El Gran Regreso de la Exesposa
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Capítulo 4

Daniela pagó su fianza. El cielo era de un gris sombrío y nublado cuando Elisa salió de la estación de policía.

Se quedó allí, una figura delgada y solitaria, hasta que los vio. Braulio ayudaba cuidadosamente a Helena a subir a su coche.

Él la vio y se acercó, su rostro una máscara atronadora.

-¿La empujaste? -exigió, su voz como un latigazo en el aire frío-. ¿Provocaste el accidente que le lastimó las piernas?

Sus palabras, llevadas por el viento gélido, se sintieron como fragmentos de hielo perforando su corazón.

Sintió un sabor amargo subir por su garganta.

-No -dijo, su voz un pálido susurro contra el viento-. No lo hice.

Él soltó una risa fría e incrédula.

-Sigues mintiendo. Helena no ha sido más que amable contigo, siempre hablando bien de ti, ¿y así es como le pagas?

El dolor irradiaba desde el centro de su pecho.

-Ella me robó todo. Mi familia, mi vida... y a ti.

-Se lo merece -dijo él, su voz bajando a un tono peligrosamente bajo-. Y la ayudaré a recuperar todo lo que es suyo por derecho.

Su asistente apareció y le entregó una carpeta. Se la arrojó a Elisa.

-Nunca estuvimos en el mismo camino, Elisa.

Se dio la vuelta y se alejó sin mirar atrás. El coche negro se alejó del borde de la acera, desapareciendo en la ciudad gris.

Miró la carpeta en sus manos. Las palabras "Acuerdo de Divorcio" estaban impresas en letras negras y negritas.

Daniela se acercó a su lado.

-¿Elisa?

-Daniela -preguntó, su voz hueca-, ¿tú me crees?

-Por supuesto que sí -dijo Daniela sin dudar un momento.

Elisa soltó una risa seca y sin humor. Una amiga de unos pocos años le creía, pero el hombre que había amado toda su vida no.

Recogió una hoja caída del suelo. Estaba marrón y quebradiza, desmoronándose en su mano. Un símbolo de su propia vida.

No le quedaba mucho tiempo.

-¿Cuánto tiempo tomará liquidar mis activos? -le preguntó a Daniela.

-Unos meses, tal vez más. ¿Por qué?

-Quiero transferirle todo lo antes posible.

Era lo último que podía hacer por él. Siempre había querido derrotar al Grupo Garza, aplastar a la compañía que había arruinado a su familia. Ella siempre lo había ayudado, en secreto, dándole información, ayudándolo a ganar contratos. Era un hábito nacido de un amor desesperado y unilateral.

Ahora, al final de su vida, le daría su victoria definitiva.

Quizás, solo quizás, eso lo haría feliz.

Y una pequeña parte egoísta de ella susurró en la oscuridad. No firmaría los papeles del divorcio. Moriría como su esposa. Lo ataría a ella, un fantasma del que nunca podría escapar, una deuda que nunca podría pagar. Que viviera con el peso de lo que había hecho.

Esa noche, lo llamó.

-Braulio, yo... estoy embarazada.

Hubo un silencio atónito al otro lado de la línea.

-¿Qué dijiste?

-Estoy embarazada -repitió, la mentira pesando en su lengua-. El doctor dijo que mi salud no es buena. Dijo... que te necesito.

-No te atrevas a usar a un niño para atraparme, Elisa -advirtió él, su voz baja y peligrosa.

-No lo hago -susurró-. Solo tengo miedo.

Colgó. Pero ella sabía que vendría.

Salió al jardín. Las gardenias estaban en plena floración, su aroma espeso y sofocante. Hizo que los jardineros las arrancaran todas.

Luego, regresó a la villa vacía y desolada y prendió fuego a la pila de flores muertas.

Había cuidado estas flores durante cuatro años, soportando reacciones alérgicas y mareos, todo porque él una vez dijo que a Helena le encantaban.

Ahora, quería borrar todo rastro de Helena de esta casa. De su vida.

Las llamas se elevaron alto en el cielo nocturno. Se paró frente al fuego, sus ojos vacíos, viendo arder su pasado.

Un coche frenó bruscamente en la entrada.

Braulio saltó, su rostro una máscara de horror al verla de pie frente al infierno.

                         

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