Amor Envenenado, Dulce Venganza
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Capítulo 3

-¿Qué clase de pregunta es esa, Elena? -La voz de mi abuelo Alfonso era aguda por la preocupación, pero no insistió. Nunca lo hacía.

-¿Lo es? -insistí.

Una breve pausa.

-Por supuesto. Cualquiera de ellos se sentiría honrado. ¿Damián Vega sigue soltero?

Damián Vega. El primer nombre que me vino a la mente. El más exitoso de los cinco, y el rival más feroz de Héctor en el mundo de la tecnología.

-Sí, abuelo. Lo está.

-Entonces la elección es tuya, mi amor. Siempre.

Solté un aliento que no me di cuenta de que había estado conteniendo.

-Gracias.

No solo iba a dejar a Héctor. Iba a borrarlo. Y iba a usar el poder que mi abuelo me había dado para hacerlo.

Héctor regresó más tarde esa noche, solo. Me encontró en la sala. Se acercó por detrás y me rodeó la cintura con sus brazos, un gesto que una vez se sintió como un hogar pero que ahora se sentía como una jaula.

-Te traje algo -murmuró en mi oído.

Deslizó un anillo en mi dedo. Era delgado y barato, del tipo que sacas de una máquina de chicles. La piedra era de plástico.

-Ya para con el drama, ¿quieres? -dijo, su voz intentando ser gentil pero fallando-. Voy a pasar por alto las mentiras que dijiste hoy. Volvamos a como eran las cosas.

No discutí. No dije una palabra. No tenía sentido. No me creería de todos modos.

-Bárbara va a ser mi compañera en la carrera clandestina de mañana -dijo, cambiando de tema-. Pero su madre está preocupada por su seguridad. Cree que es demasiado peligroso.

Apretó su agarre sobre mí.

-Así que, tú lo harás.

No era una petición.

-Serás mi compañera en la moto.

Finalmente me volví para mirarlo.

-Tengo una condición cardíaca, Héctor. Lo sabes. El estrés, la velocidad... podría matarme.

Recordé la última vez que había montado con él, años atrás. Terminé en urgencias con palpitaciones, y el médico me había advertido que nunca lo volviera a hacer.

Pero sabía que esto no se trataba de la carrera. Se trataba de castigarme por cuestionarlo, por no estar agradecida por su anillo barato y sus disculpas vacías.

-No lo haré -dije, con voz firme.

-Esta no es una decisión que tú puedas tomar. -Su rostro se endureció, el breve momento de falsa gentileza se había ido-. Eres mía, y harás lo que yo diga.

Pensé que se pondría violento. Me preparé.

Pero en lugar de eso, simplemente salió de la habitación. Pensé que eso era el final.

Estaba equivocada.

Al día siguiente, me sacó a rastras de la casa. Era fuerte, y yo estaba débil por el duelo y la falta de sueño. Me arrojó a su coche y condujo hasta una zona industrial desierta en las afueras de la ciudad.

El aire estaba cargado del olor a gasolina y cerveza barata. Una multitud de personas rodeaba una pista de carreras improvisada.

Me sacó del coche y me llevó hacia una monstruosa motocicleta negra.

-¡Héctor trajo a su chica! -gritó alguien.

-Madre mía, qué buen cuerpo tiene -arrastró las palabras otro, sus ojos recorriéndome-. ¿Cuánto por una vuelta, Héctor? Pago lo que sea.

Héctor los ignoró. Estaba concentrado en Bárbara, que estaba de pie junto a la línea de salida, con aspecto delicado y preocupado. Ya había hecho esto por ella antes, pelear con hombres que la miraban de forma equivocada.

Se acercó a ella, se quitó la chaqueta de cuero y se la puso sobre los hombros.

-No te preocupes -dijo, su voz suave y llena de una ternura que nunca me mostró-. Ganaré esto por ti.

Tomó su rostro entre sus manos y la besó suavemente.

Mi corazón no solo dolía. Sentía como si me lo estuvieran arrancando físicamente del pecho. Todo el amor, todo el cuidado, toda la protección de la que era capaz, todo era para ella. Siempre había sido para ella.

Yo solo era una tapadera. Una tonta.

            
            

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