Empezar de nuevo
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Capítulo 6 Capítulo 6

Eden regresó al apartamento del cuarto piso que compartía con sus amigas, pero antes de entrar se quitó los zapatos y se deslizó en puntillas hacia el interior, cuidando de no hacer ruido para no despertarlas.

Una vez adentro, ella cerró la puerta con cuidado, pero en cuanto se dio la vuelta encontró tres pares de ojos que brillaban expectantes, por lo que su plan de entrar sin que nadie se diera cuenta se desvaneció como el humo.

"Hola, chicas", dijo ella haciendo una mueca, con el rostro tan rojo como la camisa de Angry Birds que Sienna usaba con sus pantalones grises del pijama.

"Mmm. Me parece sentir el olor de una caminata de la vergüenza", dijo Lydia olfateando el aire con dramatismo, mientras las otras dos chicas se echaban a reír a carcajadas.

"Tch, tch.", chasqueó Sienna la lengua. "¡Entiendo, él era demasiado y no pudiste esperarte a que te propusiera matrimonio!".

"Has dejado de ser santa Eden", intervino Cassandra agarrando la caja de panecillos, al tiempo que fruncía el ceño tras examinar el interior. Como repostera, odiaba cualquier producto comprado en las tiendas, pues ella sabía que podía hacer algo mucho mejor. Pero aquella mañana su decepción no fue provocada por los panecillos y lo expresó en voz alta.

"¿Es en serio? ¿Con todos los millones que tiene ese hombre en sus cuentas bancarias, te envió a casa con diez panecillos de salvado? ¿Qué pasó con aquello de que los diamantes son los mejores amigos de una chica? ¿Quién se cree que es ese tipo?". Luego, la chica levantó sus manos hacia el cielo con dramatismo y, tras aventar la caja que tenía en sus manos, desapareció de la entrada.

"¡Y usted, señorita, me parece que nos debe una explicación!", dijo Lydia agarrando a Eden de la mano para arrastrarla hacia la sala, donde Cassandra ya estaba sentada estudiando el libro de cocina recién publicado por la estrella en ciernes de un reality show. Se veía muy concentrada, con las piernas dobladas sobre el sillón gris en forma de L y sus rodillas pegadas a la barbilla.

Entretanto, Sienna se dirigió a la cocina a preparar el café con el que acompañarían los panecillos. Ella se sentía la mamá del grupo, por lo que se encargaba de consentirlas a todas. Cassandra, por su parte, había asumido el rol de padre y era la encargada de corregirlas. La niña rebelde era Lydia, quien las mantenía alertas con sus travesuras. Y en cuanto a Eden, su comportamiento impecable la había convertido en la tía sabia del grupo. Era a quien acudían con sus problemas, sin importar que fuera la más ingenua o la menos experimentada de las cuatro. Sin embargo, ahora ella había perdido su estatus de santa de la noche a la mañana.

"¡No tienen permitido comenzar sin mí!", gritó Sienna desde la cocina, compitiendo con el fuerte silbido de la tetera que decía estar lista sobre la hornilla de la estufa de gas.

"¡Cuéntanos ya!", dijo Lydia, dando pequeños brincos sobre la alfombra estampada a los pies del sofá.

"No hay nada que contar", respondió Eden encogiéndose de hombros, mientras se dejaba caer sobre el sillón de color verde azulado al que cariñosamente apodaban el trono. Lo habían comprado a precio de ganga en el mercado de pulgas cuando recién acababan de mudarse, y desde entonces peleaban siempre por él. Y no porque fuera muy cómodo, sino porque el sol que se colaba a través de las cortinas de encaje caía en ese lugar. Vivían en un piso tan frío, que cualquier rayito que proporcionara un poco de calor era considerado un lujo. Y después de la noche que había pasado, Eden sentía que merecía sentarse allí durante todo el día.

"¡Ya estoy aquí! ¡Qué comience la historia de la santa virgen violada por el inescrupuloso príncipe!", gritó Sienna con una bandeja de humeantes tazas amarillas en las manos y un platón rebosante de magdalenas y bollos recalentados de dos días atrás.

