Jessica jadeó, tropezando hacia atrás como si Eliana la hubiera empujado. -¡Oh!
Braulio la atrapó al instante. -¡Jessica! ¿Estás bien?
Le lanzó a Eliana una mirada de puro hielo. -¿Qué te pasa? ¡Acaba de salir del hospital!
Eliana lo miró, con la boca abierta de incredulidad. El mundo se inclinó sobre su eje. Ni siquiera preguntó. Simplemente asumió.
Estaba tan cansada. Cansada de luchar, cansada de explicar, cansada de ser la que tenía que ser fuerte y comprensiva.
-Lo siento -dijo, las palabras sabiendo a ceniza-. No fue mi intención.
La expresión de Braulio se suavizó ligeramente. Jessica, siempre la magnánima, sonrió. -Está bien. Sé que tú también has pasado por mucho. De hecho, esperaba que pudieras venir con nosotros mañana. Braulio tiene una audiencia importante sobre una patente y necesitará nuestro apoyo.
Miró a Braulio, sus ojos brillando con adoración. -Vas a estar increíble.
Eliana vio el orgullo en los ojos de Braulio mientras miraba a Jessica. Le encantaba que ella entendiera su mundo, su trabajo. Nunca había mirado a Eliana de esa manera cuando ella hablaba de sus propios sueños de ingeniería.
-Ya es hora de que veas el mundo en el que vive Braulio -añadió Jessica, su tono empalagosamente dulce-. Has estado encerrada demasiado tiempo.
La implicación era clara. Este es nuestro mundo. Tú solo eres una visitante.
-Está bien -dijo Eliana en voz baja. Ya había firmado los papeles. Pronto se iría. Una última humillación no haría la diferencia.
La sala del tribunal era intimidante, toda de madera oscura y techos altos. Braulio y Jessica se sentaron en la mesa del demandante, un equipo perfecto. Se susurraban el uno al otro, con las cabezas juntas, una imagen de intimidad y complicidad.
Jessica se volvió hacia Eliana, que estaba sentada en la galería detrás de ellos. -Eliana, ¿podrías ir a buscarnos un café? Dos americanos, sin azúcar.
No era una petición. Era una orden.
Braulio ni siquiera la miró. -Ahora no, Jessica. Y Eliana no sabría a dónde ir. -Lo dijo con la displicencia casual de alguien que espanta a un niño.
Jessica le dedicó a Eliana una sonrisa de suficiencia y triunfo por encima del hombro.
Eliana sintió una quemazón familiar de vergüenza. Era un inconveniente. Un pedazo de su pasado que no encajaba en su nuevo y brillante futuro. Él se avergonzaba de ella. Avergonzado de la chica que trabajaba en una fonda, que lo había salvado cuando no tenía nada.
Se iba a ir. Pronto, sería solo un recuerdo que él podría borrar.
La audiencia comenzó. Jessica estuvo brillante, sus argumentos agudos y precisos. Pero entonces el abogado de la parte contraria presentó una prueba sorpresa, un documento técnico que parecía socavar toda la reclamación de patente de Braulio.
La sala del tribunal bullía. Jessica palideció, buscando a tientas en sus notas. El rostro de Braulio era una máscara de sombría frustración.
El corazón de Eliana latía con fuerza. Esta patente lo era todo para él. Era la base de su nuevo imperio.
Miró el documento proyectado en la pantalla. Su mente, perfeccionada por años de autoestudio y un don natural para la ingeniería, lo vio al instante. Un fallo en su argumento. Un detalle que habían pasado por alto.
Sin pensar, se inclinó hacia adelante. -La marca de tiempo -susurró con urgencia-. La marca de tiempo en el código fuente de su prototipo está posdatada. Es posterior a la fecha de tu solicitud. La falsificaron.
El abogado contrario, que había escuchado, se congeló. Su rostro se puso blanco.
Jessica miró a Eliana, con los ojos desorbitados por la conmoción y la furia. ¿Cómo se atrevía esta cocinera a entender algo que ella, una graduada de la Libre de Derecho, había pasado por alto?
Braulio miró de Eliana a la pantalla, sus propios ojos abriéndose de par en par al darse cuenta. Se levantó bruscamente.
-Su Señoría, solicitamos un breve receso para examinar esta nueva información.
El juez se lo concedió. Braulio agarró la mano de Jessica y la sacó de la sala del tribunal, sin siquiera mirar a Eliana.
Eliana los siguió, con una sensación de vacío en el estómago. Escuchó sus voces a la vuelta de la esquina.
-No puedo creer que se me pasara eso -decía Jessica, su voz tensa por la frustración-. ¡Me hizo quedar como una idiota!
-No es tu culpa -la voz de Braulio era baja y tranquilizadora-. Ella es... astuta. Aprende rápido. Tú eres la verdadera, Jessica. Eres una abogada brillante. Ella es solo una cocinera con suerte.
Sus palabras la golpearon como un golpe físico. Solo una cocinera con suerte.
Su corazón, que pensó que no podía romperse más, se hizo polvo.
Lo vio apretar suavemente el hombro de Jessica, un gesto de consuelo e intimidad. De la misma manera que solía tocarla a ella.
Retrocedió tambaleándose, un sollozo ahogado subiendo por su garganta. Algo en una pequeña mesa junto a la pared llamó su atención. Era un modelo del primer dispositivo que él diseñó, una cosa pequeña e intrincada que había construido en su pequeño departamento. Ella le había comprado las piezas con el dinero de sus propinas. Se lo había dado a ella, diciendo que era la piedra angular de su futuro. Le había dicho que siempre lo guardara a salvo.
Ahora, estaba simplemente allí, una reliquia olvidada. Mientras observaba, un conserje golpeó la mesa. El modelo se deslizó y se hizo añicos en el suelo de mármol.
Era una metáfora perfecta y brutal.
Eliana se dio la vuelta y corrió. Huyó al baño, encerrándose en un cubículo. Se miró en el reflejo del cromo pulido del dispensador de papel higiénico. Un rostro pálido y surcado de lágrimas le devolvió la mirada.
La puerta del baño se abrió de golpe. Jessica Cantú estaba allí, con los brazos cruzados, su expresión una máscara de puro odio.
-No podías mantenerte al margen, ¿verdad?