con la maleta lista al lado de la cama.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022