El Novio Indeseado
img img El Novio Indeseado img Capítulo 3 El diamante invisible y la furia elegante
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Capítulo 6 El silencio que grita img
Capítulo 7 Una cena romántica img
Capítulo 8 Fruto prohibido img
Capítulo 9 Fantasmas en la mesa img
Capítulo 10 El regreso de Sandra Alemán img
Capítulo 11 Sombras del pasado img
Capítulo 12 Veneno en la piel img
Capítulo 13 El silencio que quema img
Capítulo 14 Mas fría que el mismo infierno img
Capítulo 15 El infierno al desnudo img
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Capítulo 3 El diamante invisible y la furia elegante

Helena sujetó el dobladillo de su vestido dorado con una mano, y con la otra, el ridículo anillo que parecía una muestra gratis de feria.

Subió las escaleras del hotel como si llevara una corona imaginaria... pero por dentro, el volcán estaba a punto de hacer erupción.

El murmullo de los invitados seguía retumbando en sus oídos. Sonrisas falsas, comentarios velados, los flashes que habían capturado su humillación con lujo de detalle. Ese maldito anillo. Esa burla.

Entró al salón privado del hotel y cerró la puerta con un clic tan suave como amenazante.

-¿Esto es una broma para ti, verdad? -su voz era controlada, tan fría y perfecta como el hielo tallado de un Windsor-. Gabriel, eso allá afuera fue una humillación pública.

Él se tiró sobre el sofá como si estuviera en su propio apartamento, aflojándose la corbata con una calma insolente. Había muchas personas en el lugar, demasiadas, y fingir sonrisas era agotador. Pero lo peor, sin duda, era tener frente a él a su prometida furiosa por algo que, para él, era una tontería.

-No veo el problema -respondió con un encogimiento de hombros-. Era un anillo. Cumple su función simbólica. Brilla... más o menos.

Sonrió con descaro.

-Vamos, Helena, veo el problema. Estoy aquí, eso debería ser suficiente para ti.

Helena lo miró con una intensidad que habría reducido a cenizas a cualquier otro hombre.

-Soy una Windsor. ¡No me importa el tamaño del diamante! Me importa que todo el país crea que tú, mi "prometido", pensaste que esto era adecuado para anunciar la unión de dos imperios. ¿Qué eres? ¿Un Robin Hood moderno o simplemente un idiota con suerte?

Gabriel se reclinó en el sofá, divertido.

-Un poquito de ambas cosas, puede ser. Vamos, Helena, ¿de qué sirve comprar algo de medio millón si esto es solo una farsa? No durará mucho. No hagas tanto drama. En unos años ni te acordarás de mí. Así que déjame existir tranquilo.

Ella inspiró hondo, enderezándose como si fuera a dictar una sentencia real.

-Puedes burlarte todo lo que quieras, Gabriel, pero yo no voy a ser la burla nacional por culpa de tu humor de niño rico rebelde. No vuelvas a tomar decisiones solo. A partir de ahora, todo lo que involucre mi nombre lo apruebo yo. ¿Entendido?

No esperó respuesta. Se giró, acomodó su cabello con elegancia ensayada y salió del lujoso salón con un taconeo digno de pasarela de venganza.

🌹🌹🌹🌹

En el lobby, Gabriel salió detrás de ella, aún ajustando los puños de su camisa. Odiaba esos eventos llenos de gente estirada que lo miraba como si fuera un animal exótico.

-¿Todo bien? -preguntó una voz a su derecha.

Era su mejor amigo, Lucien, impecable con su traje azul marino y el ceño fruncido.

-Todo fantástico -respondió Gabriel con sarcasmo.

Lucien lo observó con incredulidad, como si acabara de ver a alguien poner ketchup en un vino de colección.

-Se trata de una Windsor -murmuró-. Esa mujer ha rechazado a hombres que le habrían regalado islas enteras. Y tú llegas con... eso. ¿En serio?

Gabriel levantó las manos en señal de inocencia.

