Sin embargo, hoy era diferente. Algo en el aire le decía que algo iba a ocurrir, aunque no sabía qué. A medida que avanzaba entre los setos y los macizos de flores, su mente se mantenía centrada en la tarea. La mansión se encontraba a lo lejos, pero Marta no podía dejar de sentir que una presencia comenzaba a acercarse. Cuando miró hacia el camino de entrada, lo vio: Alberto, vestido con su típico traje oscuro y corbata, caminaba hacia ella con paso firme.
Marta no se inmutó. Llevaba días esperando este momento, sabiendo que, tarde o temprano, Alberto aparecería para revisar su trabajo. Si bien él nunca le había dado instrucciones directas, lo que le esperaba ahora era una revisión en silencio. Alberto no era el tipo de persona que solía hacer elogios, ni tampoco el que buscara conversación innecesaria. Marta había oído rumores sobre su carácter distante y reservado. Para él, todo parecía ser cuestión de resultados, no de palabras.
Alberto se detuvo frente a la cerca de madera que delimitaba el jardín, observando con detenimiento la vista general. Marta continuó trabajando, aunque un poco más consciente de su presencia. No era un hombre fácil de leer, pero algo en su postura, esa rigidez que lo acompañaba, indicaba que no estaba allí para hacer una visita de cortesía.
- "Buenos días, Marta." Su voz sonó neutral, cortante, como si fuera la frase más esperada de la jornada. Alberto no dio ni un paso más hacia ella. Se quedó donde estaba, con los ojos clavados en el jardín.
Marta se levantó lentamente, limpiándose las manos con el paño que llevaba siempre en el bolsillo del delantal. No sabía cómo tomar ese saludo. Había aprendido que las palabras de Alberto no solían tener demasiada carga emocional, pero aún así, no dejaba de sentirse un poco nerviosa.
- "Buenos días, señor Alberto." Su voz era suave, pero no trató de disimular su incomodidad. No era fácil interactuar con él. No se trataba solo de la frialdad de su comportamiento, sino de la tensión que siempre parecía estar presente, como si él mismo estuviera constantemente evaluando, midiendo cada acción, cada movimiento.
Alberto hizo un leve movimiento con la cabeza, como si estuviera satisfecho con el saludo, y luego comenzó a caminar hacia el centro del jardín, sus ojos recorriendo cada rincón con una minuciosidad casi incómoda.
Marta lo observó mientras se acercaba a una de las plantas que había cuidado con especial dedicación esa semana. Alberto se agachó, observó las hojas de cerca y luego la tierra, como si fuera un experto en jardinería, aunque no dijera ni una palabra. El silencio entre los dos se hizo denso. Marta trató de no sentirse observada, pero era imposible no notar la manera en que él se movía por el espacio, como si cada paso fuera una evaluación.
- "Has mejorado el orden aquí." La voz de Alberto cortó el silencio, pero era tan neutral, casi desprovista de emoción, que Marta no supo si era un cumplido o una mera observación.
Ella asintió, aún sin atreverse a decir nada, esperando a que él continuara con su análisis. Alberto caminó hacia otro lado del jardín, pasando junto a las flores que Marta había cuidado con tanto esmero. Su mirada estaba fija en el suelo, como si todo lo que pudiera evaluarse estuviera en las plantas y la tierra.
El tiempo parecía haberse ralentizado. Marta lo observaba desde su lugar, insegura de qué esperar. Alberto nunca parecía apurado, pero su presencia era lo suficientemente pesada como para hacer que cada minuto fuera una eternidad. Cada gesto suyo parecía diseñado para ponerla bajo su observación, sin darle espacio para respiro.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Alberto se detuvo frente a una pequeña área donde Marta había plantado unas violetas. Él se agachó y tocó suavemente la flor con los dedos, inspeccionándola de cerca. Marta sintió que su estómago se tensaba, pero mantuvo la calma. No sabía qué pensaba él, pero en el fondo sabía que su trabajo había sido meticuloso.
Alberto se levantó, sin mostrar una sola emoción. A diferencia de lo que ella esperaba, no se quejó de nada. No hizo ninguna corrección. No había nada negativo en su comportamiento, pero tampoco algo positivo. Solo una evaluación rigurosa, fría, implacable.
- "Está bien." Las palabras fueron breves, directas, casi como si le estuviera dando una orden más que un reconocimiento. "El trabajo es correcto."
Marta intentó no mostrar su alivio, aunque sentía que lo había hecho bien. Sabía que para Alberto, las palabras no significaban mucho. Si él decía que el trabajo era correcto, entonces debía considerarse suficiente. Pero, por alguna razón, no podía evitar desear algo más. Algo que no fuera tan vacío, tan distante. Sin embargo, estaba acostumbrada a los silencios. ¿Qué más podía esperar?
- "Gracias, señor Alberto." Su voz fue cortante, pero con una sensación de agradecimiento genuino. A pesar de la frialdad que él transmitía, Marta sentía que su trabajo estaba siendo aceptado, de alguna forma.
Alberto se quedó unos segundos más, observando el jardín con una mirada profunda, como si estuviera decidiendo algo. Marta no se atrevió a interrumpirlo, no quería parecer ansiosa. Finalmente, él dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la salida del jardín, sin mirar atrás.
- "Continúa trabajando así," dijo, antes de que su figura se desvaneciera entre los árboles que marcaban el borde del jardín. "Es todo."
Marta se quedó allí, inmóvil, observando cómo se alejaba. El silencio volvió a envolverla, pero de una manera diferente. Era como si ahora el jardín, su trabajo y la presencia de Alberto se hubieran sellado con una palabra definitiva. El día seguía adelante, y Marta volvía a estar sola, pero por alguna razón, algo había cambiado. Había sido evaluada, sí, pero también había sentido una especie de aceptación tácita. No había elogios, pero tampoco desaprobación. Solo una fría validación.
Con el paso de los minutos, la tensión que había sentido desapareció lentamente. Marta volvió a su tarea, pero ahora con un sentido de claridad. El trabajo seguía siendo lo mismo, pero había algo reconfortante en saber que, por lo menos, había cumplido con las expectativas de Alberto, aunque fueran mínimas.
El jardín siguió su curso, pero Marta lo miraba de otra manera. Sabía que el silencio entre ella y Alberto seguiría existiendo, pero por primera vez, sintió que el trabajo que hacía tenía un propósito más allá de lo que pensara él. Había algo en su conexión con el jardín que no necesitaba de aprobación, algo que la mantenía firme en su tarea, independientemente de lo que los demás pudieran pensar.