Cuando Te Olvide
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Capítulo 5 5

El ruido de la cafetera siempre sonaba antes que el despertador.

Clara despertaba primero. Siempre.

Y nunca se quejaba.

Esa mañana, Noah se levantó con los ojos aún medio pegados de sueño y encontró un papel pegado en su propia frente, sostenido con cinta adhesiva.

"Buenos días, Dr. Dormilón.

El mundo ya empezó. Pero sigues siendo mi mejor retraso."

Él retiró el papel despacio, con una sonrisa torcida.

Siguió el olor a café hasta la cocina, donde Clara estaba de pie sobre un banquito, intentando alcanzar un libro de arte escondido en la repisa más alta.

- Te vas a caer.

- La confianza lo es todo, Noah. - Se equilibró en el banquito y sacó el libro con una sola mano.

- Y un banco más bajo también ayudaría.

Ella bajó de un salto y dejó el libro sobre la mesa, aún con un lápiz entre el cabello.

- Hoy quiero pintar con palabras.

- ¿Eso se puede?

- Conmigo, todo se puede.

Mientras ella se perdía en el taller, Noah se preparaba para el hospital. Bata, gafete, reloj. Era como ponerse una armadura.

- ¿Paso a buscarte más tarde? - preguntó.

- Solo si vienes con café. Y una nota nueva.

Él salió riendo.

Clara lo observó desde la terraza. Había algo en él que no encajaba con el mundo. Era demasiado entero para caber en las urgencias de la vida. Y aun así, era allí donde brillaba.

En el hospital, el día empezó como todos: luces intensas, pasos apurados, hojas de exámenes, voces urgentes. Pero ese día, Noah sentía una ligereza difícil de explicar.

Hasta que encontró a Elias en el comedor, con la cara enterrada en un tazón de cereales.

- ¿Estás sonriendo? - preguntó Elias, entornando los ojos. - Eso es sospechoso.

- Solo estoy... bien.

- ¿Bien o enamorado?

Noah no respondió. Pero el silencio fue más revelador que cualquier palabra.

Elias negó con la cabeza y tomó su celular.

- Cuidado. La vida no tiene botón de pausa. Cuando te das cuenta, ya tropezaste con algo que no querías perder.

Noah se quedó pensando en eso.

En Clara durmiendo con el pincel en la mano.

En Clara leyendo poesía en voz alta mientras pintaba.

En Clara con café y nota.

En Clara.

Por la tarde, Clara recibió a Leo en el apartamento. Él entró derribando todo, como siempre, y trayendo una nueva idea loca: un proyecto de arte urbano con notas anónimas pegadas por todo Nueva York.

- Adivina quién fue la inspiración.

- Espero que no sea el gato del vecino.

- Tú y tu romance poético con el doctor moreno. En serio, Clara. La gente tiene que ver esto.

- Son notas íntimas, Leo.

- ¿Y si fueran notas para el mundo? ¿Y si el mundo fueras tú?

Clara pensó. Sonrió. Y dijo:

- Dame tres días. Te muestro lo que tengo.

Cuando Noah volvió, ya era de noche. El apartamento estaba lleno de hojas en el suelo, pinceles en frascos improvisados y Clara tumbada en el sofá con pintura en la mejilla y un mechón de cabello azul claro.

- Dios mío. ¿Explotaste?

- Exploté en mí misma. El día fue fértil.

Él se sentó a su lado, con cuidado.

- ¿Sabes qué me dijo Elias hoy?

- ¿Algo sarcástico y lleno de verdades?

- Que la vida no tiene pausa. Que cuando te das cuenta, ya tropezaste con algo que no querías perder.

- ¿Y tropezaste conmigo?

- Con fuerza.

Clara apoyó la cabeza en su pecho. El corazón de él latía fuerte, como si bailara por dentro.

- Sabes... tenía tanto miedo de amar a alguien que un día pudiera irse.

- ¿Y ahora?

- Ahora solo tengo miedo de olvidar cómo es amarte.

Noah guardó silencio.

No por falta de palabras.

Sino por saber que algunas frases no merecen respuesta.

Solo presencia.

Esa noche, mientras Clara dormía, él se levantó despacio, fue hasta el escritorio y dejó una nueva nota dentro del cuaderno de bocetos de ella:

"Si algún día la memoria me falla,

que mi cuerpo aún sepa el camino de regreso hacia ti."

Dobló el papel con cuidado y lo escondió en la última página, detrás de un dibujo inconcluso.

El fin de semana llegó con lluvia y vino. Se quedaron en casa, vieron películas antiguas, discutieron sobre los colores de Van Gogh y sobre cómo el silencio de un hospital nunca es igual al silencio de un hogar.

- Me gusta el sonido de tu silencio - dijo Clara, apoyada en la puerta del baño mientras él se cepillaba los dientes.

- ¿Mi silencio tiene sonido?

- Sí. Y olor. Y textura. Es como... terciopelo en noche fría.

Él se echó a reír con el cepillo en la boca.

- Estás loca.

- Y tú eres mío.

El lunes, Sol llamó. Quería que Clara pasara un fin de semana con ella y su marido en Beacon.

- Tú y el doctor-corazón-devastado pueden venir. La casa tiene chimenea.

Clara sonrió. Noah estaba al lado, leyendo un artículo médico con los pies sobre su regazo.

- Él acepta. Solo si hay café y una buena almohada.

Sol resopló.

- ¿Ya es de la familia, o qué?

- Casi.

- Ten cuidado con los "casi", Clarita. Son expertos en parecer eternos.

Clara colgó y miró a Noah.

- ¿Te imaginas viviendo aquí?

Él levantó los ojos del artículo. Parpadeó despacio.

- A veces siento que ya vivo.

Ella extendió la mano y rozó su mejilla.

- Entonces quédate.

Él se quedó.

                         

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