-Veamos a quién elige ahora -susurró Katia, solo para que Esther la oyera.
Julián corrió a la parte superior de las escaleras, con el rostro pálido por la conmoción. Vio a Esther, yaciendo en un charco de su propia sangre, y sus pupilas se contrajeron con alarma.
Por una fracción de segundo, se movió hacia su esposa.
-¡Julián! -gritó Katia, su voz débil y temblorosa-. ¡Me empujó! Lo siento mucho, traté de decirle que la amabas, pero se enojó tanto...
Julián se congeló. Su mirada se desvió de la forma rota de Esther al rostro manchado de lágrimas de Katia. La preocupación momentánea por su esposa se desvaneció, reemplazada por una furia fría y dura.
Bajó las escaleras, pasando por encima de Esther sin una segunda mirada. Se arrodilló junto a Katia, tomándola en sus brazos.
-¿Estás herida? -preguntó, su voz teñida de pánico.
-Estoy bien -susurró Katia, haciéndose la valiente-. Deberías ver a Esther. El bebé...
-No -dijo Julián, con la mandíbula apretada. Abrazó a Katia más fuerte, y sin otra mirada a su esposa sangrante e inconsciente, la sacó por la puerta.
Tumbada en el suelo frío, Esther los vio irse. Un sonido extraño y roto brotó de su pecho. Era una risa.
Rió y rió hasta que llegaron las lágrimas, calientes y amargas, mezclándose con la sangre en su mejilla.
Recordó una época en que un raspón en la rodilla era tratado como una herida mortal. Ahora, él pasaba por encima de su cuerpo sangrante.
Qué tonta había sido. Qué absoluta y devastadoramente tonta. Las promesas de un hombre no valían nada.
Su visión se nubló, los bordes se oscurecieron. Lo último que vio antes de perder el conocimiento fue el blanco prístino del mármol, ahora irrevocablemente manchado.
Se despertó en una cama de hospital, el olor a antiséptico llenando sus fosas nasales. Una enfermera revisaba sus signos vitales.
Julián estaba junto a la ventana, de espaldas a ella, con la postura rígida.
-¿Cómo está el bebé? -le preguntó al doctor sin volverse.
El doctor miró a Esther, confundido.
-Señor Garza, no estoy seguro de a qué se refiere. Con respecto al embarazo, los registros de su esposa muestran que hace varios días...
Los ojos de Esther se abrieron de par en par. Tenía que detener esto. Todavía no. El golpe final tenía que venir de ella. Tiró un vaso de agua de la mesita de noche. Se hizo añicos en el suelo.
El sonido rompió la tensión. Julián finalmente se volvió, su mirada cayendo sobre ella. El breve destello de preocupación en sus ojos fue reemplazado instantáneamente por la ira.
-La empujaste -acusó, su voz baja y venenosa-. Empujaste a Katia por las escaleras.
Esther miró al doctor y negó con la cabeza de forma casi imperceptible. El doctor, al ver el terror en los ojos de Esther, pareció entender.
-Señor Garza, su esposa necesita descansar. Podemos discutir esto más tarde -dijo el doctor, sacando rápidamente a la enfermera de la habitación.
Estaban solos.
Julián caminó hacia su cama, su rostro una máscara de furia fría.
-Katia es tan amable, tan indulgente. Y tú... simplemente no puedes parar, ¿verdad? Tenías que lastimarla.
-Ella me empujó, Julián -dijo Esther, su voz débil pero firme.
-¡No me mientas! -espetó-. Katia es una flor delicada. No lastimaría a una mosca. ¿Cómo podría empujarte?
-Revisa las cámaras de seguridad -dijo Esther, su voz ganando fuerza-. Te mostrarán la verdad.
Por un momento, vaciló. Un destello de duda cruzó su rostro. Pero luego su mandíbula se tensó.
-¡No necesito revisar ninguna cámara! ¡Confío en lo que veo con mis propios ojos, y vi sus lágrimas!
Justo en ese momento, Katia apareció en la puerta, cojeando dramáticamente, su rostro un cuadro de inocencia llorosa.
-Julián, no la culpes -sollozó, agarrando su brazo-. Fue mi culpa. No debí haber venido. Me iré. Los dejaré solos.
-No -dijo Julián al instante, atrayéndola a un abrazo protector-. No vas a ninguna parte.
Miró por encima del hombro de Katia a Esther, sus ojos llenos de un fuego posesivo.
-¿Ves lo que has hecho? -dijo, su voz goteando amenaza-. Estás fuera de control. Necesitas ser castigada.