Capítulo 3 Estefanía desapareció

"¡Estefanía!" Erik la alcanzó, con la furia a flor de piel.

"¿Qué? ¿Acaso temes que le haga daño?", escupió Estefanía con un desprecio evidente.

Él posó su mirada en Vivian y la tranquilizó. "Tranquila, no dejaré que te pase nada".

Una sonrisa triunfal apareció en los ojos de Vivian, pero al volverse hacia Erik, puso cara de lástima. "Erik, me duele mucho...".

"Estefanía, no te guardo rencor. Si no quieres donarme tu riñón, lo entiendo perfectamente", contestó la otra, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.

"Claro que lo quieres", espetó Estefanía. "Pero para merecerlo, primero tendrías que estar gravemente herida". Su actitud se volvió gélida mientras se acercaba a Vivian.

Levantó la gasa estéril, revelando la herida a la vista de todos.

El rostro de Erik se tornó sombrío de inmediato.

En el abdomen de Vivian solo había un simple rasguño de no más de cinco centímetros que ya ni siquiera sangraba.

Como Estefanía había previsto, la cuchilla para cejas no era ni afilada ni grande, y Vivian carecía de la determinación para herirse de verdad.

Antes, Estefanía siempre se había preocupado por los sentimientos de Erik, evitando enfadarlo o meterse en conflictos. Por eso había tolerado las manipulaciones de Vivian.

Pero su corazón, antaño maleable, ahora se había endurecido hasta volverse de acero. Ya no le importaba cómo se sintiera Erik y no estaba dispuesta a seguir soportando las calumnias de Vivian.

"Señorita Howard, ¿de verdad cree que puede exigir mi riñón por un simple rasguño? No sea ilusa". Acto seguido, avanzó, con el dedo índice cerniéndose sobre la herida de Vivian.

"No...", tartamudeó Vivian. Nunca había visto esta faceta de Estefanía, tan siniestra como un demonio salido del infierno. "Yo... yo no sé nada. Quizá fue un error del doctor. Por favor, cálmate".

"¿De verdad?", replicó Estefanía con un siseo. "Entonces déjame hacerla más grande, para que Erik pueda comprobar si tu riñón está roto de verdad". Y apretó con más fuerza, haciendo que la sangre brotara de golpe.

Con los ojos muy abiertos por el pánico, Vivian apeló a Erik: "¡Erik, sálvame! ¡Por el amor de Phil...!".

Al escuchar ese nombre, Erik se ablandó un poco.

Se acercó, agarrando la muñeca de Estefanía. "¡Basta ya!".

Ella soltó a Vivian, sintiéndose derrotada.

"Está bien", dijo mientras se alejaba. "Erik, prepararé los papeles del divorcio y te los enviaré. A partir de ahora, lo nuestro se acabó". Se dio la vuelta y se marchó, dejándolo con un vacío en el estómago sin saber por qué.

"Erik...", susurró Vivian. La voz de Vivian temblaba.

Él desechó esos pensamientos inquietantes. Estefanía era huérfana; si se separaba de él, se quedaría sin un lugar al que llamar hogar.

La había juzgado mal esta vez.

Ya se lo compensaría después.

Por ahora, tenía que ocuparse de la situación presente.

Volviéndose hacia el doctor, le preguntó: "¿Rotura de riñón? ¿La situación es crítica?".

El doctor, visiblemente nervioso, miró a Vivian con nerviosismo. "No fue un diagnóstico erróneo, señor Palmer. Le pedimos disculpas. Fue idea de la señorita Howard. Dijo que si su esposa fallecía, ella...".

"¡Fuera!", rugió Erik, con los ojos oscurecidos.

"¡He sido demasiado indulgente contigo durante todos estos años!".

"Erik, me equivoqué. Por favor, acuérdate de mi hermano... Perdóname solo por esta vez", suplicó Vivian, con los ojos llenos de lágrimas.

Erik suspiró. "Esta es tu última oportunidad, Vivian. ¡Jamás me casaré contigo! Si vuelves a engañarme, ni siquiera Phil volviendo de la muerte podrá salvarte".

Tras salir del hospital, Erik hizo varias llamadas, pero Estefanía no contestó ninguna.

Era como si su esposa se hubiera esfumado de la faz de la Tierra. La buscó en casa, en el trabajo, en sus lugares habituales... pero todo fue en vano.

Mientras tanto, en la residencia de la familia Gilbert.

Un hombre de aire noble, con gafas de montura dorada, se sentaba en el sofá de la sala de estar con las piernas cruzadas. "¿Así que por fin te decidiste a volver a casa?".

Ella lo miró, haciendo un puchero, y las lágrimas corrían por su rostro. "¡Eduardo!".

"¿Por qué lloras? Si alguien te molesta, enfréntate a él. Eres mi hermanita, y yo siempre te respaldaré, ¿de acuerdo?", dijo él, con despreocupación.