Sofía POV:
El despacho del abogado era frío e impersonal, la pulida mesa de caoba un escenario para el acto final de mi humillación. Damián estaba allí. Y por supuesto, también ella. Sandra se sentó a su lado, con un nuevo diamante en el dedo, interpretando a la perfección el papel de la prometida comprensiva.
-Solo quiero que conste en actas -dije, con voz firme mientras firmaba el acuerdo de separación legal-, que Grupo Ferrer no existiría sin el capital inicial de mi familia y los contactos de mi madre.
Sandra se burló.
-Damián es un genio. Lo habría logrado contigo o sin ti.
La ignoré, empujé los papeles sobre la mesa y me levanté para irme. Mi papel en esta farsa había terminado. Pero ella se levantó conmigo, bloqueando mi camino.
-Eres patética -siseó, su voz baja-. Haciéndote la víctima.
Entonces me abofeteó. Fuerte.
El sonido restalló como un látigo en la silenciosa oficina. Mi cabeza se giró bruscamente, mi mejilla explotando de calor. Miré más allá de ella, más allá del rostro atónito del abogado, hacia Damián.
Simplemente se quedó sentado. No hizo nada.
En su silencio, en su cobarde consentimiento, lo que quedaba de mi amor por él se hizo añicos.
Antes de que el zumbido en mis oídos se desvaneciera, Sandra chilló. Se abalanzó, no sobre mí, sino sobre el portabebé en la esquina, tirándolo con un empujón teatral. El bebé, sobresaltado, comenzó a llorar.
-¡Intentó lastimar a mi bebé! -gritó, girándose hacia Damián, con los ojos desorbitados por un terror fabricado.
Damián se puso de pie en un instante, su rostro una máscara de pura rabia, sus ojos fijos en mí.
-¿Qué hiciste? -gruñó.
-¡No lo toqué! -grité, pero mis palabras se perdieron cuando un calambre violento y retorcido me dobló, robándome el aliento-. Damián, por favor -jadeé, un miedo primario por mi bebé apoderándose de mí-. Algo anda mal.
Me lanzó una mirada de puro asco.
-Deja de actuar. -Me dio la espalda por completo, yendo a consolar a Sandra.
La alfombra afelpada se precipitó a mi encuentro cuando mis rodillas cedieron. Lo último que vi antes de que la oscuridad me tragara fue la espalda de Damián mientras se alejaba con su nueva familia. Desperté en una habitación de hospital blanca y estéril, mi madre sosteniendo mi mano.
-Tú y el bebé están bien -dijo, su voz un bálsamo.
Momentos después, la puerta se abrió de golpe. Eran Damián y Sandra. Él parecía incómodo. Ella parecía triunfante.
Se paró a su lado, con la mandíbula apretada. Me miró no con preocupación, sino con un juicio frío y duro.
-Le debes una disculpa a Sandra -exigió.