Su amante secreta, la vergüenza pública de ella
img img Su amante secreta, la vergüenza pública de ella img Capítulo 4
4
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
img
  /  1
img

Capítulo 4

Punto de vista de Eva Cortés:

Comenzó dos días después. Apareció un video en línea, titulado "Anciano intenta estafa de seguro y le sale caro". Era de una cámara de coche, pero estaba entrecortado, maliciosamente editado. Mostraba una figura granulada -Gerardo- bajando de la banqueta. El video se cortaba justo antes del impacto, haciendo parecer que se había lanzado deliberadamente hacia el coche.

Internet hizo lo que Internet hace. Explotó.

#AbueloEstafador se hizo tendencia. Los comentarios eran un pozo de veneno. La gente lo llamaba parásito, una carga para la sociedad. Decían que se lo merecía. Cada comentario era una nueva puñalada, no solo por Gerardo, sino por la mentira que representaba.

Sonó mi teléfono. Era Clotilde Garza, la hermana de Gerardo. La tía de Jonathan.

-Eva, ¿lo has visto? -Su voz, usualmente tan llena de energía directa y sin rodeos, estaba ahogada en lágrimas-. Lo están llamando criminal. A mi hermano... están profanando su memoria.

Antes de que pudiera responder, ya estaba en mi puerta, su rostro una máscara atronadora de dolor y rabia. Me mostró su tablet, los comentarios viciosos desfilando por la pantalla.

-¡Jonathan tiene que hacer algo! -gritó, caminando por mi sala como una leona enjaulada-. ¡Es abogado! ¡Tiene que demandarlos! ¡Tiene que arreglar esto!

Sentí una punzada de culpa, un nudo de engaño apretándose en mi estómago. No se lo había dicho. No le había dicho a nadie sobre el papel de Jonathan en esta pesadilla. Simplemente dije:

-No contesta mis llamadas.

-Entonces iremos con él -declaró, sus ojos brillando. Me agarró del brazo, su agarre sorprendentemente fuerte para una mujer de casi setenta años-. No puede ignorarnos si estamos paradas en su oficina.

El viaje a su reluciente torre de oficinas en Valle Oriente fue un borrón. Clotilde murmuraba maldiciones en voz baja, sus nudillos blancos en el volante. Mi propio corazón latía un ritmo constante y pesado de pavor.

La joven asistente de Jonathan intentó bloquearnos el paso.

-El licenciado Garza está en una junta muy importante -dijo, retorciéndose las manos nerviosamente.

Clotilde no estaba para tonterías.

-Soy su tía, y esta es su esposa -anunció, su voz retumbando en la silenciosa recepción-. Somos su junta más importante.

Empujó a la asombrada asistente y abrió de par en par las puertas de la oficina de Jonathan.

Y allí estaba él.

No estaba en una junta. Estaba de pie junto a la ventana panorámica, con los brazos alrededor de Dalia Galván. Le susurraba algo al oído, y ella lloraba suavemente contra su pecho, su vientre embarazado presionando contra su traje caro.

La escena era tan grotescamente doméstica que me dejó sin aliento.

Clotilde dejó escapar un sonido que fue mitad jadeo, mitad rugido. Se abalanzó hacia adelante y abofeteó a Dalia en la cara, el sonido restallando como un látigo en la silenciosa oficina.

-¡Tú! -chilló Clotilde, con el rostro morado de rabia-. ¡Así que eres tú! ¿La zorrita que mató a mi hermano?

Dalia retrocedió tambaleándose, agarrándose la mejilla, con los ojos desorbitados de terror.

-¡Jonny! -gritó, buscando la protección de Jonathan.

Jonathan se movió entonces, interponiéndose entre las dos mujeres. Agarró los brazos de su tía, su rostro una máscara de fría furia.

-¡Ya basta, Clotilde! ¡Fuera de mi oficina!

-¡Suéltame, escuincle malagradecido! -escupió ella, luchando contra su agarre-. ¿No tienes vergüenza? ¿Tu padre está muerto y tú estás consolando a su asesina? ¿Mientras todo el mundo lo llama ladrón? ¡Una mentira que probablemente tú empezaste!

-¡Esta es mi vida! -gritó Jonathan de vuelta, su voz resonando en las paredes de cristal-. ¡Mi negocio! ¡No tiene nada que ver contigo ni con él! ¡Era un viejo, su vida ya se había acabado de todos modos!

Las palabras golpearon a Clotilde como un golpe físico. Dejó de luchar, su cuerpo se aflojó en su agarre. La lucha desapareció de sus ojos, reemplazada por una mirada de profundo y absoluto asco.

-No eres sobrino mío -dijo, su voz bajando a un susurro escalofriante. Se liberó de sus brazos, se alisó la chaqueta y lo miró como si fuera algo que hubiera encontrado en la suela de su zapato-. No eres nada para esta familia. No eres nada.

Se dio la vuelta sin decir una palabra más y salió de la oficina, con la espalda recta como una vara.

La furiosa mirada de Jonathan se clavó en mí. No me había movido del umbral.

-Tú -siseó, señalándome con el dedo-. Tú hiciste esto. Tú la trajiste aquí.

Se acercó a mí, sus ojos ardiendo de odio. Dalia se acobardó detrás de su gran escritorio.

-Te veré en el juzgado, Eva -gruñó, su rostro a centímetros del mío-. Y disfrutaré destrozándote en el estrado. Me aseguraré de que te vayas sin nada. Sin hijo, sin dinero, sin dignidad. Nada.

Lo miré a los ojos, los ojos del hombre que una vez amé, y no sentí más que un vacío frío e inmenso.

-¿Por qué, Jonathan? -pregunté, la pregunta genuina-. ¿Por qué me odias tanto?

Se inclinó más, su voz un susurro bajo y venenoso.

-Porque te atreviste a desafiarme. Y eso, Eva, jamás te lo perdonaré.

Pensaba que se trataba de un desafío. Había destruido a su familia, su honor, su alma, y pensaba que era porque me había atrevido a contradecirlo.

Simplemente me di la vuelta y me fui, dejándolo solo con la asesina que estaba tan decidido a proteger. No quedaba nada que decir.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022