"¡De qué violación hablas!", protestó Eden con una mueca, dándole un sorbo a su taza.

"No lo niegues, la evidencia de tu hedor a sexo nos da la razón", dijo Lydia inocentemente.

Entonces ella se olió de inmediato, provocando que sus amigas estallaran en una nueva ronda de carcajadas.

"¡Basta ya, chicas!", protestó Eden haciendo un puchero y saboreando otro poco de café. A pesar de las cuatro cucharadas de leche que le había puesto, su bebida seguía estando amarga. Sienna no era buena preparando el café, y aunque todas lo sabían, continuaban confiándole la tarea.

"Solo tengo una pregunta", intervino Cassandra jadeante, luchando por respirar y reír al mismo tiempo. "¿Su pubis también es pelirrojo?".

"¡Ay, Dios mío, no puedo más!", dijo Sienna rodando en el sofá, mientras un par de lágrimas de risa salían de sus ojos.

"¡No tengo ningún comentario!", dijo Eden, apretando los dientes, mientras cruzaba los brazos con la mirada fija al frente. Eso era algo que nunca comentaría con sus amigas, aunque era obvio que sabían la respuesta. Pero sí, su vello púbico también era una llamarada, aunque de un tono más oscuro y le había encantado tocarlo.

Un dolor familiar hormigueó entre sus muslos al recordar lo plena que se había sentido cuando Liam estaba enterrado profundamente adentro de su cuerpo y se mordió el labio inferior, ahogando un gemido.

"¡Por Dios, Eden, ¡vuelve a la realidad! ¡Estás prácticamente babeando!", gritó Lydia. "¿En qué diablos estabas pensando?".

"¿Uh? ¡No, en nada!", mintió ella apresuradamente, pero sus mejillas rojas delataron sus húmedos pensamientos. No comprendía cómo podía mojarse al pensar en Liam.

"¿Y entonces? ¿Cómo fue tu primera vez?", preguntó Sienna con genuino interés, ya desprovista de la burla que poco antes inundaba sus ojos. "¿Fue tan bueno como presumen todas las chicas que él ha conquistado?".

Eden lo pensó por un momento, pero la verdad era que no tenía otra experiencia para comparar. En realidad, con excepción del dolor que sentía cada vez que se movía, no tenía quejas. Pensó que no le importaría una segunda, tercera o las que fuera a tener, ya que Liam supo cómo complacerla hasta el punto de hacerla gritar. Él, afortunadamente, había acabado con su mala suerte.

"¡Contesta! ¡Queremos detalles!", insistió Cassandra y Eden parpadeó atónita por la expectativa con la que era observada por aquellos seis ojos que analizaban cualquiera de sus reacciones.

"Bueno", balbuceó subiéndose las gafas y mordiendo su labio inferior con timidez. "Fue algo... fuera de este mundo".

"¡Ay, Dios mío!", gritaron sus amigas al unísono, saltando y moviéndose con inquietud.

"¿Vas a seguir viéndolo?", preguntó Sienna, esperanzada.

Acto seguido, Eden negó con la cabeza y rompió en llanto.

"Ay, cariño. ¿Tan bueno fue que lloras por él?", preguntó Cassandra, mientras todas se acercaban a ella para abrazarla.

"¡Se va a casar, chicas!", gritó al tiempo que algunos mocos y sus lágrimas resbalaban por su rostro. "¡Se va a casar y yo no puedo dejar de desearlo! ¡Quiero que me haga sentir como anoche una vez más!".

"¿Qué quieres decir con que se va a casar?", preguntó Lydia con los ojos abiertos de par en par por la sorpresa. "Según sé, él no se queda con la misma chica después de tres meses".

"Pues encontró a alguien capaz de hacerlo romper esa estúpida regla", se lamentó Eden, mientras tomaba unos pañuelos desechables de la caja para limpiarse la nariz. Para ser una chica tan pequeña, siempre lograba sorprender a todas con los fuertes y poco naturales ruidos que hacía al sonarse la nariz.

