La Tregua de Nuestros Corazones
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Capítulo 3 3

El reloj de la sala de reuniones marcaba las nueve en punto cuando Ramirez finalmente miró a las dos abogadas, que entraban en la sala casi en sincronía, cada una llevando una pila de documentos y una mirada que era tanto un desafío como un cálculo.

- Buenos días, Isabella. Charlotte - comenzó con una voz tranquila pero firme -. Vayamos directo al grano. El caso Davenport no es solo otro proceso. Tiene repercusión internacional, una complejidad que exige lo mejor de ambas. Quiero que trabajen juntas.

Las cejas de Isabella se levantaron en una mezcla de sorpresa e incomodidad. Charlotte, por su parte, mantuvo una sonrisa fría, de esas que significan "a ver quién se rinde primero".

- ¿Trabajar juntas? - repitió Isabella, con la voz teñida de escepticismo -. Ramirez, usted conoce el historial entre nosotras. No sé si esta es la mejor idea.

- Exacto - añadió Charlotte, cruzando los brazos, su postura tan desafiante como su mirada -. Estamos en un bufete, no en una escuela primaria. Si quiere que esto funcione, tendrá que ser porque somos profesionales.

Ramirez sonrió levemente, casi como alguien que sabe que está colocando las piezas en el tablero para un juego más complejo.

- Justamente por eso. Quiero ver cómo se desenvuelven. Lo que está en juego aquí es más que el caso. Es la confianza. Ambas pueden ser estrellas, pero solo una liderará el equipo.

Las palabras flotaron en el aire, cargadas de significado. La tensión era palpable.

Mientras Ramirez explicaba los detalles del caso, Isabella apenas podía apartar la vista de Charlotte. No es que le gustara su rival, pero había algo en esa determinación que la inquietaba: un fuego que ella intentaba apagar con profesionalismo y reglas.

Charlotte parecía igualmente incómoda, pero lo ocultaba con una sonrisa afilada, mientras tomaba notas en su libreta.

Después de la reunión, las dos salieron de la sala casi al mismo tiempo, el pasillo convertido en un escenario para un duelo silencioso.

- Entonces, ¿vamos a intentar no estallar en la primera semana? - preguntó Isabella en voz baja, una mezcla de ironía y desafío.

- Solo si prometes no intentar atropellarme - respondió Charlie, con esa sonrisa que podía ser tanto una invitación como una amenaza.

Ambas sabían que aquello no sería fácil, pero también sabían que nada en sus vidas lo había sido.

Más tarde esa tarde, Charlie caminaba por las calles de Tribeca, con la carpeta llena de documentos bajo el brazo. Iba tarde para un café con Maya, quien insistía en intentar que la abogada rebelde se relajara un poco.

Pasó por escaparates relucientes y cafés llenos, sintiendo el peso de la ciudad latiendo a su alrededor. Nueva York no era solo cemento y prisa; era también ese espacio donde la gente corría contra el tiempo para reinventarse, o para esconderse.

Al llegar al café, vio a Maya esperándola, saludando con entusiasmo.

- Hoy te veo un poco más zen - comentó Maya, acercando una silla.

- Lo que no significa que no quiera matar a alguien - replicó Charlie con una sonrisa.

Ambas se rieron, compartiendo ese raro momento de ligereza.

- ¿Alguna novedad sobre el caso? - preguntó Maya, revolviendo su capuchino.

- Ramirez quiere que Isabella y yo trabajemos juntas - respondió Charlie, frunciendo el ceño -. Si funciona, una de nosotras liderará. Si no... bueno, será un desastre digno de ser contado en una conferencia.

Maya se rio, pero no dejó de notar la tensión en la voz de su amiga.

- Apuesto a que saldrá bien. Ustedes son fuego y hielo - dijo, bromeando.

- Más fuego que hielo - admitió Charlie, mirando por la ventana, como si viera allí un futuro incierto pero desafiante.

Mientras tanto, Isabella se preparaba para una noche de estudio y revisión en el impecable apartamento que tenía en el Upper East Side. Organizaba documentos con la precisión de una cirujana, cuando su teléfono vibró con un mensaje inesperado.

Era Charlotte.

"¿Nos vemos en el café a las 5 p.m.? Prometo no atropellarte, al menos no mucho."

Isabella sonrió, su teléfono se quedó congelado en su mano por un segundo. Luego respondió:

"Solo si prometes no quejarte de mi horario británico."

Ella no sabía exactamente por qué había aceptado. Tal vez era curiosidad, tal vez era ese extraño equilibrio que solo Charlotte lograba aportar a su vida.

En el café, el ambiente era diferente. Nada de formalidades ni tensiones legales. Solo dos mujeres tratando de entenderse, entre sorbos de café y chistes sarcásticos.

- Entonces, Sra. "rata de gimnasio" - comenzó Charlie, revolviendo su café -. ¿Qué te hace disfrutar tanto de correr hasta parecer un tren desbocado?

