La Tregua de Nuestros Corazones
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Capítulo 5 5

Oliver Grant llegó a la oficina con la puntualidad de quien no admite perder ni en el reloj. Era conocido por todo aquello que los demás solo fingían ser: ambicioso hasta la médula, impecable en su traje de corte europeo, un maestro en transformar cualquier conversación casual en una partida de ajedrez.

Tan pronto como cruzó la recepción, Maya levantó la vista del ordenador y sonrió con ese aire de quien sabía que la atmósfera estaba a punto de cambiar.

- Sr. Grant - saludó, con la voz controlada -. Ramirez ha pedido que pase directamente a su oficina.

- Excelente - respondió Oliver, ofreciendo una sonrisa que no llegaba a los ojos -. Puede avisarle de que ya voy de camino.

Mientras caminaba por el pasillo, pasó frente a la oficina de Isabella. Ella estaba tan concentrada en algún dictamen que no notó su presencia. Se detuvo el tiempo suficiente para observarla: la espalda recta, el moño impecable, el semblante que no traicionaba emoción.

Era curioso cómo Isabella Fairchild siempre parecía al borde de un elogio y una desaprobación al mismo tiempo. Oliver respetaba eso. Y respetaba aún más el hecho de que no necesitaba la simpatía para ser temida.

Al otro lado del cristal, Charlotte revisaba contratos con el auricular colgando de una oreja, como si no tuviera tiempo para formalidades. Cuando vio a Oliver, arqueó una ceja, ya preparando alguna broma.

Él levantó dos dedos en un saludo contenido y siguió adelante. No estaba de humor para provocaciones, todavía.

Ramirez lo recibió con la expresión que reservaba para reuniones delicadas.

- Oliver, gracias por venir temprano.

- Siempre es un placer - dijo, acomodándose en la silla frente al escritório -. Supongo que es sobre el caso Davenport.

- Exacto. - Ramirez entrelazó los dedos sobre la agenda -. Sé que esperabas liderar el equipo. Pero...

- Pero prefieres apostar por Fairchild y Blake - completó Oliver, sin esfuerzo -. Lo supe. De hecho, todo el bufete lo supo.

Ramirez sostuvo la mirada.

- Es una oportunidad para observar cómo cada una lidia con la presión. No estás fuera del proyecto. Quiero que supervises algunos frentes paralelos, especialmente la investigación de antecedentes del Holding Davenport.

- Entonces, ¿me quedaré en el banquillo? - preguntó Oliver, con la voz baja.

- Te quedarás donde puedes causar más impacto. Y todos sabemos que tú sabes causar impacto.

Por un instante, el aire pareció vibrar. Oliver sonrió, pero no era una sonrisa amistosa.

- Está bien. Pero te advierto que, si alguna de las dos tropieza, estaré listo para tomar el mando.

- No esperaría menos de ti - dijo Ramirez, inclinando la cabeza -. Buena suerte, Oliver.

Se levantó con la misma calma elegante de siempre. Pero, por dentro, una idea ya comenzaba a tomar forma: si no podía ser el protagonista, sería el elemento que complicaría la trama.

Pocos minutos después, Oliver cruzó el pasillo hasta la sala de reuniones, donde Ramirez había pedido a Charlotte e Isabella que se reunieran para revisar los dosieres preliminares. Ambas estaban sentadas en lados opuestos de la larga mesa rectangular, con papeles esparcidos, laptops abiertos y expresiones igualmente concentradas.

Charlotte solo se dio cuenta de que Oliver estaba parado en la puerta cuando levantó la vista de su laptop.

- Pero si es el heredero del trono de mármol - dijo, quitándose los auriculares con un gesto perezoso -. ¿Has venido a bendecirnos con tu aire de superioridad?

Isabella levantó la vista lentamente, como si calculara el costo de cualquier palabra que fuera a decir.

- O vino a asegurarse de que no vamos a cometer algún error que él pueda usar como argumento - completó ella, con ese tono tan calmado que era casi una amenaza.

Oliver sonrió, apoyando una de las manos en el respaldo de la silla vacía entre ellas.

- Vine a garantizar que esta... singular colaboración no se desmorone antes de empezar. - Su mirada recorrió la pila de documentos-. Pero es reconfortante ver que ustedes, al menos, comparten el talento para transformar una sala de reuniones en un campo minado.

