Amor Envenenado, Dulce Venganza
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Capítulo 2

Al principio, casi lo entendí. O me dije a mí misma que lo hacía.

Héctor siempre había sido austero, siempre hablando de ahorrar cada centavo para su startup. Yo era la que manejaba nuestras finanzas, la que veía disminuir el saldo de la cuenta, la que tomaba proyectos de diseño adicionales para mantenernos a flote. Creía en su sueño. Creía en él.

La verdad llegó por accidente.

Estaba en el pasillo, fuera de la oficina que teníamos en casa, de camino al hospital, cuando lo escuché hablar por teléfono. Su voz era diferente: no el tono tenso y cansado de un emprendedor en apuros, sino la cadencia fácil y arrogante de alguien acostumbrado al poder.

-Sí, Marcos, el trato está cerrado. El Porsche es mío.

Una pausa.

-¿A qué te refieres con cuándo voy a dejar la farsa? La familia Herrera me quiere de vuelta en el redil, pero me quieren en sus términos. Necesito seguir con este juego.

Herrera. El apellido me golpeó como un puñetazo. Herrera Tech. El gigante global.

-Bárbara regresó. Ya lo sabes. No puedo simplemente deshacerme de la tapadera hasta que mi posición sea segura. Ella ya cumplió su propósito.

La tapadera. Eso es lo que yo era. Un escudo humano de cinco años para mantener a su familia alejada mientras él esperaba que su verdadero amor regresara.

-No te preocupes -rió Héctor-. El viejo no puede desheredarme. El fideicomiso es inquebrantable. Pero necesito el puesto de director general, no solo un lugar en la junta. Otro año, tal vez. Luego termino con toda esta farsa.

El mundo se tambaleó. Sentí que el suelo se abría bajo mis pies.

Cinco años de mi vida, mi amor, mi dinero... todo una mentira.

Era un multimillonario jugando al pobre. ¿Y el millón de pesos que podría haber salvado a mi hermano? Para él, era menos que cambio de bolsillo. Simplemente no quiso gastarlo en mí. O en mi familia.

Compró el Porsche para impresionar a Bárbara.

Cuando finalmente los confronté, después de que regresaron de su paseo, entré a nuestra habitación y la encontré en desorden. La ropa de ella estaba en el suelo, enredada con la de él.

Bárbara salió del baño, envuelta en mi bata, con una sonrisa de suficiencia en el rostro.

-Ay, lo siento -dijo, sin sonar arrepentida en lo más mínimo-. Nos dejamos llevar un poco. El coche nuevo, ya sabes. Es muy... estimulante.

Se pasó una mano por el cabello.

-Héctor y yo, simplemente tenemos esta conexión. Es eléctrica.

Sentí una furia helada crecer dentro de mí.

-Eres una asquerosa -dije, mi voz baja-. Los dos.

El rostro de Bárbara se arrugó en una máscara de dolor teatral. Se escabulló detrás de Héctor, que acababa de entrar en la habitación.

-Héctor -gimió-, ¿le dijiste algo malo de mí? Está siendo tan grosera.

Lo llamó "Héctor", pero sonó como una acusación dirigida a mí.

Él volvió sus ojos fríos hacia mí.

-Elena, háblale como se debe.

-¡Estaba en nuestra cama! -grité, el dique de mi compostura finalmente rompiéndose-. ¡En mi bata!

-Es mi invitada -dijo Héctor, su voz peligrosamente tranquila-. Y francamente, un pequeño desliz no es para tanto. Que tu hermano muriera no fue para tanto. ¿Por qué esto sí lo es?

Sentí que el aire me abandonaba. Estaba cansada, tan agotada hasta los huesos. Cerré los ojos.

-Ponte de rodillas y discúlpate con Bárbara -ordenó Héctor, acercándose a mí. Me agarró del brazo, su agarre como acero-. Discúlpate, y tal vez te perdone por esta escenita.

Me empujó hacia abajo. Mis rodillas golpearon el piso de madera con un crujido doloroso.

-Hazlo -siseó-. O te arrepentirás. Sabes que no puedes vivir sin mí.

Recordé la última vez que se había enojado así. Había arrojado una laptop, y me había golpeado el borde de la ceja, dejando una cicatriz que tenía que cubrir con maquillaje. Había estado tan arrepentido después, tan gentil. Siempre seguía la gentileza.

Un sudor frío brotó en mi frente. Este hombre frente a mí era un extraño. El hombre que una vez prometió protegerme era el que más me estaba lastimando.

Él fue quien mató a mi hermano.

Finalmente me soltó, yéndose con Bárbara.

Me quedé en el suelo por un largo tiempo. Luego me levanté, fui a mi computadora y comencé a borrar cada foto que tenía de él. Cinco años de recuerdos, desaparecidos en unos pocos clics.

Luego tomé mi teléfono y marqué un número que no había llamado en años.

-Abuelo -dije, con la voz temblorosa.

-¿Elena? ¿Qué pasa, mi amor?

-Ese pacto que hiciste -dije, las palabras saliendo de golpe-. Con tus protegidos. Ese en el que ellos... me cuidarían. ¿Sigue siendo válido?

            
            

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