"Promesas... ¿para qué son las promesas?"
Se quedó allí durante mucho tiempo, la palabra "promesa" resonando en su mente.
Recordó la primera vez que conoció a Braulio. Era una niña perdida y asustada, recién encontrada por la adinerada familia Garza después de haber estado perdida durante años. Él era el chico de oro de la familia Montes, amigo de su hermano mayor.
Le había prometido protegerla entonces. La había llamado su hermanita.
Ella lo había llamado "Braulio", como todos los demás. Era un término de cariño, un símbolo de su cercanía.
¿Cuándo se había torcido todo? ¿Fue cuando su familia cayó en desgracia, un desastre del que él culpaba a su padre? ¿Fue cuando se vio obligado a casarse con ella para salvar lo que quedaba de su empresa?
La lluvia se convirtió en un aguacero. Cayó la noche.
Volvió a casa, a una casa vacía y una cama fría. El sueño no ofrecía escapatoria. Su enfermedad traía consigo pesadillas terribles.
Soñó que Braulio la dejaba, que estaba con Helena, sus manos entrelazadas. En el sueño, él la miraba con puro odio.
-Tú eres la que le quitó todo -la acusaba.
Un toque frío en su mejilla la despertó.
Abrió los ojos y vio el rostro de Braulio cerniéndose sobre ella, su expresión fría e indescifrable en la penumbra.
-Braulio -murmuró, todavía medio dormida.
Él frunció el ceño.
-Estabas teniendo una pesadilla. Gritando un nombre.
-Camilo -dijo ella, intentando sentarse. No quería que él supiera de su enfermedad-. Solo estaba soñando con mi hermano.
Él la interrumpió.
-¿Tu hermano? ¿O tu amante?
La acusación la golpeó como un golpe físico.
-¿De qué estás hablando?
-No te hagas la tonta conmigo, Elisa -se burló-. Te vi con él. En el hospital. ¿Crees que soy un idiota?
La agarró, atrayéndola en un abrazo brusco. El olor de él, una mezcla de lluvia y algo únicamente suyo, llenó sus sentidos.
Luchó contra él, la injusticia de su acusación la hacía sentir enferma.
-¡Es mi doctor! ¡Y mi hermano!
Él confundió su resistencia con culpa. Su agarre se apretó, sus acciones se volvieron más contundentes, más castigadoras.
Un hilo de calor corrió de su nariz. Sabía que era sangre, pero él estaba detrás de ella y no lo vería.
De repente, se detuvo. Sus ojos se posaron en el frasco de pastillas en su mesita de noche.
-No olvides tomar tu medicina -dijo, su voz goteando sarcasmo.
Recordó su conversación con Helena en el hospital. Le había prometido llevar a Helena con los mejores doctores. Estaba preocupado por la salud de Helena.
El pensamiento fue una nueva ola de dolor. Sintió la garganta apretada y no pudo hablar.
No durmió el resto de la noche.
A la mañana siguiente, su teléfono sonó, estridente y urgente. Era su asistente.
-Señorita Garza, hay un problema en la empresa. Varios de nuestros proyectos clave han sido saboteados. Y... y la señorita Linares está aquí, afirmando que es la heredera legítima.
Elisa sintió un escalofrío recorrer su espalda.
-Lo sé. Voy en camino.
Se vistió y se dirigió a la oficina, su mente un torbellino de dolor y confusión.
En el camino, se reclinó y cerró los ojos, los recuerdos inundándola. Recordó haber sido encontrada, la confusión de su nueva vida. Recordó a otra niña, Helena, que había sido confundida con ella, viviendo su vida durante años. Cuando la verdad salió a la luz, Helena se quedó en la familia, tratada como una princesa, mientras que Elisa siempre fue la extraña, el reemplazo.
Llegó al último piso. La puerta de su oficina estaba abierta.
Helena estaba sentada en una silla de ruedas, una sonrisa de suficiencia en su rostro. Braulio estaba a su lado, su mano descansando protectoramente sobre su hombro.
-Miren quién está aquí -dijo Helena, su voz goteando falsa compasión-. Pobre Elisa. Te ves terrible.
Elisa no respondió. Solo miró a Braulio.
De repente, aparecieron dos guardias de seguridad.
-Señorita Garza -dijo uno de ellos, su voz firme-. Está acusada de espionaje corporativo y de sabotear proyectos de la empresa. Por favor, acompáñenos.