Empecé a buscarla con la mirada por toda la universidad, pero no di con esa estirada. Me sentía algo culpable, no debería haber reaccionado así con una chica, pero fueron impulsos de rabia. No iba a admitir que me arrepentía, pero aun así quería saber si estaba bien después de aquella caída bastante fea.
-¿A quién buscas con tanto interés? -me preguntó Ronan, curioso, mirando también a su alrededor.
-A nadie, solo estaba echando un vistazo.
Le doy la última calada al cigarro y lo aplasto bajo la suela de la bota. Tenía clase de economía con ella, y por primera vez, yo estaba impaciente por entrar. Me senté en el pupitre donde ella suele ponerse, junto a la pared, con la esperanza de que apareciera. El profesor entró en el aula y, tras pasar lista, comenzó a dar clase. Yo seguía esperando que cruzara esa puerta... pero la hora terminó y la esperanza se esfumó.
No sé qué me pasó anoche ni por qué reaccioné de forma tan impulsiva con ella, sobre todo siendo una chica. En parte, fue porque la vi bajarse del coche de otro tío, y eso me encendió. Puedo decir que ayer estuvo todo el día en mi cabeza. Es como una obsesión para mi mente. Simplemente me gusta provocarla, lanzarle palabras duras y recibir las mismas de vuelta. Me encanta hacerla enfadar, se ve aún más sexy así, aunque siempre intento no admitirlo. Tiene una belleza serena, casi irónica... y yo soy el demonio.
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Serena
Observo los monitores que no dejaban de emitir pitidos, provocándome una molestia constante en la cabeza. Estaba agotada, sin fuerzas, y todo por la falta de sueño. No podía cerrar los ojos. Las frases que él me había dicho сon tanta crueldad volvían una y otra vez. Me dolían, aunque no debería importarme lo que diga... pero, de algún modo, sí me importaba. Aún sentía sus manos apretándome la mandíbula, igual que su mirada llena de veneno, que me helaba la sangre en las venas incluso ahora.
La caída fue bastante fea, de espaldas. El impacto hizo que mi corazón se desbocara en una carrera mortal y el aire se negó a entrar en mis pulmones. Después fui directa al hospital, y aquí sigo. Debería estar en clase, pero hoy no me han dejado asistir. Ahora estoy conectada a los monitores cardíacos, con una vía intravenosa en el brazo y un libro entre las manos.
Abrí la puerta de la residencia con dificultad, dada la forma en que me sentía. Al entrar, me golpeó un olor insoportable a alcohol y tabaco, y vi a mi compañera de cuarto tumbada en su cama, holgazaneando.
-Serena, me preocupé al no verte.
-Estoy bien, fui a visitar a alguien. ¿Qué ha pasado aquí?
Mi parte de la habitación estaba igual que siempre, pero la suya era un desastre.
-Anoche bebí muchísimo y seguí aquí. Por cierto, mi cama está empapada, no se va a secar en un buen rato.
-¿Estás bien? -le pregunté al ver las marcas secas de lágrimas en sus mejillas.
-¿Alguna vez te has sentido sola?
Su pregunta me dejó un vacío en el pecho que no podía llenar.
-Sí, muchas veces -respondí, y por primera vez, la miré no como a una compañera de cuarto, sino como a alguien que entendía una parte de mi infierno-. A veces es la sensación más ruidosa de todas, ¿no crees?
Ella asintió, apartando la mirada.
-Mis padres están siempre trabajando y mi hermano vive pegado a sus novias. Me siento sola cuando no estoy con el grupo.
Se secó una lágrima invisible de la mejilla y forzó una sonrisa, una máscara tan frágil que casi pude verla romperse.
-Pero bueno, para qué pensar en eso. La mejor cura es el ruido y las luces. Me voy a divertirme, ¿vienes? Hay una fiesta en el campus.
-No, gracias. Estoy cansada.
-Como quieras.
Media hora después se fue, recogiendo algunas botellas del suelo antes de salir. Abrí de par en par la ventana y dejé la habitación impecable, como a mí me gusta. Necesito que todo esté limpio y desinfectado, así me siento mejor. Me tomé un medicamento que también tenía calmante, y me dormí rápido, envuelta en el edredón grueso.
Me despertaron unos ruidos fuertes que venían de fuera. Me bajé de la cama y fui hacia la ventana, desde donde se oían gritos. Abajo, en el aparcamiento, había gente reunida en círculo, aclamando y chillando. Reconocí a algunas personas que también estaban haciendo lo mismo que los demás. No entendía el motivo del alboroto, hasta que vi a un chico encima de otro, peleando sin piedad. En cuanto reconocí al que estaba encima, me invadió el pánico. Bajé las escaleras como una ráfaga, olvidando por completo mi corazón traicionero. Al llegar al círculo, me abrí paso hasta el frente. Kaleb estaba encima de otro chico, golpeándolo sin parar. Su cara estaba cubierta de manchas de sangre que me estremecieron hasta los huesos.
