Carmen estaba en la cocina, preparando un desayuno ligero. Cuando Lucía entró, la vio concentrada en los ingredientes, pero al instante notó la tensión en su rostro. Sabía que, al igual que ella, su madre adoptiva también estaba llena de preguntas sin respuesta. Carmen, aunque siempre trató de ocultarlo, parecía inquieta.
-¿Lista para ir? -preguntó Carmen sin mirarla, con una voz algo apagada. Sabía que este día marcaría un antes y un después en sus vidas.
Lucía asintió, sin poder articular palabra. El día anterior, cuando colgó el teléfono después de hablar con el abogado, no había podido dormir. Se pasó la noche dando vueltas en su cama, con la mente llena de dudas y pensamientos contradictorios. A pesar de la certeza de que algo grande estaba por suceder, la incertidumbre seguía en su pecho, oprimiéndola.
Ambas se dirigieron en silencio hacia el centro de la ciudad. Lucía notaba que las calles parecían más ruidosas que de costumbre, las voces de la gente, el sonido de los coches, todo estaba más presente que nunca. Carmen manejaba sin decir una palabra, los ojos fijos en la carretera. Lucía, por su parte, observaba las edificaciones a su alrededor, notando cómo los grandes edificios de oficinas y comercios daban paso a otros más antiguos y tradicionales. Cuando llegaron a la dirección indicada, Lucía se sintió una pequeña partícula en el vasto escenario urbano. La firma de abogados, Larios & Asociados, estaba ubicada en un edificio imponente, de cristal y acero, que se alzaba frente a ellas como un gigante indiferente.
El vestíbulo era elegante, con pisos de mármol pulido y un diseño moderno que transmitía una sensación de poder. Mientras esperaban en la recepción, Lucía no podía dejar de sentir una presión en el pecho. No sabía si estaba emocionada, asustada o simplemente confundida. ¿Cómo podía ser que un hombre que nunca había estado en su vida la hubiera dejado toda una fortuna?
El recepcionista, con una sonrisa cortés, les pidió que esperaran unos minutos, y rápidamente las condujo a una sala de espera en la que no había más que una mesa de cristal, un par de sillas cómodas y algunos libros sobre derecho apilados en una esquina. Lucía no pudo evitar sentir que ese lugar, tan elegante y serio, no era para ella. Se sentó y miró a Carmen, quien permanecía callada, aparentemente tan nerviosa como ella.
-¿Carmen, tú sabes algo más sobre esto? -preguntó Lucía finalmente, rompiendo el silencio que las envolvía.
Carmen la miró y, por primera vez en mucho tiempo, su expresión parecía más vulnerable. Era como si, en ese momento, la carga del pasado y la incertidumbre sobre el futuro la estuviera golpeando con toda su fuerza.
-Lucía, hija, yo... no sé mucho más. Solo que tu padre... -su voz tembló al pronunciar la palabra "padre"-. Nunca hablamos de él. Fue una parte del pasado que decidí dejar atrás, pero... esto es algo que no pude prever.
Antes de que Lucía pudiera preguntar más, la puerta de la sala se abrió y apareció un hombre alto y delgado, con un traje oscuro perfectamente ajustado. Su presencia era imponente, pero al mismo tiempo, había algo en su postura que indicaba un aire de amabilidad y seriedad.
-Señorita Lucía, señora Carmen, bienvenidas. -El hombre extendió la mano con una sonrisa profesional-. Soy Julián Larios. Es un placer finalmente conocerlas en persona.
Lucía tomó la mano del abogado, sintiendo una mezcla de respeto y desconcierto. Su mirada, aunque cálida, era firme. En ese momento, Lucía comprendió que este hombre tenía el control de la situación, que él era el puente entre ella y todo lo que aún no entendía sobre su propio destino.
-Por favor, siéntense. -Julián hizo un gesto hacia las sillas que estaban frente a su escritorio, y Lucía y Carmen se acomodaron, la tensión aún palpable entre ellas.
El abogado comenzó a hablar de manera clara y profesional, pero Lucía no podía concentrarse del todo en sus palabras. Solo había algo en su mente: ¿qué había pasado con su padre? ¿Por qué él nunca estuvo en su vida?
