Esposa por contrato del director ejecutivo
img img Esposa por contrato del director ejecutivo img Capítulo 3 Soo-ah
3
Capítulo 6 Eun-woo img
Capítulo 7 Soo-ah img
Capítulo 8 Eun-woo img
Capítulo 9 Soo-ah img
Capítulo 10 Soo-ah img
Capítulo 11 Soo-ah img
Capítulo 12 Soo-ah img
Capítulo 13 Eun-woo img
Capítulo 14 Enquanto isso... img
Capítulo 15 Soo-ah img
Capítulo 16 Soo-ah img
Capítulo 17 Eun-woo img
Capítulo 18 Soo-ah img
Capítulo 19 Soo-ah img
Capítulo 20 Enquanto isso... img
Capítulo 21 Soo-ah img
Capítulo 22 Enquanto isso... img
Capítulo 23 Eun-woo img
Capítulo 24 Enquanto isso... img
Capítulo 25 Soo-ah img
Capítulo 26 Eun-woo img
Capítulo 27 Soo-ah img
Capítulo 28 Soo-ah img
Capítulo 29 Soo-ah img
Capítulo 30 Eun-woo img
Capítulo 31 Eun-woo img
Capítulo 32 Enquanto isso.. img
img
  /  1
img

Capítulo 3 Soo-ah

Creo que estaba frente al hombre más guapo de Corea, de Asia... o tal vez del mundo entero.

Si no hubiera tenido tanta hambre en ese momento, creo que habría pasado más tiempo admirando aquel rostro que prestando atención a la comida frente a mí.

En serio, parecía haber salido de un póster de drama coreano -de esos actores que vemos en las series de televisión, con un aura que mezcla poder, melancolía y una belleza casi imposible.

La piel clara e impecable, los rasgos definidos, la mandíbula firme. El cabello, oscuro y liso, caía levemente sobre su frente de un modo despreocupado y encantador. Sus ojos eran oscuros e intensos, y aun cuando no estaban directamente sobre mí, los sentía como si pudiera ver a través de mis defensas.

Vestía un abrigo de lana gris que debía costar más que todo lo que mis hermanos y yo habíamos usado juntos. Aun así, su presencia iba más allá de la ropa. Era la postura. La manera de hablar. La seguridad tranquila.

Y cuando se presentó -"Mi nombre es Eun-woo"- sentí un ligero escalofrío. Ese nombre parecía tener peso, significado, como si él fuera alguien importante. Y lo era. Yo solo no lo sabía todavía.

-Pero cuéntame, Soo-ah, ¿qué pasó para que tú y tu familia terminaran en la calle? -preguntó con una expresión seria y, al mismo tiempo, amable.

Por un momento, dudé. Parte de mí quería callar, guardar el dolor solo para mí. La otra parte... quería confiar en él.

-Si no quieres contármelo, está bien -dijo al notar mi vacilación.

-Es que... es una historia un poco larga.

-Tengo tiempo -respondió con una pequeña sonrisa-. Pero sigue comiendo, por favor, no te detengas por mí.

Respiré hondo, tomé un poco más de arroz con kimchi, mastiqué despacio y comencé:

-Todo empezó cuando mi padre descubrió que estaba enfermo.

-¿Tu padre está enfermo? -me miró con sorpresa, pero también con algo extraño en la mirada... como si aquello lo tocara de una forma personal.

-Sí. Tiene una enfermedad grave en el corazón. Y solo sobrevivirá si se somete a una cirugía. La cirugía... las cuentas del hospital... eran demasiado caras. Lo único que teníamos era nuestra casa.

-¿Y la vendieron?

-Sí. La idea fue de mi tío. Dijo que era la única solución. Al principio, mi padre se negó, decía que al menos teníamos un techo... pero mi madre, mi tío y yo terminamos convenciéndolo.

-Entonces, ¿por qué sigue enfermo? ¿No se hizo la cirugía?

