La Deuda del Rey de la Mafia: La Furia de Mi Familia
img img La Deuda del Rey de la Mafia: La Furia de Mi Familia img Capítulo 3
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Capítulo 3

Sofía POV:

El penthouse era un mausoleo de nuestro matrimonio muerto. Cada foto, cada obra de arte que habíamos elegido juntos, se sentía como una burla. Me moví por las habitaciones como un fantasma, con una bolsa de basura negra en la mano, barriendo sus costosas colonias y corbatas de seda con una furia desapegada.

Mi teléfono vibró. Un blog de sociales. El titular fue un puñetazo en el estómago: BIENVENIDA A UN FERRER: DAMIÁN FERRER Y SU PAREJA SANDRA MONTES CELEBRAN EL BAUTIZO DE SU HIJO.

Las fotos eran una declaración pública de mi anulación. Allí estaba él, radiante, con Sandra del brazo. El pie de foto la llamaba su "encantadora pareja". Como si yo no existiera. Como si el niño que crecía dentro de mí fuera una invención de mi imaginación.

Esto no era solo una infidelidad. Era una campaña.

La rabia que me llenó era fría y afilada. Quemó hasta la última de mis lágrimas. Él pensaba que yo era desechable. Estaba a punto de descubrir cuán esencial había sido.

Cuando llegó a casa tarde esa noche, me encontró de pie junto a una maleta hecha.

-¿Sigues con lo del bautizo? -preguntó, su tono teñido de una calma condescendiente.

-No estoy molesta, Damián -dije, mi voz plana-. Estoy harta.

Intentó alcanzarme, el viejo gesto familiar que solía derretirme. Lo esquivé.

-No te pongas así, mi vida. Fue un malentendido.

-¿Pagar su departamento durante ocho meses fue un malentendido? -repliqué-. Quiero el divorcio.

La incredulidad luchaba con la ira en sus ojos. Todavía pensaba que esto era una negociación.

Sonó el timbre. Un sonido agudo e intrusivo. Un destello de pánico cruzó el rostro de Damián antes de que abriera.

Allí estaba ella. Sandra, de pie en el pasillo con su propio equipaje y el bebé en un portabebé. Pasó junto a él y entró en mi casa, nuestra casa, como si fuera la dueña del lugar.

Damián estaba atrapado, el arquitecto de su propio desastre, de pie entre su esposa y su amante. Hizo su elección.

Se volvió hacia mí, su voz ahora letalmente fría.

-Si no puedes aceptar esto, Sofía -dijo, gesticulando vagamente entre Sandra y yo-, entonces la que debería irse eres tú.

            
            

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