Su Esposa, Su Sentencia de Muerte
img img Su Esposa, Su Sentencia de Muerte img Capítulo 5
5
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
Capítulo 11 img
Capítulo 12 img
Capítulo 13 img
Capítulo 14 img
Capítulo 15 img
Capítulo 16 img
Capítulo 17 img
Capítulo 18 img
Capítulo 19 img
Capítulo 20 img
Capítulo 21 img
img
  /  1
img

Capítulo 5

Era la fiesta del septuagésimo cumpleaños del Senador Everardo de la Torre. Un evento masivo y deslumbrante en la finca familiar. Nunca antes me habían invitado. El viejo me odiaba. Veía mi origen de clase trabajadora como una mancha en su perfecta dinastía política.

El hecho de que estuviera aquí ahora, siendo arrastrado del brazo como un niño mal portado, era un tipo especial de infierno.

-Héctor arregló esto -siseó Elena mientras caminábamos por la gran entrada-. Convenció a mi padre de que te dejara venir. Así que te comportarás. ¿Entiendes?

Entendí perfectamente. Esta era otra humillación, orquestada por mi esposa y su amante.

Puse una sonrisa falsa en mi cara y caminé con ella para saludar al patriarca.

-Feliz cumpleaños, Senador -dije, mi voz rígida.

Everardo de la Torre me miró de arriba abajo, sus ojos llenos de desdén. -Javier. Me sorprende verte. No pensé que Elena conservara obras de caridad por tanto tiempo.

Los invitados al alcance del oído se rieron.

-¿Y dónde está mi regalo? -exigió, su voz retumbando.

Me quedé helado. Un regalo. En el caos de los últimos días, ni siquiera se me había pasado por la cabeza. Miré a Elena, una súplica silenciosa en mis ojos. Su rostro estaba en blanco. Ella también lo había olvidado. O nunca le había importado recordarlo.

Los susurros de la multitud se hicieron más fuertes. Vi a Héctor al otro lado de la habitación, una sonrisa triunfante en su rostro. Él había planeado esto. Sabía que esto pasaría.

Cerré los ojos, la vergüenza un peso físico.

Me quedé allí, entumecido, mientras veía a Everardo de la Torre abrazar a Héctor. Lo llamó el hijo que siempre había querido. Sacó un pesado anillo de sello de oro de su propio dedo, el escudo de la familia de la Torre, y lo deslizó en el de Héctor.

-Este es el hombre que debería estar al lado de mi hija -declaró el Senador a la sala-. La pareja perfecta. -Luego volvió sus fríos ojos hacia mí-. ¿Tienes alguna objeción, Montes?

Todos los ojos en la sala estaban sobre mí. Miré a Elena. Buscaba una señal, cualquier señal, de que me defendería.

Pero ella estaba mirando a Héctor, y la expresión en su rostro era de pura adoración.

Una sonrisa amarga tocó mis labios. -No, señor -dije en voz baja-. Ninguna objeción.

-Bien -gruñó el Senador. Me hizo un gesto para que lo siguiera. A Elena y Héctor, les dijo: -Ustedes dos vayan a disfrutar de la fiesta. Necesito hablar con Javier.

Me condujo por la gran escalera hasta una habitación en el segundo piso. Era un estudio, forrado de libros y retratos de miembros de la Torre de rostro severo.

-Traigan el látigo -le dijo a uno de sus hombres que estaba junto a la puerta.

La sangre se me heló.

Me obligaron a arrodillarme.

-¿Por qué sigues aquí? -gruñó el viejo, de pie sobre mí-. Se suponía que ella estaría con Héctor. Eran perfectos. Luego apareciste tú.

Paseaba frente a mí, su voz goteando veneno. -Ni siquiera pudiste mantenerla feliz. Ni siquiera pudiste darle un hijo.

-Mi salud... -empecé a explicar, a contarle sobre el riñón, sobre el precio que había pagado.

El chasquido del látigo me interrumpió. Aterrizó en mi espalda, una línea de fuego puro. Un grito se desgarró de mi garganta.

El segundo latigazo fue peor. El dolor lo consumía todo. No podía respirar.

El tercero. Grité su nombre. -¡Elena!

Ella no vino.

Me mordí el labio hasta que saboreé la sangre, mi cuerpo convulsionando en el suelo. Mi visión comenzó a nublarse.

A través de la neblina de dolor, sentí que alguien se arrodillaba a mi lado. Olí su perfume, el familiar aroma a jazmín y ambición.

-Elena -grazné, buscándola.

Ella apartó suavemente mi mano y cerró mis ojos con sus dedos. Su tacto era frío.

-Ahora eres un de la Torre, por matrimonio -dijo, su voz un susurro desapegado-. Esta familia tiene reglas. Las rompiste al lastimar a Héctor. Tienes que aceptar las consecuencias.

Sus palabras fueron el golpe final. Más dolorosas que cualquier látigo. Yo era solo un activo, una propiedad, y me había portado mal.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022