A veces sentía que el destino la había empujado a vivir una vida más tranquila, pero al mismo tiempo, algo en su corazón le pedía respuestas, algo que ahora parecía estar cerca.
Esa tarde, Lucía regresaba de su jornada en la librería. La calle estaba húmeda por la lluvia de la tarde, y el aire fresco le acariciaba el rostro mientras caminaba hacia su apartamento. No esperaba que ese día fuera diferente. Como siempre, su mente seguía en el mismo lugar: tratando de comprender qué le faltaba en la vida. Sin embargo, al entrar al pasillo del edificio y dirigirse hacia su puerta, algo llamó su atención.
Sobre la mesa del recibidor había una carta. No era un sobre cualquiera, sino uno de color crema, con una elegante escritura en tinta negra. Lucía la observó durante unos segundos, extrañada por la falta de remitente. No reconocía la caligrafía ni la dirección, y la sensación de intriga creció en su pecho. Pensó que tal vez fuera un error, pero algo la impulsó a abrirla de inmediato. La curiosidad, siempre presente en su interior, ahora parecía apoderarse de ella.
Con manos temblorosas, Lucía rompió el sello del sobre y sacó la carta. Al desenrollarla, leyó el encabezado con una mezcla de incredulidad y desconfianza:
"Estimado señorita Lucía,
Es un placer dirigirme a usted. Mi nombre es Julián Larios, abogado de la firma Larios & Asociados. Le escribo para informarle de una situación de la que quizá no tenga conocimiento. Es posible que le cause sorpresa, pero soy el abogado encargado de la última voluntad de su padre, Eduardo León."
Lucía dejó de leer por un momento, incapaz de procesar lo que acababa de leer. ¿Su padre? No podía ser. Ella sabía con certeza que nunca había tenido una figura paterna en su vida. Su madre biológica había muerto cuando ella era un bebé, y Carmen nunca mencionó nada sobre un hombre llamado Eduardo León. Sin embargo, algo en su interior la impulsó a continuar leyendo.
La carta seguía:
*"A través de este medio, tengo el honor de comunicarle que usted es la única heredera de la fortuna de su padre, Eduardo León. Este legado comprende no solo propiedades y bienes materiales, sino también empresas que son de una magnitud considerable, tanto en el ámbito nacional como internacional.
Le ruego que se comunique conmigo a la mayor brevedad posible para poder explicarle en detalle los pasos a seguir y brindarle toda la información necesaria.
Atentamente,
Julián Larios
Abogado de la firma Larios & Asociados"*
Lucía quedó completamente paralizada. Herencia de su padre. Las palabras seguían flotando en su mente, pero no conseguía asimilarlas. En su vida nunca había habido menciones de un padre, y mucho menos de una fortuna. El nombre Eduardo León le sonaba extraño, como si fuera parte de un sueño lejano, algo que no encajaba en su vida. Pero entonces, el pensamiento apareció como una sombra en su mente: ¿Y si Carmen sabía algo al respecto?
Carmen había sido siempre su única familia, y aunque sus conversaciones sobre su pasado siempre habían sido evasivas, Lucía no podía creer que Carmen hubiera guardado un secreto tan grande. Sin embargo, la carta estaba ahí, en sus manos, como una prueba tangible de algo que nunca imaginó.
Lucía caminó de un lado a otro en el pequeño salón, con la carta en las manos. La noticia parecía surrealista, casi imposible de creer. ¿Cómo podía ser esto cierto? ¿Cómo era posible que un hombre, al que nunca había conocido, hubiera dejado toda su fortuna para ella? La idea de tener una herencia, de pertenecer a algo más grande, la hizo sentirse abrumada y confundida. ¿Qué significaba todo esto para ella?
Al principio, Lucía pensó en desechar la carta. Tal vez era una broma, un error. Pero algo en su interior le decía que no podía dejarlo pasar. Finalmente, respiró hondo y decidió hacer lo que le parecía lo más lógico: contactar con el abogado.
-Esto... esto no puede ser real. -Se repitió a sí misma mientras sacaba su teléfono y marcaba el número que aparecía en la carta.
El teléfono sonó varias veces antes de que alguien atendiera.
-Larios & Asociados, ¿en qué puedo ayudarle? -la voz masculina al otro lado de la línea sonaba profesional, casi distante.
-Hola, soy Lucía. Recibí una carta de su parte, del abogado Julián Larios. Es sobre... mi padre, Eduardo León. -Lucía apenas podía articular las palabras. No estaba acostumbrada a hablar de estos temas, y mucho menos a pedir explicaciones sobre algo tan confuso.
-¡Ah! Sí, por supuesto. Señorita Lucía, qué bien que se ha comunicado con nosotros. El abogado Larios estará disponible en unos minutos para atender su llamada. ¿Puedo pedirle su número de teléfono para que le devuelvan la llamada?
Lucía dejó su número y colgó. No podía dejar de pensar en lo que acababa de descubrir. Su vida, que siempre había sido tan sencilla y tranquila, parecía haber dado un giro inesperado. ¿Qué clase de hombre era Eduardo León? ¿Por qué no había estado en su vida?
En menos de una hora, su teléfono sonó nuevamente. Era el número del abogado.
-¿Señorita Lucía? Soy Julián Larios, abogado de la firma Larios & Asociados. Estoy muy contento de que haya contactado con nosotros. Como mencioné en la carta, su padre, Eduardo León, ha dejado todo su legado a usted. Es una situación compleja, por lo que me gustaría explicarle todo en persona. ¿Cuándo podría usted acercarse a nuestra oficina?
Lucía se quedó pensativa. El abogado no parecía preocupado, no había ninguna sensación de urgencia en su voz. Parecía seguro de lo que estaba diciendo, pero ella aún no podía procesar la magnitud de lo que estaba sucediendo.
-¿Dónde está su oficina? -preguntó finalmente, tratando de mantener la calma.
-Estamos ubicados en el centro de la ciudad, en la calle Gran Vía, edificio 12. Es un lugar discreto, pero bastante accesible. Si le parece bien, podríamos encontrarnos mañana en la tarde. ¿Le vendría bien?
Lucía no dudó. ¿Cómo podría rechazarlo? Tenía que saber más, entender qué estaba pasando. Además, la posibilidad de conocer más sobre su padre, una figura que hasta entonces había sido inexistente en su vida, la intrigaba profundamente.
-Sí, mañana está bien. -respondió con firmeza, tratando de mantener su voz lo más tranquila posible.
-Perfecto, señorita Lucía. Nos vemos mañana a las tres de la tarde. Le espero con gusto.
Colgó el teléfono y, por un momento, se quedó allí, en medio de la sala, mirando la carta como si fuera un objeto extraño. Nunca había esperado algo así, algo que pudiera cambiar por completo su vida. ¿Qué clase de hombre había sido Eduardo León? ¿Y por qué la había dejado todo? Había tantas preguntas, tantas incógnitas. Y la más grande de todas: ¿quién era ella realmente?
Se acercó al ventanal y miró hacia la ciudad. El cielo estaba despejado, pero algo en el aire le indicaba que una tormenta se estaba gestando. No era una tormenta de lluvia, sino una interna, algo que la sacudía y que cambiaría su destino de manera irrevocable. Todo lo que había conocido hasta ese momento estaba a punto de desmoronarse, para dar paso a un futuro completamente desconocido.
Lucía suspiró, guardó la carta cuidadosamente en un cajón y, con una mezcla de nervios y determinación, se preparó para el encuentro del día siguiente. Sabía que nada volvería a ser igual.