Cuando Te Olvide
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Capítulo 4 4

Despertar al lado de Clara era como entrar en una pintura que todavía está fresca.

Nada allí era definitivo. Ni la luz. Ni el silencio. Ni los sentimientos.

Esa mañana, Noah se despertó con el sonido de la tetera silbando. Clara ya estaba de pie, envuelta en una manta azul marino, el cabello recogido en lo alto de la cabeza, sin maquillaje, con un pincel entre los dientes.

- Buenos días, Dr. Bennett - dijo, con la voz aún somnolienta. - Roncas un poco cuando estás en paz.

Él se frotó los ojos, riendo.

- Y tú dices frases absurdamente bonitas antes del café.

Clara puso una taza frente a él. Era una de sus favoritas: blanca, con salpicaduras de pintura roja en un costado. Dentro, un papel doblado.

"Buenos días.

Me gusta dormir contigo como quien descansa el mundo.

Y me gusta despertar contigo como quien recupera el mundo."

Él leyó en silencio y la atrajo por la cintura, todavía sentado en la cama.

- ¿Tienes idea de lo que me haces sentir?

- La tengo. Y aun así, lo sigo haciendo.

El apartamento era pequeño, pero contenía su universo. El taller ocupaba la mitad de la sala. La otra mitad estaba llena de plantas colgantes, libros apilados en el suelo y notas pegadas en lugares improbables: detrás del microondas, en el interruptor de la luz, dentro del armario del baño.

Noah también escribía.

Empezó tímido, sin el lirismo de ella, pero con una honestidad cruda que solo él sabía tener.

Una noche, después de una guardia agotadora, llegó y encontró a Clara dormida en el sofá, con un lienzo inconcluso al lado. Tenía pintura en la cara y un rotulador abierto caído en el piso. Él no quiso despertarla. Solo tomó un pedazo de papel y escribió:

"Me salvas incluso cuando no sabes que me estás salvando.

Estoy exhausto. Pero sigues siendo la parte buena de mí."

Lo dobló y lo colocó entre sus dedos, como si fuera una flor.

A la mañana siguiente, Clara despertó con los ojos húmedos y un nuevo color en su paleta.

Al final de esa semana, fueron juntos a una pequeña inauguración donde Leo presentaba una instalación. Era en un galpón transformado en galería, en Williamsburg: paredes de concreto, luces bajas, copas de vino barato y artistas con las cejas decoloradas.

Clara llevaba un vestido negro sencillo, con una cinta roja en la cintura. Noah se sentía más fuera de lugar que nunca, con su camisa de vestir y zapatos demasiado limpios. Pero ella lo tomaba de la mano con la seguridad de quien sabe que él estaba exactamente donde debía estar.

- Son el contraste más hermoso de la noche - comentó Leo al verlos llegar. - El médico que opera cerebros y la artista que no duerme antes de las dos de la mañana.

- Funcionamos - respondió Clara. - Porque ninguno de los dos intenta arreglar al otro.

La exposición era sobre el tiempo. Leo había creado un pasillo con hilos de cobre y pequeños relojes derretidos colgando de ellos. Clara se detuvo en medio de la instalación y quedó inmóvil.

- Esto me hace sentir todo el cuerpo - susurró.

- ¿Miedo o belleza?

- Las dos cosas. Como el amor.

Después de la exposición, Leo los invitó a comer pizza y tomar cerveza. Noah se disculpó diciendo que tenía cirugía temprano. Clara insistió en que se quedara, pero entendió. Lo besó en la mejilla, en la acera, y prometió volver antes de medianoche.

Mientras caminaba de regreso a casa, Noah recibió un mensaje de ella:

"Me encanta cuando te quedas incluso cuando te vas.

Tu ausencia es menos ausencia cuando es por mí."

Lo leyó y sonrió, aunque no respondió.

Cuando Clara llegó esa noche, encontró una nota pegada en la puerta:

"Me haces querer volver.

Siempre."

Y dentro del apartamento, otra, en la lámpara:

"Me enseñaste que el ahora también puede ser un hogar.

Gracias por dejarme habitar aquí."

Ella se rió sola, quitándose los zapatos en el pasillo.

Era como tener un poema escondido en cada rincón del mundo.

El domingo, apareció Sol.

- Solo vine a traer las acuarelas que mamá mandó. Y a ver si todavía te acuerdas de tu hermana - bromeó, entrando sin pedir permiso.

Clara abrazó a Sol con fuerza. La hermana mayor siempre había sido esa presencia que mezclaba cariño con crítica, cuidado con provocación.

- ¿Y este es el famoso Noah? - preguntó, en cuanto él apareció en la cocina, con camiseta y el cabello aún mojado.

- Soy yo - respondió él, extendiendo la mano.

Sol lo analizó con los ojos de quien ve más allá.

- Pareces más sensato de lo que esperaba. Pero está bien. Clara siempre tuvo gustos raros para los hombres.

Clara le dio un pequeño empujón en el hombro.

- Sol es así. Su marido sobrevivió, así que tú también puedes.

Rieron. Conversaron. Tomaron café. Y por un momento, Noah tuvo la sensación de formar parte de una familia, aunque fuera una un poco torcida, pero genuina.

Al salir, Sol tomó a Clara del brazo en el pasillo.

- Es diferente. La forma en que te mira. Como si estuviera a punto de decir "cuida esto por mí, es lo más importante que tengo".

- Porque tal vez lo sea - respondió Clara.

Sol se quedó en silencio. Luego le apretó los hombros con suavidad.

- Solo... vive esto de verdad. Porque el tiempo no da cambio.

Esa noche, antes de dormir, Clara y Noah se recostaron uno al lado del otro, con los cuerpos cansados y los corazones llenos.

- Hay días en que te miro y pienso: "¿cómo viví tanto tiempo sin esto?" - dijo ella.

Él se giró de lado, buscando sus ojos oscuros.

- Y hay días en que despierto y tengo que recordarme que esto es real. Que estás aquí. Que de verdad tengo este privilegio.

Clara se acercó y besó su frente.

- Entonces escríbeme.

- ¿Qué?

- Lo que sientes cuando despiertas. Cuando me miras.

- ¿Y dónde lo dejo?

- En un lugar improbable. Quiero encontrarte sin saber que te buscaba.

Noah sonrió.

A la mañana siguiente, ella encontró la nota pegada en el filtro de café:

"Me despiertas incluso cuando ya estoy despierto.

Me enseñas a ser entero en pedazos."

- N.

            
            

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