-Pensé que era lindo. Además, ¿para qué gastar tanto si todo esto es teatro? Solo estamos fingiendo. En unos años terminará y seguiremos con nuestras vidas. No veo el problema.

Antes de que Lucien pudiera responder, la voz grave y poderosa de su padre los interrumpió.

-¿¡Qué demonios fue eso, Gabriel!?

Lord Edmund Devereux se acercó con la imponencia de un general en plena guerra. Su porte impecable, su rostro duro y su mirada de acero hicieron que varios invitados bajaran la voz alrededor.

-¿Papá? Hola -Gabriel intentó sonreír, pero su padre no estaba de humor.

-Esa joya que mostraste... ¿cómo se te ocurre entregar esa baratija a una Windsor en una ceremonia pública? ¿Quieres que los periódicos te llamen tacaño o simplemente estúpido? -su voz resonó como un trueno.

Lucien, incapaz de callar, se unió a la reprimenda.

-Tu padre tiene razón. Esa mujer ha sido pretendida por príncipes, banqueros, magnates... y tú apareces con un anillo que parece comprado en un mercadillo. No sé cómo aún no te arrojó la copa de champán a la cara.

Gabriel arqueó las cejas, sorprendido por tanta indignación colectiva.

-No es para tanto. Es un anillo bonito. Y además, ¿no se supone que "menos es más"? No quería opacar a la novia.

-¡Arregla esto! -rugió Lord Edmund, y su voz hizo eco en los corredores, atrayendo algunas miradas curiosas.

Gabriel suspiró, pero alzó la vista justo a tiempo para ver a Helena al otro extremo del lobby. Ella sonreía con perfección ensayada, rodeada de fotógrafos y admiradores, mientras el anillo sencillo brillaba en su dedo como una cruel ironía.

-Está bien, lo arreglaré -murmuró finalmente.

Lucien lo miró con sospecha.

-¿Y por qué? No me digas que de repente te importa tu reputación.

Gabriel guardó silencio unos segundos. Después, una sonrisa pícara curvó sus labios.

-Porque no quiero aburrirme en esta farsa. Y hacerla rabiar... es entretenidísimo.

Lord Edmund lo fulminó con la mirada.

-Si sigues jugando de esta manera, no solo aburrirás a Helena Windsor... aburrirás al imperio entero. Y eso, hijo mío, es algo que no pienso permitir.

Gabriel no respondió. Se limitó a tomar otra copa de whisky, mientras sus ojos se clavaban en la mujer que lo esperaba, sin saber que ambos estaban a punto de enredarse en una guerra donde el amor era el premio menos probable.

🌹🌹🌹🌹

El eco de los tacones de Helena resonaba por los pasillos de la mansión Windsor mientras avanzaba con paso firme hacia el despacho de su abuelo. El aire estaba impregnado de una tensión invisible. Aquella mañana había visto los titulares, los comentarios en los foros, los programas de televisión satirizando su compromiso. Todos hablaban del anillo invisible, del "desdén romántico de los Devereux", del contraste humillante entre el poderío de su apellido y la aparente indiferencia de su futuro esposo.

Se detuvo frente a la imponente puerta de madera tallada y respiró hondo antes de entrar.

Lord William Windsor la esperaba sentado en su sillón de cuero, con el periódico abierto sobre el escritorio y la copa de brandy medio llena. Alzó la mirada, y en sus ojos brillaba una calma inquietante.

-¿Ya viste lo que dicen los medios? -preguntó Helena sin rodeos, cerrando la puerta tras de sí-. No crees que... este matrimonio es un error.

El anciano esbozó una sonrisa tranquila, como quien ya había escuchado esa pregunta en otra vida.

-No lo creo, Helena. No te preocupes por eso. La prensa se alimenta de escándalos. Mañana habrá otro tema del que hablar.

Ella frunció el ceño, incapaz de contener la frustración.

-Ese hombre es un niño mimado que juega a que nada le importa. Un arrogante que disfruta viéndome perder la compostura. Lo detesto, abuelo. No es digno de mí, ni de nuestro apellido.