-Como mencioné en la carta, señorita Lucía, su padre, Eduardo León, ha dejado todo su legado a su nombre. Es la única heredera legítima de su fortuna y de sus propiedades. -Julián le entregó un sobre con varios documentos, que Lucía tomó con manos temblorosas-. Esto incluye tanto bienes inmuebles como inversiones en varias empresas a nivel nacional e internacional. Es una suma considerable, y su acceso a todos estos bienes será inmediato, con las condiciones que se detallan en el testamento.
Lucía se quedó sin palabras, mirando los papeles en sus manos. Todo, absolutamente todo. Nunca se habría imaginado que un hombre del que ni siquiera sabía su nombre le dejara tal cantidad de bienes. Pero, al mismo tiempo, una sensación extraña la invadió. ¿Qué tipo de hombre era Eduardo León? ¿Y por qué, de repente, ella se convertía en su heredera? Había tantas preguntas, tantas cosas que no podía comprender.
Julián Larios, al ver el desconcierto en el rostro de Lucía, continuó:
-Entiendo que esto puede ser mucho de asimilar. Es una situación única, y su padre no quería que usted fuera informada de esto hasta que tuviera la edad suficiente para tomar las decisiones adecuadas. -Hizo una pausa, asegurándose de que Lucía estuviera procesando la información-. La única condición es que, como heredera, usted debe tomar control de la administración de los bienes. Esto incluirá reuniones periódicas con la junta directiva de las empresas que su padre fundó. También hay una serie de propiedades que necesitarán ser gestionadas.
Lucía no sabía qué decir. Todo parecía un sueño, una historia sacada de una película. ¿Ella, la única heredera? A pesar de que entendía lo que Julián estaba diciendo, no lograba captar la magnitud de la situación.
-Pero... -Lucía finalmente logró hablar, su voz apenas un susurro-. Yo nunca conocí a mi padre. ¿Por qué me dejó todo esto? ¿Por qué no estuvo en mi vida? ¿Cómo puedo confiar en que este legado es legítimo?
Julián la miró con calma, sus ojos azules reflejando un conocimiento profundo y una comprensión que Lucía no esperaba.
-Entiendo sus dudas, señorita Lucía. Y le aseguro que todo esto está completamente documentado. El testamento de su padre fue elaborado hace años, y su última voluntad fue muy clara. El hecho de que no haya estado en su vida, de que nunca haya tenido contacto con usted, fue en parte una decisión de su padre, quien, por razones personales y familiares, optó por mantener su distancia. -Hizo una pausa, como si las palabras le costaran un poco-. Su padre tenía muchos enemigos, y el ocultar su identidad fue, en gran medida, una medida de protección para usted.
Lucía frunció el ceño, confundida. ¿Enemigos? ¿Qué tipo de vida había tenido su padre para estar rodeado de tantas sombras? ¿Y por qué había decidido esconderla de todo ese mundo?
-¿Pero por qué nunca me dijo nada de esto? -preguntó Lucía, mirando a Carmen, que permanecía callada a su lado.
Carmen, al notar la incertidumbre de su hija, rompió el silencio.
-Lucía, hija... tu padre... -Carmen parecía luchar por encontrar las palabras-. Hubo razones que nunca pude contarte, pero ahora, tal vez, es el momento de enfrentarlas.
Lucía se quedó mirando a su madre adoptiva, percibiendo por primera vez la tristeza profunda que se reflejaba en su rostro. Este encuentro no solo le traía respuestas sobre su padre, sino también una serie de preguntas sobre el pasado que ni siquiera sabía que existían.
Julián Larios continuó:
-El asunto de su padre es complicado, señorita Lucía. Pero ahora, usted tiene la oportunidad de decidir su futuro. Y su legado está en sus manos.
Lucía asintió lentamente, sin saber si debía sentirse emocionada, agradecida o aterrada. Todo lo que había conocido hasta ese momento estaba a punto de cambiar, y aunque no sabía exactamente qué significaría ser la heredera de Eduardo León, algo le decía que su vida nunca volvería a ser la misma.