Los Bebés del Médico Mafioso.
img img Los Bebés del Médico Mafioso. img Capítulo 3 Do-hee
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Capítulo 3 Do-hee

Habían pasado dos años desde el día en que mi vida cambió para siempre. Dos años de pesadillas constantes, reviviendo aquel momento en que mi supervivencia fue usada en mi contra. Fui encarcelada por haber matado a un joven que intentó violarme. El mismo que, sin remordimientos, intentó arrancarme la dignidad en aquel callejón oscuro. Pero a nadie parecía importarle los detalles, ni lo que él hizo; solo les importaba quién era él.

Era hijo de un juez. Un juez poderoso, respetado en Seúl, con conexiones suficientes para torcer la ley a su antojo. La influencia de su familia fue como una nube negra sobre todo el proceso. Moldearon la narrativa alrededor del caso, y lo que surgió en los medios fue una imagen totalmente distorsionada de mí. Me pintaron como una chica ligera, una seductora, alguien que había intentado seducir al hijo del patrón. Dijeron que yo lo había provocado, que lo había arruinado, que ese joven inocente fue solo víctima de una mujer calculadora.

El juicio fue un espectáculo. La sala estaba llena de cámaras, periodistas y miradas que ya habían decidido mi culpabilidad antes incluso de que yo abriese la boca para defenderme. Me destrozaron. Cada palabra que decía en mi defensa era torcidа y usada en mi contra. Los abogados de su familia eran implacables, y el propio juez -el padre del joven que maté- manipuló las circunstancias, usando su influencia con sutileza para asegurarse de que yo fuese castigada por lo que hice. O por lo que ellos decían que hice.

Recuerdo cómo me describieron en el tribunal. Como si fuera un monstruo, una chica sin moral, una predadora que manipuló a un pobre muchacho inocente para satisfacer sus propios deseos. No importaba que él estuviera borracho, que me hubiera lanzado al suelo, que yo estuviera luchando por mi vida esa noche. No importaba que él estuviera a punto de destruir mi existencia con el acto más vil posible. Lo que importaba era que él murió y que yo era la asesina.

Mis ojos se llenaron de lágrimas durante el juicio, pero no de tristeza. Era indignación. Injusticia. Un grito atrancado en la garganta que nadie parecía escuchar. Me trataron como un objeto al que había que condenar, una narrativa conveniente para que una familia poderosa limpiase el nombre de su hijo. Sus risas, su furia en el momento del ataque, su violencia... todo eso fue enterrado junto con él, mientras yo cargaba con la etiqueta de criminal, esperando mi sentencia.

Al final, el veredicto fue predecible. Culpable. Culpable por defender mi propia vida. Dos años de prisión por homicidio culposo, como si yo hubiera quitado la vida de alguien en un momento de frialdad y no de desesperación. Cada día aquí es un recordatorio de la injusticia que me hicieron y de cómo la verdad fue sofocada por el poder y los privilegios. La celda fría y húmeda se convirtió en mi realidad, mientras la ciudad allá afuera seguía adelante, sin ni siquiera recordar mi nombre.

Ahora, el tiempo pasa despacio, como si cada segundo se arrastrara. Los medios se olvidaron de mí, pero el dolor no. Me quedo aquí, mirando las paredes de la celda, sabiendo que la libertad que me robaron no es solo física. La mancha que dejaron en mi reputación, en mi alma, va más allá de los muros de esta prisión.

¡Pero yo iba a escapar de allí!

            
            

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