Cuando Te Olvide
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Capítulo 3 3

El tiempo con Clara pasaba lento de un modo bueno. No era lento por aburrimiento, era lento como los domingos de la infancia, cuando todo parecía durar más.

Noah empezó a darse cuenta de eso un martes cualquiera. Despertó en el taller con la cara hundida en su almohada y la luz de la mañana entrando suave por la ventana. Clara ya estaba despierta, de rodillas en el suelo, dibujando con carbón en una hoja más grande que ella.

- ¿Nunca duermes? - murmuró él, con la voz aún llena de sueño.

- Solo lo suficiente para soñar y volver.

Ella no lo miró al responder. Y aun así, él sonrió.

Se levantó, fue hasta la mesa de trabajo y encontró otra nota pegada en el vidrio del termo:

"Te observo mientras el mundo aún está apagado.

Y juro que podría amar solo eso."

Bebió un sorbo de café y guardó la nota en su billetera. Ya estaba casi llena - y aun así, no pensaba parar.

Esa tarde, Clara lo llevó a un picnic improvisado en Bryant Park. Era invierno, hacía frío, pero ella insistía en que la luz de ese día merecía sentirse al aire libre.

- Te vas a resfriar - dijo él, envuelto en una bufanda, ya arrepentido.

- Mejor un resfriado contigo que salud sin gracia - contestó, extendiendo una manta en el suelo.

Comieron frutas cortadas, pan fresco y queso curado. Ella llevó vino en botellas térmicas y un libro de poemas de Rilke con anotaciones suyas en los márgenes.

Él solo llevó su presencia - y eso bastaba.

Mientras observaban las hojas secas llevadas por el viento, Clara giró el rostro hacia él.

- ¿Sabes qué es lo que más me gusta de ti?

- ¿Que soy puntual? - bromeó.

- Que me escuchas incluso cuando no entiendes.

Unos días después, conocieron a Leo, amigo de Clara desde la universidad. Artista performático, alma ruidosa, sonrisa amplia y ropa llena de color.

Apareció en el taller un sábado, sin avisar, como siempre hacía.

- Entonces tú eres el médico - dijo, mirando a Noah de arriba abajo, como quien evalúa una escultura.

- Lo soy - respondió Noah, firme pero curioso.

- Pareces más economista. Pero está bien, confío en el gusto de Clara. Ella solo elige gente con grietas invisibles.

Clara se rió fuerte.

- Leo es una de las personas que me hacen seguir.

- Y tú - dijo Leo, mirando a Noah -, estás haciendo que ella se quede.

Fue la primera vez que Noah escuchó eso. Y no supo qué responder. Pero se quedó con la frase dando vueltas en la cabeza durante días.

El domingo siguiente, fue Noah quien presentó a alguien a Clara: Elias, su compañero de residencia y, en la práctica, su mejor amigo. Elias era divertido, directo, con ese humor típico de quien pasa demasiado tiempo en los pasillos del hospital intentando no desmoronarse.

Se encontraron en un café discreto cerca del hospital, y Noah estaba visiblemente nervioso.

- Entonces, ¿tú eres la famosa Clara? - preguntó Elias, sonriendo. - Él habla de ti como quien habla de un cuadro que no entiende, pero no puede dejar de mirar.

Clara se rió. Noah se puso rojo.

- Y tú eres el Elias que siempre dice que Noah necesita urgentemente un pasatiempo.

- Ese mismo. Y parece que ya encontró uno - contestó, mirando a la pareja con media sonrisa.

Noah puso los ojos en blanco, pero estaba feliz. Por primera vez, su vida parecía algo más que turnos, historiales clínicos y guardias nocturnas.

La semana siguiente, apareció un nuevo personaje - casi sin querer.

Olivia, o Liv, la exnovia de Noah, llegó al hospital para visitar a un familiar. Tenía la mirada cansada, pero la misma postura impecable de siempre.

Se cruzaron en el pasillo del área de neurología. Noah no lo esperaba. Se quedó quieto un segundo.

- ¿Estás bien? - preguntó ella, después de un silencio.

- Sí. ¿Y tú?

- También. Quiero decir... más o menos. Vi tu nombre en la ficha de mi tío. Aún sigues por aquí.

- Sí. Muchas cosas cambiaron. Pero sigo aquí.

Ella dudó, lo miró a los ojos.

- ¿Estás con alguien?

La respuesta llegó rápida, casi automática.

- Sí. Con alguien... que me hace recordar lo que es la ligereza.

Olivia solo asintió. Sonrió apenas.

- Espero que dure.

Y se fue.

Noah pasó el resto del día con esa frase resonando en su cabeza. "Espero que dure."

No por Liv - eso estaba enterrado. Sino por la incertidumbre. Por el miedo sutil que aparecía, de vez en cuando, en el fondo de los ojos de Clara, cuando hablaba del tiempo.

Esa noche, al llegar al taller, encontró una nueva nota pegada en el espejo:

"Eres mi tiempo desacelerado.

Mi café caliente en el caos.

Mi punto de descanso en medio de la prisa."

Él no dijo nada. Solo la abrazó por detrás, en silencio.

Y allí, con los ojos cerrados, deseó que eso realmente durara.

Aunque no pudiera prometerlo.

            
            

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