Antes que el tiempo nos separe
img img Antes que el tiempo nos separe img Capítulo 2 Entre estructuras y trazos
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Capítulo 6 El precio de callar img
Capítulo 7 La cuenta regresiva img
Capítulo 8 La arquitectura del silencio img
Capítulo 9 La verdad entre planos y vino img
Capítulo 10 El silencio antes de la palabra img
Capítulo 11 Cartas que el tiempo no podrá borrar img
Capítulo 12 Seis meses para vivir img
Capítulo 13 El viaje que sanó img
Capítulo 14 Una invitación para despejar el alma img
Capítulo 15 El viaje que cambió todo img
Capítulo 16 Cuando la amistad se viste de amor img
Capítulo 17 Secretos revelados bajo el cielo abierto img
Capítulo 18 Entre recuerdos, risas y sueños img
Capítulo 19 El rostro de la vulnerabilidad img
Capítulo 20 Pinceladas del alma img
Capítulo 21 El deseo de las locuras img
Capítulo 22 Un refugio desconocido img
Capítulo 23 Bailando bajo la lluvia img
Capítulo 24 La noche que compartimos el silencio img
Capítulo 25 La grieta bajo la piel img
Capítulo 26 Las palabras que no debía leer img
Capítulo 27 El peso del silencio img
Capítulo 28 Lo que escondía el silencio img
Capítulo 29 Las verdades que arden img
Capítulo 30 Lo que el cuerpo no puede callar img
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Capítulo 2 Entre estructuras y trazos

Elías trabajaba en silencio. Siempre en silencio.

Su estudio era una prolongación de su mente: limpio, funcional, sobrio. Las paredes blancas estaban adornadas con maquetas perfectamente alineadas y fotografías en blanco y negro de edificios que había diseñado. No había desorden, no había ruido. Solo la cadencia de sus ideas transformándose en planos, y el tic-tac del reloj en la pared.

Desde pequeño había aprendido a construir cosas para entender el mundo. Mientras otros niños dibujaban casas con chimeneas, él medía proporciones con una regla. Mientras otros soñaban con ser astronautas, él soñaba con ciudades ordenadas, simétricas, donde todo tuviera un propósito.

Y sin embargo, a pesar de esa necesidad de estructura, cada vez que pensaba en Luna, su mundo temblaba un poco.

Ella era todo lo que él no. Era color, movimiento, improvisación. Su apartamento -puerta 3A- era un desorden encantador: pinceles en vasos de cerámica, lienzos apoyados en las paredes, plantas colgando del techo, música sonando a todo volumen aunque nadie la escuchara realmente. Había tazas con restos de té por todos lados y notas adhesivas con frases aleatorias pegadas en el refrigerador. Luna no seguía planos. Seguía impulsos.

-El orden es aburrido -le dijo una vez, mientras paseaban por una exposición de arte-. La belleza está en el caos. ¿No crees?

Elías no supo qué responder. Porque sí, su mundo era ordenado... pero ella, con todo su caos, era la cosa más hermosa que había conocido.

Aquel día, Luna llegó a su puerta sin avisar. Llevaba una caja de madera en las manos y una mancha azul en la frente.

-Necesito tu opinión profesional -dijo, entrando sin esperar permiso-. No de arquitecto, sino de hombre con buen gusto. ¿Puedo mostrarte algo?

Elías la dejó pasar con una sonrisa leve. Siempre lo desarmaba así, sin esfuerzo. Se sentó en el sofá mientras ella abría la caja y sacaba varios dibujos. No eran lienzos terminados, sino bocetos. Trazos rápidos, figuras abstractas. Algunos lo mostraban a él. No con precisión, sino con su esencia: la forma en que se sentaba, la mirada que tenía cuando pensaba, la silueta recortada contra la ventana.

-¿Esto... soy yo? -preguntó, con un leve rubor.

-Sí. Pero no lo digas como si te sorprendiera. -Luna le guiñó un ojo-. Te he visto tantas veces que ya te dibujo de memoria.

Elías desvió la mirada. No sabía qué hacer con esa afirmación. Porque para él, eso era exactamente lo que le pasaba con ella. También la llevaba en la memoria. En el cuerpo. En todo.

-¿Te gusta? -preguntó ella, de pie, con las manos entrelazadas tras la espalda.

-Mucho. Es... tú. Y también un poco yo.

-Eso intentaba. -Sonrió-. Pensé que sería lindo juntar nuestras dos formas de ver el mundo.

Elías sintió que algo se aflojaba dentro de su pecho. Como si sus paredes internas, tan firmes como los edificios que diseñaba, comenzaran a agrietarse apenas por esa frase.

Juntar nuestras dos formas de ver el mundo.

No sabía si ella lo decía en broma, como hacía con tantas cosas, o si lo intuía de alguna forma. Pero esa tarde, mientras ella seguía mostrándole sus trazos y hablaba sin parar de colores y movimientos, Elías pensó que tal vez -solo tal vez- no era tan imposible que dos personas tan distintas pudieran construir algo juntas.

Algo sin planos.

Algo con alma.

            
            

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