La gente empezó a alarmarse cuando se oyeron las sirenas de la policía, pero Kaleb no se detenía. Sus amigos huyeron, igual que los demás, y ahora solo quedábamos nosotros tres. Me metí entre ellos y le agarré del hombro, gritándole, pero sus ojos estaban nublados por la furia.
-¡Kaleb, para ya!
Grité con fuerza, sujetándole el puño con mi mano pequeña. Se detuvo, exhalando ruidosamente, como si saliera de una especie de trance, mirándome confuso, pero también más tranquilo. Le agarré de la mano y lo arrastré entre los coches, intentando escapar de los policías que interrogaban a otros adolescentes.
-¿Qué coño haces? -me gritó.
-Te estoy salvando el culo, así que cállate y sígueme.
Le agarré la mano, sintiendo un cosquilleo extraño que intenté ignorar. Oía las voces de los policías cada vez más cerca, así que echamos a correr hasta la residencia. Subimos y cerré la puerta tras de mí, con el corazón a punto de estallar. Claramente, no había corrido tanto en mi vida.
-¿Por qué me has ayudado? -me preguntó con voz pastosa.
Está borracho y drogado, se le nota en los ojos rojos. Suspiré fuerte y le hice señas para que se sentara en la cama. Ni yo sé por qué lo he ayudado, pero sentí que debía hacerlo, aunque no tenía por qué. También él ha recibido golpes, tiene la cara amoratada y algunos hilos de sangre le recorren el rostro.
-No lo sé -respondí al cabo de un rato.
Saqué un botiquín de debajo de la cama y cogí lo que necesitaba. Le vendé los puños ensangrentados y luego la cara. Me quedé mirando sus labios demasiado fijamente mientras presionaba con una gasa el lugar por donde sangraba. Gimió y se apartó cerrando los ojos.
-Perdón.
Le puse una mano en la mejilla para poder desinfectarle el labio. No me quitó la vista de encima ni un segundo, lo que me puso nerviosa. Es la primera vez que una emoción tan intensa me invade y se refleja por fuera. Mi respiración era irregular, y no tenía nada que ver con la enfermedad. El corazón me latía el doble de rápido, no podía decir ni una palabra, ni mirar esos ojos azules que parecían atravesarme.
-¿Por qué le pegaste? -le pregunto con calma, sin levantar la voz, lo cual es muy poco habitual en mí.
-Solo si tú me dices por qué me ayudaste.
Asiento con la cabeza y espero su respuesta mientras le aplico una crema para los moratones.
-Me pone de los nervios cómo habla, cómo camina y cómo se hace el chulo cuando en realidad es un idiota.
-Entonces tú también deberías haber recibido unos cuantos golpes de mi parte.
Le digo con una sonrisa ladeada. Me mira entornando los ojos, pero su sonrisa sutil lo delata. Me río y le doy un beso en la mejilla derecha. Y en cuanto me doy cuenta de lo que acabo de hacer, se me abren los ojos, se me sonrojan las mejillas y la vergüenza me invade. Él se queda como una estatua, mirándome fijamente sin decir una palabra.
-¿Qué? -le susurro con inocencia -. A las heridas se les da un beso para que pasen más rápido...
Su mano se mueve, casi imperceptiblemente, y sus dedos rozan el lugar que acabo de besar. Su sonrisa sutil desaparece, reemplazada por algo más oscuro, más posesivo.
-Ten cuidado, Serena -su voz es un murmullo grave que me eriza la piel-. No sabes qué heridas estás tentando.
Balbuceo mientras recojo las cosas que estaban esparcidas a sus pies. Me levanto y me acerco a la ventana, viendo que los coches de policía siguen ahí. El olor a tabaco mentolado me golpea de repente cuando él se coloca detrás de mí.
-Creo que me voy a quedar aquí, compañera de cuarto.
Lo susurra con voz ronca cerca de mi oído, haciéndome olvidar por un segundo quién soy.
-No puedes quedarte -le digo cuando recupero la compostura.
-¿Y por qué no? -pregunta alzando una ceja, mirándome desde arriba.
-El colchón de Valeria está empapado. Así que, a menos que quieras dormir en el suelo, no puedes quedarte, imbécil.
-Dormiré en el suelo -dice rodando los ojos y quitándose la camiseta, quedándose con el torso desnudo.
De repente me da demasiado calor, necesito aire fresco urgentemente. ¡Madre mía, qué cuerpo! Su pecho está cubierto de tinta negra que se detiene justo encima del elástico de los boxers. Se nota que va al gimnasio: abdominales marcados, hombros anchos, brazos musculosos y esa "V" tan definida, camuflada por tatuajes tentadores.
-No babees y vete a dormir.
-Estaba mirando el póster detrás de ti, no eres tú el centro de mi atención.
Cojo la almohada de la cama de Val y dos sábanas del armario. Una la pongo en el suelo con la almohada, y la otra para que se tape.
-Yo acabo de despertarme, así que no voy a dormir ahora -le aviso, sentándome en mi cama en posición de loto con el portátil en el regazo.