Lord William apoyó la copa sobre el escritorio con suavidad. Observó a su nieta con la misma paciencia con la que una vez había domado negociaciones imposibles.

-¿Sabes? -murmuró con voz grave-. Tu abuela también me odiaba al principio. Decía que yo era un hombre frío, demasiado calculador, incapaz de hacerla feliz. Pero el amor... el amor surgió como una hoguera, de esas que parecen imposibles de apagar.

Helena lo miró incrédula.

-No compares. Tú sabías lo que querías, abuelo. Gabriel no sabe ni lo que es levantarse a tiempo para una cita.

Él soltó una leve risa.

-Son jóvenes. Solo necesitan conocerse más, salir juntos, discutir, enfrentarse. Quizá lo estás juzgando con demasiada dureza.

Helena negó con la cabeza, el gesto rígido, su mandíbula tensa.

-No lo creo. Pero como ya te lo dije, es mi responsabilidad y cumpliré. No esperes, sin embargo, que haya amor. Eso no formará parte de este contrato.

Guardó silencio un instante, como si esas palabras fueran un juramento que debía repetirse para no quebrarse. Luego se levantó, estiró la espalda y, sin esperar respuesta, se encaminó hacia la salida.

El anciano la siguió con la mirada. Bajo la serenidad de su rostro, en realidad, había algo más: la certeza de que Helena, con toda su frialdad, ya estaba atrapada. Podía fingir indiferencia, podía declararse enemiga de ese compromiso, pero su temperamento traicionaba otra verdad. Gabriel era el único hombre que conseguía hacerla perder el control.

Sonrió con una chispa de ironía en los labios, y murmuró en voz baja, casi para sí mismo:

-Gabriel, Gabriel... terminarás atrapado en tu propio juego. Y cuando menos lo esperes, esa hoguera que tanto te divierte encender, te consumirá por completo.

🌹🌹🌹🌹

Mientras Helena regresaba a su habitación, repasaba cada palabra del anciano. "Necesitan conocerse más". ¿Conocerse? ¿Cómo podía conocerse con alguien que hacía de cada encuentro una provocación? Gabriel era lo opuesto a lo que siempre había soñado en un hombre. Y sin embargo... ¿por qué cada mirada suya conseguía acelerarle el pulso, incluso cuando la sacaba de quicio?

Cerró la puerta con un golpe seco y se dejó caer en el sofá. El maldito anillo brillaba en su dedo como un recordatorio cruel de su destino. Lo giró varias veces, como si pudiera borrar con ese simple gesto la vergüenza de la noche anterior.

Amanda entró sigilosamente detrás de ella, observando en silencio.

-¿Te peleaste de nuevo con el abuelo? -preguntó al notar el gesto sombrío de su hermana.

Helena levantó la vista, cansada, y soltó un suspiro.

-No, Amanda. El abuelo está convencido de que todo saldrá bien. Pero yo... yo siento que me están arrojando a un pozo sin fondo.

Su hermana se acercó y tomó su mano con suavidad.

-Quizás Gabriel no sea tan malo como crees. A veces los hombres actúan como idiotas solo porque no saben manejar lo que sienten.

Helena rió sin humor.

-Créeme, este no es el caso.

Pero mientras hablaba, su mente la traicionaba recordando la sonrisa descarada de Gabriel, el brillo de desafío en sus ojos, la forma en que parecía disfrutar cada vez que lograba sacarla de quicio.

Amanda, que la conocía demasiado bien, no insistió. Solo acarició su hombro y se limitó a decir:

-Sea como sea, eres una Windsor. Y pase lo que pase, saldrás victoriosa.

Helena asintió en silencio, aunque en su interior supiera que lo que se avecinaba no sería una batalla sencilla. Porque Gabriel Devereux no era solo un obstáculo... era un huracán dispuesto a arrasar con su mundo de perfección.

Y lo peor era que, quizás, una parte de ella empezaba a sentir curiosidad por ese caos.

            
            

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