-No -tragué saliva-. Porque el dinero nunca fue para la cirugía. Mi tío... tenía otros planes. Tenía una aventura con mi madre.

-¿Qué?

-Así es... cuando el dinero de la casa entró en la cuenta, huyeron juntos. Desaparecieron. Nos dejaron a mí, a mi padre y a mis hermanos solos. Sin casa. Sin dinero. Sin nada.

-¡Miserable! -dijo Eun-woo con una rabia contenida.

-Y fue entonces cuando todo se derrumbó. Mi padre quedó destrozado. Aun enfermo, intentó seguir trabajando como repartidor. Pero su corazón ya estaba fallando... comenzó a sentirse mal, a desmayarse. Terminaron despidiéndolo.

-Pero eso es injusto. Una empresa no puede despedir a alguien enfermo. Podrían haber demandado.

-Somos gente pequeña, ¿sabes? Sin abogado, sin contactos, sin fuerzas. Y yo también estaba desempleada en ese momento. Había dejado la universidad para cuidar de mis hermanos.

Dejé de hablar, con los ojos nublados, intentando contener las lágrimas. No quería parecer débil. No otra vez.

Pero entonces, él extendió la mano, sin decir nada, y cubrió la mía, que sostenía los palillos.

Su toque era cálido. Firme. Humano.

En ese gesto silencioso comprendí que no era solo guapo, ni solo rico.

Era diferente.

Y por alguna razón que aún no entendía... le importaba.

En la puerta del restaurante, nos despedimos. La nieve seguía cayendo suavemente, pintando todo de blanco, como si el mundo intentara borrar por un instante toda la suciedad y el dolor escondidos bajo sus calles e historias.

Antes de que pudiera agradecerle una vez más y seguir mi camino, él miró alrededor y dijo:

-Espera un momento, voy a buscarte un paraguas.

-No hace falta, de verdad -dije, encogiéndome bajo el techo de la marquesina donde me protegía de la nieve-. La cena que me diste y la comida que llevo para mi familia... ya son más de lo que podría pedir. Has hecho demasiado.

Me miró con una de esas sonrisas amables que no son ensayadas, que no vienen de la obligación. Era genuina.

-Insisto. Solo un minuto, Soo-ah. Vuelvo enseguida.

Antes de que pudiera protestar otra vez, ya se había alejado por la acera, en dirección a una tienda de conveniencia que aún estaba abierta. Me quedé allí parada, observando su silueta desaparecer entre los copos de nieve, sus pasos firmes, elegantes, y algo dentro de mí extrañamente esperanzado.

Unos minutos después, volvió con un paraguas negro ya abierto, protegiéndose de la nieve. Se acercó a mí y, sin decir nada al principio, extendió el brazo y me lo entregó, con una mirada que decía más que las palabras.

-Aquí. No es gran cosa, pero al menos llegarás seca a casa.

-Gracias... de verdad. -Mis dedos rozaron los suyos al tomar el paraguas, y por un segundo sentí de nuevo ese calor- ese toque humano que se olvida cuando pasas tanto tiempo en la calle.

Sonrió. Yo le devolví la sonrisa.

Sonreír... hacía tanto tiempo que no sonreía así. No de verdad.

Poco a poco me fui alejando, caminando despacio por la acera cubierta de nieve, con la bolsa de comida en una mano y el paraguas en la otra. Antes de doblar la esquina, miré hacia atrás. Él seguía allí, de pie en la puerta del restaurante, observándome. Cuando nuestras miradas se cruzaron por última vez aquella noche, inclinó ligeramente la cabeza. Yo respondí con otra sonrisa.

Caminé por la ciudad silenciosa, sintiendo por primera vez en mucho tiempo... esperanza.

Y aquella noche helada, bajo la nieve, comprendí que el mundo aún guardaba, aunque fuera en pequeñas dosis, gestos de bondad capaces de encender calor en los corazones más olvidados.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022