Antes de que Valeria pudiera reaccionar, dos guardias la agarraron de los brazos y la arrastraron adentro. La empujaron al suelo en el pasillo fuera de la suite de Karina, obligándola a arrodillarse. El vestido mojado se pegaba a su piel, y temblaba incontrolablemente. Era un espectáculo patético y humillado.
Desde dentro de la habitación, podía oír voces. Los amigos de Damián, fuertes y enojados.
-¡Esa perra intentó matar a Karina! -gritó uno de ellos-. ¡Primero la araña, luego la empuja a la piscina! ¡Damián, tienes que hacer algo!
-Todos sabemos que la usaste como carnada durante años -dijo otra voz, más baja y conspiradora-. ¿Pero te has ablandado con tu mascotita? ¿Me estás diciendo que no soportas castigarla?
Luego, escuchó la voz de Karina, fingiendo debilidad. -Por favor, no sean tan duros con ella. Fue mi culpa por provocarla. Tal vez... tal vez enviarla al club de mi tío por una noche le enseñaría una lección sin dañarla permanentemente. Solo para asustarla un poco.
Siguió un silencio escalofriante. Luego, la voz de Damián, fría y decisiva. -Es una buena idea. -Luego le habló a Karina en un tono más suave-. No te preocupes más por eso. Yo me encargaré de ella.
Valeria inclinó la cabeza, una risa amarga y silenciosa escapando de sus labios. Él se encargaría de ella. Se lo había dicho cien veces. Después de un mal sueño, después de un día difícil, después de uno de los "accidentes" que él mismo había orquestado. Las palabras no tenían sentido, solo sonidos que hacía. Era un monstruo, completamente desprovisto de corazón.
Se arrodilló allí durante lo que pareció una eternidad, pero nadie vino a darle una orden final. Finalmente, los mismos guardias regresaron. No hablaron. Simplemente la levantaron y la medio arrastraron, medio llevaron fuera del edificio y a la parte trasera de una camioneta sin ventanas.
Le pusieron una capucha negra sobre la cabeza, y la camioneta aceleró en la noche. Cuando finalmente se detuvieron, la sacaron a rastras y la metieron en un lugar que olía a sudor, cerveza rancia y sangre. Le arrancaron la capucha de la cabeza. Estaba en un mugriento y caótico club de boxeo clandestino.
Un par de guantes de boxeo ensangrentados fueron arrojados a sus pies.
-Póntelos -gruñó un hombre grande y con cicatrices. Era el dueño-. Eres la siguiente.
La jalaron hacia el ring de boxeo. Una mujer estaba siendo ayudada a bajar los escalones, su rostro una masa hinchada y ensangrentada. Valeria se sintió mal.
-Peleas, ganas, te vas -dijo el dueño, sus ojos recorriendo su cuerpo de una manera que le erizó la piel-. Pierdes, y te quedas aquí para que los chicos jueguen contigo.
Se inclinó cerca, su aliento fétido. -Escuché que molestaste a la nueva chica de Damián Garza. Gran error. Quiere que te den una lección que no olvidarás.
La verdad la golpeó con la fuerza de un golpe físico. Esto no era solo un susto. Era una sentencia de muerte, dictada por el hombre que una vez había amado.
La forzaron a entrar en un pequeño vestuario, haciéndola despojarse de su vestido mojado y ponerse un par de shorts y una camiseta sin mangas delgada. Intentó correr hacia la puerta, pero uno de los hombres la atrapó, la estrelló contra la pared y la golpeó con fuerza en el estómago.
-Intenta eso de nuevo -gruñó-, y te romperé las piernas antes de que siquiera subas al ring.
La arrojaron a la lona. Sus piernas se sentían como gelatina. Su oponente era una mujer musculosa con ojos muertos y una sonrisa cruel. Sonó la campana.
El primer golpe la mandó al suelo. El dolor explotó en su mejilla, caliente y agudo. Saboreó la sangre. Intentó levantarse, pero su oponente estaba sobre ella, un pie presionando su espalda, restregando su cara contra la lona sucia.
La multitud rugió de risa.
Su cara se estaba hinchando, su visión se volvía borrosa. Apenas podía ver.
Y entonces los vio. Sentados en un palco VIP privado y elevado, mirando hacia el ring. Damián y Karina.
Damián observaba el espectáculo con una expresión de aburrimiento indiferente, como si estuviera viendo una película aburrida.
Karina se inclinó hacia él, señalando a Valeria. -Esa es ella, Damián. Esa es la chica que me lastimó.
Hizo un puchero bonito. -Apuesto a que pierde. Hagamos una apuesta.
Damián ni siquiera la miró. Sus ojos estaban en Karina, su expresión suavizándose. -Lo que quieras, mi amor.
Asintió. -Pon un millón a que ella gana.
Los labios de Karina se curvaron en una sonrisa malvada y triunfante mientras volvía sus ansiosos ojos al brutal espectáculo en el ring.