Cuando mi padre murió, mi madre se volvió a casar, y mi relación con mi padrastro nunca fue buena. Él siempre trató de imponer su autoridad, pero yo ya era alguien que no aceptaba ser controlado. Así que me alejé. Decidí irme a vivir con mi tío, hermano de mi padre, un hombre misterioso y muy rico, que tenía una finca de cultivo de manzanas en el interior. Para quienes lo veían desde fuera, no era más que un agricultor excéntrico, alguien que había acumulado riqueza y se había aislado para vivir en el campo, lejos del caos urbano.
Yo sabía que había algo más. Había secretos entre líneas, negocios de los que nunca hablaba abiertamente. Me dio todo lo que necesitaba, no solo materialmente, sino que también me enseñó la verdadera naturaleza del poder. No el poder que viene con el dinero o los títulos, sino el poder que se esconde en las sombras, en las conexiones adecuadas, en los favores debidos y en los silencios comprados.
Con el tiempo, comprendí el verdadero alcance de los negocios de mi tío. La granja de manzanas era solo una fachada, el disfraz perfecto para ocultar la operación que él dirigía. ¿El nombre de la organización? **«Jeong-pa»**, una palabra sencilla, pero cargada de historia. En el pasado, significaba «justicia», pero en el presente, en nuestras manos, significaba control. Jeong-pa es una red de poder, impulsada por contratos invisibles, por los susurros de acuerdos que nunca llegan a oídos de la ley.
Cuando mi tío murió, todo pasó a mis manos. Él no tenía hijos y yo ya estaba demasiado inmerso en ese mundo como para salir de él. Asumí su lugar como jefe de Jeong-pa, con el mismo cuidado que él. A los ojos del mundo, soy un empresario legítimo, propietario de varias empresas y de la granja donde todo parece florecer de forma natural. Pero, detrás de esa fachada, Jeong-pa sigue operando, controlando los flujos de dinero, drogas y favores que mantienen en pie los verdaderos pilares del poder de Seúl.
Dirigir a Jeong-pa no es fácil. Hay una línea muy fina entre el respeto y el miedo, y he aprendido a caminar sobre ella con maestría. No soy el jefe que grita órdenes o actúa impulsivamente. Mi control se ejerce en silencio, con una mirada que no necesita palabras para ser entendida. Mis manos siempre están limpias, porque quien realmente se ensucia las manos por mí no siempre sabe para quién trabaja.
Pero así es el juego, ¿no? En el fondo, todos sabemos cómo funciona. Cada pieza del tablero tiene su papel, y yo soy el jugador que siempre anticipa el siguiente movimiento. Mi tío me entrenó para ello, y ahora Jeong-pa está bajo mi mando. Muchos creen que controlan sus propias vidas, pero la verdad es que, en Seúl, casi todo pasa por mí.
La policía ha intentado muchas veces desmantelar Jeong-pa, pero nunca han estado lo suficientemente cerca. Mi tío, el verdadero maestro de las sombras, sabía cómo ocultar su identidad, y yo aprendí a seguir sus pasos con aún más cautela. Nunca lograron descubrir quién era el jefe, y ahora que estoy en su lugar, eso es prácticamente imposible. Si mi tío era inteligente, yo lo soy mil veces más.
De hecho, nunca imaginé que acabaría en el mundo de la mafia. Mientras crecía, mi único objetivo era convertirme en un médico respetado. El hospital que mi tío mantenía era una especie de legado, donde atendía a gente rica, pero también abría las puertas a los menos favorecidos. Admiraba esa parte de él, ese lado compasivo que veía valor en la vida de todos, independientemente de su situación económica. Sin embargo, evitaba pensar en la otra cara de la moneda, el lado oscuro que ejercía en las sombras.
Con el tiempo, mi deseo de salvar vidas creció. Me dediqué a los estudios y, finalmente, me convertí en neurocirujano. Pasar años aprendiendo sobre el funcionamiento del cerebro humano me dio un poder diferente, un control sobre la vida y la muerte que pocos comprenden. Quería ser alguien que pudiera dar a las personas una segunda oportunidad. Salvar vidas era lo que soñaba hacer.
Pero el destino tenía otros planes para mí. Cuando mi tío murió, no solo me dejó su fortuna y sus negocios; también me dejó su oscuro imperio. El hospital, que era una bendición para los más pobres, quedó bajo mi tutela. La gente temía que yo, el heredero, lo cerrara. Muchos me veían como un empresario codicioso más, dispuesto a sacrificar a los más vulnerables a cambio de ganancias.
Sin embargo, antes de morir, mi tío me hizo prometer una cosa: que nunca cerraría las puertas de ese hospital. Sabía que, sin él, muchos de los que dependían de ese lugar no tendrían adónde ir. He cumplido esa promesa. Sigo manteniendo el hospital abierto, como fachada para mis otros negocios, pero también como legado de algo más grande, algo que todavía tiene sentido en medio de toda la oscuridad en la que me encuentro.
Y así, durante el día, soy el gran empresario, el médico respetado, el neurocirujano que salva vidas y atrae la admiración de todos. Utilizo mi posición para influir, para ganarme el respeto y la confianza de personas poderosas que desconocen la verdad. Y, por la noche, al igual que mi tío, me aventuro en las sombras. En el inframundo, soy Shin-yu, el líder de Jeong-pa, el hombre que controla los flujos invisibles de poder que mantienen en marcha los engranajes de la ciudad.
Mi vida es una dualidad constante. Durante el día, salvo vidas; por la noche, decido quién merece vivir y quién debe morir. Opero en dos esferas opuestas, pero interconectadas. Es una línea muy fina entre el bien y el mal, pero he aprendido a caminar por ella con precisión. Ser neurocirujano me da control sobre la mente y la vida humana; ser el jefe de Jeong-pa me da control sobre los destinos de muchos otros. Ambos mundos coexisten, y yo soy el maestro de ambos.
Nunca imaginé que la medicina y el inframundo se cruzarían de forma tan natural, pero ahora me doy cuenta de que, al igual que en el cuerpo humano, el equilibrio lo es todo.