- No se preocupe - dijo Isabella, sin levantar la vista de los papeles -. Nosotras nos las arreglamos.

- Si quieres apostar en nuestra contra, compra acciones de la competencia - completó Charlotte, cruzando los brazos.

- Yo no apuesto contra nadie - dijo Oliver, con la sonrisa intacta -. Solo observo. Y aprovecho cuando surgen oportunidades.

Por un instante, el silencio se instaló, cargado de ese entendimiento tácito de que ninguno de los tres confiaba de verdad en el otro.

- Si has terminado tu pequeño discurso, tenemos trabajo.

Oliver dio un paso atrás, siempre educado.

- Que sea productivo, entonces. - Hizo ademán de irse, pero se detuvo, solo para lanzar la última pulla -. Estoy ansioso por ver quién tropieza primero.

Y se marchó, dejando la puerta entreabierta, como si quisiera recordarles que él siempre estaría cerca.

Cuando finalmente se quedaron a solas, Charlotte soltó un suspiro teatral.

- ¿Crees que entrena esa sonrisa en el espejo? - preguntó, girando el bolígrafo entre sus dedos.

- Creo que nació con ella - respondió Isabella, sin humor -. Y que la usará hasta conseguir lo que quiere.

- ¿Y qué quiere? - preguntó Charlotte, con genuina curiosidad.

- Lo que todos nosotros queremos - respondió Isabella, bajando la voz -. Ser indispensable.

Charlotte no tuvo una respuesta inmediata. Porque, en el fondo, era verdad.

Al final de la tarde, Ramirez los llamó a los tres para una reunión de alineación. Fue el primer momento en que Oliver, Isabella y Charlotte se sentaron juntos en la misma mesa. La atmósfera parecía eléctrica, casi hostil.

- Seré directo - comenzó Ramirez, cruzando los brazos -. El cliente vendrá en persona el viernes. Quiero que todos estén listos para presentar un frente unificado. Lo que significa, en buen español, que tendrán que fingir que se soportan.

Charlotte abrió la boca para responder, pero Isabella levantó una mano, pidiendo silencio.

- Entendido - dijo, mirando a Ramirez y luego a Oliver -. El cliente es lo primero.

- Estoy de acuerdo - dijo Oliver, sin dudar -. Lo único peor que perder un caso es perder la confianza de quien paga la factura.

Charlotte cruzó los brazos, recostándose en la silla.

- Entonces estamos todos alineados: nada de espectáculos públicos. Guardamos el drama para las reuniones a puertas cerradas.

Ramirez se pasó la mano por la cara, como si necesitara paciencia extra.

- Son brillantes - dijo, mirándolos uno por uno -. Pero a veces estoy seguro de que me matarán antes de que me jubile.

Nadie respondió. Pero en el fondo, todos sabían: esa era la única forma en que sabían trabajar.

Cuando la reunión terminó, Oliver fue el primero en irse. Isabella recogió sus papeles en silencio, intentando ignorar la forma en que Charlie la observaba, como si leyera pensamientos que ella misma prefería no tener.

- ¿No te parece curioso? - dijo Charlotte, finalmente.

- ¿Qué? - preguntó Isabella, sin levantar la vista.

- Que los tres somos, de alguna manera, piezas del mismo tablero. Y ninguno de nosotros confía de verdad en el otro.

Isabella suspiró.

- Esto es abogacía, Charlotte. No es terapia de grupo.

Pero, cuando Charlotte se acercó y colocó una carpeta en su escritorio, Isabella finalmente la miró. Y, por un instante, hubo algo casi amable en la mirada de ambas.

- Buenas noches, Fairchild - dijo Charlotte, con esa voz un poco ronca por el cansancio.

- Buenas noches, Blake - respondió Isabella, en voz baja.

Mientras Charlotte se alejaba por el pasillo, Isabella se quedó sentada allí, sola en la sala iluminada por lámparas frías.

Siempre había creído que el éxito era mantener a todos a distancia. Pero en ese momento, no estaba tan segura de eso.

Oliver, al otro lado del edificio, observaba las luces apagándose una por una.

En su cabeza, el juego ya había comenzado.

Y él no planeaba ser solo un espectador.

                         

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