"Sí, mi padre me lo dijo. No puedo creerlo. Siento muchísimo tu pérdida, mi amor".
Mi amor. La palabra sonaba obscena.
"¿Dónde estás?", preguntó ella.
"Estoy en el depa. Vine directo para acá". Una pausa. "¿Por qué no estás aquí? Ya no están tus cosas".
"Estoy en casa de mi madre".
"Claro. Por supuesto". Sonaba aliviado de que no hubiera desaparecido sin más. "Escucha, me siento fatal. Debería haber estado ahí".
"Sí", dijo ella. "Deberías".
Él suspiró. Era el sonido de alguien preparándose para una pelea que sentía que era injusta. "Jime, tenemos que hablar de lo que pasó. Rebeca está absolutamente destrozada. Se culpa por completo".
Jimena no dijo nada. Vio un coche pasar lentamente por la calle tranquila.
"Está aquí conmigo ahora", continuó Damián, bajando la voz. "Lleva dos días llorando sin parar. Quería llamarte, pero tenía demasiado miedo".
Una risa fría burbujeó en la garganta de Jimena, pero se la tragó.
"Pónmela", dijo Jimena.
Hubo un sonido ahogado, Damián susurrando. Luego la voz de Rebeca, frágil y llorosa.
"¿Jime? Ay, Jime, lo siento tanto, tanto. No sé qué decir. Yo quería mucho a tu mamá. Siempre fue tan dulce conmigo".
La mentira era tan audaz que casi le quitó el aliento. Su madre había tolerado a Rebeca, por el bien de Jimena.
"Fue un accidente", sollozó Rebeca. "César nunca, nunca ha lastimado a nadie. Solo estaba jugando. Tu mamá debió asustarlo, o tal vez... ¿tal vez se tropezó? Me dijo que se sentía un poco mareada ese día".
Ahí estaba. El cambio sutil. La semilla de la culpa, plantada con tanto cuidado.
"No estaba mareada, Rebeca", dijo Jimena, con la voz como el hielo.
"Ah. Ok. Bueno, es que... no puedo dejar de pensar en ello. Damián ha sido increíble. Se está encargando de todo. Ya habló con sus abogados para asegurarse de que no haya... problemas. Para mí".
La verdadera preocupación. Protegerse a sí misma.
"Qué bueno saberlo", dijo Jimena.
Damián volvió a la línea. "¿Ves? Está hecha un desastre. Le dije que no es su culpa. Fue un accidente terrible. Estas cosas pasan".
"¿Pasan?", preguntó Jimena.
Su paciencia finalmente se agotó. "¿Qué se supone que significa eso? ¿La estás culpando a ella? ¿A mí? Estaba en un viaje de negocios, Jime. Un viaje para asegurar nuestro futuro. No puedo estar en todas partes a la vez".
Su voz se elevaba, llena de la indignación de un hombre que nunca ha tenido que rendir cuentas por nada.
"El doctor dijo que el perro no estaba vacunado", afirmó Jimena, sin cambiar de tono.
Un silencio sepulcral.
"Eso no es verdad", dijo Damián finalmente, con voz dura. "Rebeca tiene todos sus papeles. Es meticulosa con esas cosas. Debiste haber entendido mal. Estás alterada, no estás pensando con claridad".
La estaba llamando mentirosa. O histérica.
"No hagas esto más difícil de lo que tiene que ser, Jime", dijo, suavizando la voz a un tono de razón condescendiente. "Saldremos de esto. Yo te cuidaré. Haremos un homenaje, nos encargaremos de los bienes de tu madre. Solo... cálmate. Deja que yo me encargue".
Le estaba hablando como a una niña. Un problema que había que gestionar.
Estaba protegiendo a Rebeca, construyendo un muro a su alrededor, usando su poder y su dinero para hacer desaparecer todo el feo asunto.
Y Jimena, la hija en duelo, era solo parte del desastre que tenía que limpiar.
"Tengo que irme", dijo Jimena.
"Espera. ¿Cuándo vas a volver al depa? Necesitamos..."
Colgó.
Bloqueó su número. Bloqueó el número de Rebeca.
Se sentó en el porche mientras el sol comenzaba a ponerse, proyectando largas sombras sobre el césped. El frío de la taza de café se le había metido en los dedos, pero no se dio cuenta.
La vida por la que había luchado, el hombre al que había amado, todo era un espejismo. La última ilusión se había consumido en el fuego.
No quedaba nada a lo que aferrarse.
Solo estaba la casa silenciosa detrás de ella, llena de fantasmas, y el largo y abierto camino por delante.