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Capítulo 2:
Mi teléfono comenzó a vibrar violentamente en mi mano.
Miré la pantalla a con la visión borrosa. "Compañero" parpadeaba implacablemente, exigiendo mi atención.
Desde dentro de la oficina, podía escuchar la voz de Lucian elevarse llena de pánico.
Las llamadas seguían llegando, una tras otra y cada tono era más desesperado que el anterior.
"¿Qué demonios pasa, Alfa Lucian? ¿Por qué estás perdiendo el control?".
El sonido de una silla chocando contra el suelo resonó a través de la puerta. La voz de Lucian se quebró con urgencia.
"Ella siempre responde en menos de tres minutos. Siempre".
"Quizás está ocupada. Podría estar echando una siesta o algo así".
"¡No lo comprendes! ¡Isabella no es como las demás lobas!".
Mi mente volvió a aquel viaje de negocios hace seis meses. Me atrapó una tormenta terrible mientras visitaba los Territorios del Este. Tenía mala señal y la batería del teléfono estaba agotada. Cuando finalmente lo hice volver a funcionar, había noventa y nueve llamadas perdidas esperándome.
Lucian había aparecido de repente, luciendo como si no hubiera dormido en días.
Me estrechó contra su pecho y sus lágrimas empaparon mi cabello. "Creí que te había perdido para siempre. Estaba aterrorizado. No puedo vivir sin ti".
Desde ese día, nunca dejé un mensaje sin responder por más de tres minutos. Contestaba cada llamada en cuanto me llegaba el primer timbre.
Pero en aquel momento, al ver la decimoséptima llamada perdida iluminar mi pantalla, presioné el botón de rechazar por primera vez.
La oficina quedó en absoluto silencio.
Mis dedos temblaban mientras escribía una respuesta.
"Lo siento, solo estoy tomando un poco de agua. ¿Qué pasa?".
El teléfono sonó de inmediato. Me obligué a respirar antes de contestar. Podía escuchar el alivio que inundaba su voz.
"Cariño...".
Me hablaba con ese tono suave, casi infantil que usaba cuando quería encantarme. Me tapé la boca con la mano para detener el sollozo que amenazaba con escapar.
"Me asustaste", susurró. "No vuelvas a hacer eso".
A través de la rendija de la puerta, lo observé sonreír mientras hablaba conmigo. Las lágrimas caían con más fuerza.
El camino a casa pasó en un letargo.
Seguía tocando mi vientre aún plano y mirando a la nada.
Este bebé era todo lo que habíamos soñado durante tres años.
Después de que los médicos dieran su devastador diagnóstico hace tres años, Lucian nunca volvió a mencionar nada sobre tener niños. Soportó todos los susurros y especulaciones solo. La gente aún decía que la Diosa Lunar lo había maldecido por no tener un heredero.
Siempre que los chismes llegaban a sus oídos, me acercaba más a él.
"Eres todo lo que necesito".
Él me amaba completamente.
Entonces, ¿por qué un Alfa que afirmaba amarme más que a su propia vida se uniría en secreto con otra mujer?
El sensor de movimiento se activó cuando crucé la puerta principal de nuestra casa, iluminando el vestíbulo con una suave luz dorada.
Lucian había instalado ese sistema él mismo. Dijo que era una iluminación cálida, para que no tropezara en la oscuridad cuando llegara tarde de la clínica.
Cada pared mostraba nuestros recuerdos y fotos de nosotros en cada etapa de nuestras vidas juntos.
Yo, a los cinco años, llevando un vestido de princesa rosa mientras él ajustaba torpemente una corona de papel en mi cabeza. "Lucian siempre protegerá a Isabella".
La trituradora de papel devoró ese primer recuerdo con un zumbido mecánico.
En una foto estábamos nosotros, a los quince años, en la cena formal de la manada, él tirando incómodamente de su corbata mientras sus orejas se sonrojaban al sujetar mi cintura. "De ahora en adelante, soy el único que puede bailar contigo".
Otra era en nuestra graduación universitaria, cuando cubrió todo el patio con pétalos de rosa para hacerme una confesión. Otra foto era de la propuesta que me hizo en la nieve. Él estaba arrodillado con el anillo mientras su nariz ya estaba roja por el frío.
En otra foto, sus ojos brillaban con lágrimas que no había derramado mientras levantaba mi velo durante nuestra ceremonia de unión.
Foto tras foto fueron desapareciendo en la máquina.
Para el amanecer, mis uñas estaban cubiertas de trozos de papel y astillas.
La trituradora se había sobrecalentado unas horas antes y los recuerdos triturados formaban una montaña a mis pies.
Pero Lucian nunca regresó a casa.
Y ese día, se suponía que era nuestro aniversario de unión.