/0/18474/coverbig.jpg?v=9edac013d4d9f42198110dca3b1e0b39)
Prólogo
Ocho años no borran el sabor amargo de lo que nunca fue entre nosotros. Hay heridas que no sangran, pero tampoco cierran por completo y hay nombres que no se pronuncian, pero que siguen latiendo en la garganta.
También hay amores... que se quedan grabados en la piel, aunque ya no tengan permiso.
Yo tenía veinte años cuando aprendí que el amor no siempre es correspondido por más que queramos. Lo supe la primera vez que lo vi mirar a otra con esa sonrisa que yo había imaginado mil veces tener para mí y lo confirmé el día en que la presentó como su novia oficial... mientras yo fingía no romperme por dentro, justo al lado de mi hermano.
No fue culpa suya, nunca lo fue. Él era libre. Libre de amar a quien él quisiera, libre de no elegirme. Yo, en cambio, era prisionera de un amor que no pedí tener, de un deseo que no tenía lógica para los demás y presa de un corazón que no quería obedecer o entender.
Lo amé en silencio por mucho tiempo. Lo amé con cada fibra de mi cuerpo hasta que dolió demasiado y él... ni siquiera lo sospechaba hasta que lo grite. Hasta que el destino, cruel como solo él sabe ser, le impuso un precio muy alto por su herencia y eso era casarse conmigo. Con la hermanita de su mejor amigo, con la sombra que siempre estuvo a sus espaldas, esperando... soñando... mendigando migajas de su atención.
No fue un matrimonio por amor. Lo nuestro fue una sentencia a muerte. Él me odiaba por estar en su camino. Yo lo amaba por estar en el mío y cuando creí que ya no podía doler más, su crueldad encontró nuevas formas de desgarrarme. Me hizo su esposa, pero solo en papel. Su cama, su cuerpo y su deseo... todo seguía siendo de otra. De ella, Isabela.
La misma que ahora lo había obligado a casarse conmigo para sobrevivir y obtener un fin. Hubo noches en las que lloré sin ruido. Días en los que deseé no amarlo más, pero el amor, cuando es real, no se disuelve con llanto ni se extingue con indiferencia. Solo muta, solo se transforma para toda la vida y a veces... en medio del odio que crece, nace el deseo y en medio del dolor... se gesta el fuego que nos consume por dentro.
Sin embargo, después del llanto, me iría, pero años después, me llevaría algo de él sin que lo supiera. Algo que crecería dentro de mí, que me llamaría "mamá" con ojos idénticos a los suyos. Dos pequeños secretos, sos verdades que él no conocía hasta que el tiempo nos volvió a cruzar poniéndonos frente a frente. No obstante, ya no éramos los mismos de antes.
Ahora, la pasión que antes quemaba en silencio va a prendiendo fuego a todo y esta vez... no habrá marcha atrás. Demostrar que el amor no ha muerto será una tarea de dos, tarea que viene con obstáculos, pero que al final nadie sabe cómo acabará.