"Eso es imposible", replicó Cassandra. "No hay forma de que el playboy número uno de Castle Rock se case".

"¡Pues lo hará!", insistió Eden y continuó explicándoles a sus amigas la manera en que se había enterado sobre la boda.

"¿Así que por eso estaban allí? ¿Era su despedida de soltero?".

Eden asintió.

"¿Y de todos modos te llevó a su casa?", preguntó Sienna enfurecida. "¡Increíble! ¡Es un idiota!".

"Bueno, yo se lo pedí", admitió Eden. Aunque hubiera sido muy fácil dejar que él cargara con toda la culpa, ella no se atrevió a hacerlo. Sabía que en parte ella era responsable.

"¿Por qué lo hiciste cuando sabías que iba a casarse?", preguntó Cassandra pacientemente, adoptando con facilidad su papel de padre de familia.

"¡Sabía que era una locura, pero lo quise hacer!", gritó Eden, sorprendiendo a todas con una explosión de ira fuera de lugar. "Durante veinticuatro años he sido una buena chica, seguí todas las reglas, me guardé para encontrar al chico correcto y ¿qué diablos conseguí con todo eso? ¡Un compromiso roto un mes antes del que se suponía sería el día más feliz de mi vida!".

"Ay, lo siento tanto.", dijo Cassandra en voz baja.

"Si todos jugaran limpio y se apegaran a las reglas, en este momento yo estaría en Grecia, disfrutando de mi luna de miel en compañía de mi esposo", continuó diciendo ella. "Sé que estuvo mal y que no debí hacerlo. En este momento me siento tan desagradable como Olive por haberme acostado con el hombre de otra mujer. Pero me cansé de jugar limpio y estaba sufriendo. ¿Y saben qué? Al menos fui feliz durante siete horas, enredada entre los brazos de Liam. Dios, estaba feliz. Sin embargo, ahora solo siento el mismo vacío de las últimas seis semanas".

"¡Vaya, querida!", dijo Sienna. "Suenas como si estuvieras locamente enamorada de ese tipo".

Aquellas palabras conmocionaron a Eden, quien no podía comprender qué había dicho para que ella hubiera llegado a esa conclusión.

"No, de eso nada. Liam solo fue una aventura por despecho. Mi corazón sigue siendo de Simon".

"¿Por eso sigues usando eso?", preguntó Lydia, fulminando con la mirada el anillo de diamantes que ella llevaba en el dedo.

"Tienes que quitártelo", dijo Cassandra, repitiendo lo mismo que había estado diciéndole durante las últimas semanas.

Y como siempre, Eden se negó a escuchar sus bienintencionados consejos. Sabía que era de mal gusto conservar aquel anillo y que debía haberlo devuelto. Pero, en cierta forma, era la única prueba tangible de que los últimos cuatro años habían sido reales, así como su amor, y que alguna vez ella significó algo para Simon.

Si por lo menos él le hubiera permitido conservar a Snow, el pequeño maltés que habían adoptado en el refugio para animales donde trabajaban como voluntarios, con gusto le habría devuelto su anillo.

"Bueno, me voy a la cama", dijo Eden, mientras se terminaba el café y colocaba la taza sobre la mesa de bambú, heredada de los padres de Sienna.

"¿Irás a ver hoy a tus padres? ¿Quieres que te despertemos más tarde?", preguntó Lydia, pero Eden simplemente se encogió de hombros. En pocas palabras, sus padres habían dejado claro que el final de su compromiso había sido culpa exclusivamente de ella. No estaba de humor para otra sesión de acusaciones disfrazada de almuerzo bienintencionado.

Una vez en su habitación, corrió las cortinas y se enterró bajo el pesado edredón de brillantes colores y de los cojines dispersos sobre su enorme cama; entonces, ella lloró hasta quedarse dormida.

Antes de empezar a soñar con Liam, se preguntó si alguna vez volvería a sentir esas deliciosas sábanas de mil hilos.

            
            

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