- Es el único momento del día en que siento que controlo algo -respondió Isabella, con una sonrisa tímida, que pronto fue reemplazada por una expresión más seria -. ¿Y tú? ¿La surfista perdida en Nueva York?

Charlie se rio, apartando un mechón de pelo que insistía en caerle en la cara.

- El mar me recuerda que existe algo más allá del cemento y las oficinas - dijo -. Aquí, corremos para no hundirnos. Allá, surfeaba para sentirme libre.

Por un instante, hubo una tregua en la batalla silenciosa entre las dos.

El sol comenzaba a ponerse cuando salieron del café. Nuevamente, cada una por su lado, pero con algo nuevo en el aire: una promesa silenciosa de que, incluso siendo rivales, tal vez era posible una tregua.

La guerra apenas había comenzado, pero la tregua, aunque frágil, ya mostraba señales de vida.

Después de que Charlotte salió del café, caminó por las calles con la mirada un poco perdida entre el brillo de los escaparates y el ruido constante de la ciudad. Sabía que esa invitación de Isabella no era solo para un café casual; era una apertura, una fisura en la muralla que ambas construían día tras día.

Se permitió una rara sonrisa. Tal vez, solo tal vez, podría haber algo más que la rivalidad. Algo que, hasta entonces, ambas se negaban a admitir.

Isabella, por su parte, regresó a su apartamento sintiendo el peso de la decisión que acababa de tomar. Encontrarse con Charlotte en ese café había sido inesperado, desconcertante y, de alguna manera, revelador.

Nunca había sido buena demostrando vulnerabilidad. Siempre había sido la "profesional fría", la mujer que controla cada detalle: en el trabajo, en la vida, incluso en el cuerpo que entrenaba incansablemente en el gimnasio. Pero sintió, en ese instante, que la dinámica con Charlotte podría ser más que solo competencia.

Se sentó en la ventana, observando las luces de la ciudad parpadeando como pequeñas estrellas urbanas, y reflexionó sobre la complejidad de esa relación. ¿Estaría lista para confiar? O, al menos, para no querer ganar a toda costa?

A la mañana siguiente, la oficina ya bullía de rumores sobre la "nueva sociedad". Algunos colegas apostaban por Isabella; otros, por Charlotte. El café matutino corporativo nunca había sido tan interesante.

Isabella llegó temprano, como siempre, y se sentó en su escritorio, abriendo su laptop con la precisión de quien ya conoce la rutina. Pero, ese día, había algo diferente en el aire: un sutil nerviosismo que no podía explicar.

Charlotte apareció minutos después, con un café en una mano y una expresión que mezclaba cansancio y determinación. Pasó por delante de Isabella con una leve sonrisa, que ella devolvió sin desviar la mirada.

Fue suficiente para mantener a ambos lados del bufete atentos.

La reunión para definir los roles en el caso Davenport fue programada para la tarde. Ramirez, el jefe, se mantuvo firme en su decisión de ponerlas juntas, a pesar de sus diferencias.

- Tienen que aprender a confiar la una en la otra - dijo él, mirándolas a ambas -. Si eso no sucede, todo el trabajo podría venirse abajo.

Isabella y Charlotte intercambiaron miradas. Sabían que no sería fácil. Y que, en el fondo, cada una guardaba secretos que podrían ser usados como armas.

Ese día, después de la reunión, las dos se vieron forzadas a pasar horas juntas en la oficina. Revisaban contratos, discutían estrategias y, de vez en cuando, la tensión se transformaba en diálogos ácidos, repletos de sarcasmo y provocaciones sutiles.

- Si se impugna esta cláusula, ¿sabes qué pasará? - preguntó Isabella, mirando a Charlotte -. Vas a necesitar algo más que encanto para convencer al juez.

- Encantadora y eficaz - respondió Charlie, sonriendo -. Pero, a diferencia de ti, sé que no necesito ser perfecta para ganar.

Isabella arqueó una ceja, sorprendida por la audacia de su colega.

- La perfección es una carga, Charlie. Intenta no tropezar con ella.

Ese breve momento de distensión reveló más que cualquier conversación seria. Ambas sabían que se estaban estudiando, intentando encontrar puntos débiles y fuerzas ocultas.

Cuando cayó la noche, Isabella regresó a casa agotada. Se sentó en el sofá con una copa de vino y respiró hondo. Ese juego mental con Charlotte estaba empezando a afectarla más de lo que le gustaría admitir.

Ella no sabía dónde terminaría esa sociedad - si en conflicto, amistad o algo más complejo -, pero sabía que, por primera vez en mucho tiempo, se sentía viva.

Al otro lado de la ciudad, Charlie tampoco podía dejar de pensar en la conversación con Isabella. Esa mujer meticulosa, llena de reglas y con una disciplina casi inhumana, tenía un lado que rara vez mostraba. Y ella quería descubrir cuál era.

Cualquiera que fuera el destino que les depararan los próximos días, Charlotte estaba lista para jugar.

Porque en Nueva York, la guerra era diaria. Pero la tregua podía ser una trampa, o un nuevo comienzo.

            
            

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